La cultura de complicidad impera en muchos estratos de esta sociedad, pero en ninguno tan evidente y dañino como en el sistema político del país.
La complicidad política tiene como objetivo principal mantener la cultura actual que concibe al estado como botín, que entiende el acceso a la administración pública como una oportunidad para robar y hacer fortunas y no como un servicio a la ciudadanía. Es el síntoma más visible de una sociedad en decadencia, basada en impunidad para algunos privilegiados, pero la aplicación severa de la ley cuando se trate de un ciudadano común.
La complicidad es parte de la terrible cultura de mentiras y favores, que carece de todo principio ético-moral y que prioriza el beneficio personal a costa del colectivo. Al igual que hacen obispos y jerarcas de la iglesia con la pederastia sacerdotal, los partidos políticos prefieren ocultar o defender a sus miembros corruptos antes que depurarlos. Es una estrategia que los partidos deberían examinar muy cuidadosamente ante el fracaso de esta estrategia de la iglesia Católica.
Esta estrategia de silenciamiento se genera a través de dos vías: evitar las denuncias y encubrir al abusador. En el primer caso, y a los fines de no posibilitar el conocimiento público de los casos, la iglesia apela a su autoridad para persuadir a los afectados y convencerlos de que no es conveniente radicar ninguna acusación. Igualmente, partidos políticos tratan de intimidar a jueces, abogados, y a miembros de la sociedad civil para impedir que se conozcan actos de corrupción. Un ejemplo de esto es lo declarado recientemente por la fiscal Yeni Berenice, que fue amenazada con ser destituida de su puesto si seguía con el caso contra Víctor Díaz Rúa.
En el segundo caso, consecuencia de no poder evitar las denuncias, los partidos pretenden encubrir al acusado, así convirtiéndose en cómplices de las acciones por las que se le imputan al acusado. Esta complicidad es obvia en partidos políticos, donde importantes miembros del PLD y aliados han salido a defender al senador Félix Bautista acusando al procurador de persecución política contra Leonel Fernández. Lo que no saben es que cada persona que sale en su defensa se embarra del mismo lodo, convirtiéndolos en cómplices.
La complicidad es por igual evidente en extorsiones y en pactos políticos hechos a conveniencia para beneficio propio, el último ejemplo siendo la alianza entre Miguel Vargas y Leonel Fernández. La complicidad es también evidente en el poder juridicial cuando un ex fiscal como Hotoniel Bonilla, cuya labor era investigar al causado Félix Bautista en aquel entonces, y que lo favoreció con archivos, ahora asume la defensa del mismo acusado.
Así que la cultura de complicidad es una utopía para todo aquel que pertenece a la clase política, a quienes les conviene el statu quo porque es la única forma de aplicar las leyes a su conveniencia. Por eso distorsionan la Constitución a su favor. La misma Constitución que se aplica para cobrar cada vez más impuestos a la mayoría menos pudiente, se ignora al momento de usar el dinero público para hacer campaña. La misma Constitución que se aplica para mandar a prisión a una joven que da cerveza a su niño, se ignora para mantener a políticos ladrones lejos de los tribunales. La misma Constitución que se aplica para los diputados querer interpelar al procurador, se ignora para limitar el uso ilegal del barrilito o cofrecito.
Entonces para erradicar la epidemia de la corrupción es primero necesario romper con la cultura de complicidad que impera en los partidos políticos y en la sociedad civil.