La democratización del país tiene que expresarse también en la actividad cultural, que  en el país actual,   tiene la deriva de la concentración del régimen político, de la propiedad económica y la inversión pública.

La inversión pública  en cultura está  concentrada en dos o tres lugares y sólo una minoría social tiene acceso a las actividades culturales.

En la capital están las bibliotecas, los museos y teatros. Muy pocos por cierto. En algunas cabeceras de provincias hay una que otra biblioteca con ofertas bibliográficas muy limitadas, donde predominan las enciclopedias y revistas con informaciones que como ocurre con algunos productos enlatados, ya caducaron en el tiempo. Igual hay en algunos municipios una que otra Casa de la Cultura, dependencia de los ayuntamientos,  que asignan a esta un exiguo presupuesto dentro de sus estrechas posibilidades económicas.

El Teatro Nacional,  por supuesto, está en la capital, donde también está el de Bellas Artes, y en Santiago está el Gran Teatro Cibao. Son los únicos centros del país con la vocación y posibilidad de grandes exposiciones líricas y teatrales. En las otras  provincias no hay nada parecido, ni en miniatura. Quienes quieran disfrutar de alguna velada cultural que recree su espíritu,  tendrían que viajar a estas ciudades, con los costos económicos que eso supone.

Además ¿Cuánta gente de los barrios populares sabe siquiera de qué se trata cuando escuchan hablar del Teatro Nacional,  Bellas Artes,  o el Gran Teatro Cibao?

Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, dicen que al año se producen  más o menos un millón 500 mil visitas a los museos, que las hacen turistas extranjeros, y estudiantes de escuelas y colegios dominicanos. De estas visitas, el 80% se producen en la capital, y el restante 20% en Santiago, al Centro León (público no estatal; Puerto Plata, al Fuerte San Felipe y al Museo del Ámbar; y a Salcedo, al Museo de las Hermanas Mirabal.

¡El 80% en la capital y el restante 20 % en tres provincias! Baste estos datos para graficar el problema.

Abre paréntesis. El 26 de julio de este mismo año, tuve la dicha de participar en una conferencia de la intelectual criolla-caribeña, Chiqui Vicioso, donde abordó con amplitud y mucha propiedad el tema de la cultura, y la inversión que hace el gobierno cubano en la misma, en medio de las limitaciones que le genera el bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos de Norteamérica. Se trata de una inversión que comienza en la educación, que abarca todas las manifestaciones del humanismo, y distribuida en todo el país, hasta en las más apartadas montañas. Cierra el paréntesis.

Un  cambio de la realidad de la cultura en nuestro país se espera del gobierno  que sustituya al del PLD en el 2020. Por eso, sería bueno escuchar esas intenciones en los discursos del liderazgo opositor.

Desde luego,  que tendría que ser parte de una visión que ponga el  desarrollo como punto de partida,  superando la del crecimiento económico que ha predominado; aunque aquel no es posible sin este.  El crecimiento tiene que sustentar el desarrollo. Pero este tiene que ir más allá del aspecto estrictamente económico;   y entre otras cosas, impactar en el bienestar material y espiritual  del pueblo. De aquí viene la importancia de la cultura, como una vertiente del desarrollo.

La cultura es parte esencial del desarrollo, y cómo se asuma aquella, dice mucho de cómo se asume este.

Es la cultura como parte del bienestar espiritual del pueblo y como asunción y enriquecimiento de su identidad nacional, y de encuentro,  desde la propia, con los aportes universales y de otras identidades.

El proyecto neoliberal y su visión centrada en el mercado, observa  la cultura como mercancía; única y exclusivamente en cuánto puede  aportar la actividad cultural al PIB, y a la tasa media de ganancia del capital.

El reclamo de una  política de cultura y de democratización de la inversión pública en esta, centra principalmente en la búsqueda del bienestar espiritual del pueblo.  Y, claro está,  un pueblo en estas condiciones,  consciente de su identidad, de sus  valores autóctonos y de los hitos de la cultura universal, trabaja más y mejor,  y con una más clara visión del proyecto nacional de país.