Hoy República Dominicana no es un país productor de armas de fuego y/o municiones, sí gran importador principalmente desde los Estados Unidos. El país reporta haber importado, de acuerdo a COMTRADE[1], en el período 2005-2011, un total de US$55, 043,227.00 en armas y municiones tan solo para uso de las fuerzas del Estado, en principio; digo esto pues existe un decreto que prohíbe la importación para uso civil.

Esta cultura de armas, que se traduce en una aceptación general hacia el uso alegre de armas de fuego, de todo tipo y calibre, y tanto por agentes del Estado como por los ciudadanos, tiene un origen fácilmente identificable justo por sus implicaciones posteriores[2]: la instalación de la Armería de San Cristóbal (La Armería) a finales de la dictadura de Trujillo.

El colosal proyecto armamentista de la perversa mente de Trujillo, como todo gran tirano, fue posible gracias al apoyo “técnico” de Europa, en específico, gracias a la migración húngara que llegó al país producto del éxodo de la revolución de 1956. Dentro de este flujo migratorio se incluían soldados húngaros ex combatientes, y además expertos en fabricación de armamento[3].

Como vemos, dicho saber bélico europeo, fundamental para la ideología de dominación hegemónica de Occidente, nos fue en un preciso momento histórico transmitido, legado, con el interés principal de saciar las ansias de dominación del sátrapa del Caribe, además del económico. Sabemos que los imperios de Occidente han sido los que a través del armamentismo han sostenido, y sostienen, las más crueles y sangrientas dictaduras, y hasta el crimen organizado.

En este hecho radica la idea de colonialidad del poder, la que ha permitido que en la sociedad actual dominicana, y en las demás sociedades latinoamericanas con sus muy raras excepciones, la violencia armada y la lógica de militarización de las “fuerzas del orden” imposibiliten el surgimiento de estrategias de convivencia humana pacíficas.

Precisamente con el capitalismo, a partir de la Revolución Industrial, se produce un despegue que posiciona a Europa como una hegemonía mundial económica, política y cultural, pero sobre todo militar. Esta cosmovisión totalizadora de Europa, que tiene sus raíces en la filosofía cartesiana, ha arropado a los territorios colonizados y a los propios cuerpos y subjetividades de sus poblaciones. En otras palabras, hemos sido transformados a su imagen y semejanza: seres igualmente violentos.

Enrique Dussel, uno de los principales teóricos del decolonialismo, ha expuesto que el pensamiento decolonial representa un acertado desprendimiento frente a las teorías críticas de la modernidad con el claro objetivo de deconstruir esta impuesta modernidad/colonialdad; deconstruir esa voluntad de poder que todavía nos impone la irracionalidad de la violencia bajo el engaño de la auto defensa para la “soberanía” de los pueblos. La “modernidad”, por tanto, no es más que “la justificación de una praxis irracional de violencia”.

En suelo dominicano mueren todos los años más de 1,500 personas por el uso de armas de fuego. Muertes por conflictos interpersonales y muertes a cargo de la policía, la mayoría, contra determinadas poblaciones bajo los llamados “intercambios de disparos”, práctica ésta que a su vez responde a un racismo simbólico tristemente normalizado, uno de los principios justificativos de los actos de violencia. Por ello, creo que es oportuno proponer el giro decolonial al análisis del problema.

A: O. C. y Y. E.


[1] Base de datos de NU de comercio internacional: http://www.indexmundi.com/trade/imports/?country=do

[2] Se dice que la mayoría de estas armas pasaron a manos de la población civil una vez caída la dictadura, razón por la cual nace la necesidad de promulgar la ley 36.

[3] Para mayor profundidad, revisar el único trabajo académico que existe sobre el tema: Lilón, D. (2000). Armas y Poder: los húngaros y la Armería de San Cristóbal. Santo Domingo, RD: Cole.