Ciertamente es la cultura una expresión de la creatividad humana cargada de significados arbitrarios que, no solo la complejizan, sino que complican su propia definición. Necesaria para la existencia humana y su adaptabilidad es el hecho cultural, que es una construcción social y responde a las necesidades de los grupos que la crean.
Por su dimensión holística, abarca la totalidad del accionar humano dándole un carácter particular y constituyendo el principal elemento diferenciador de nosotros como seres humanos, respecto a los animales, que solo lidian con la presión del medio ambiente, y los cambios y desafíos alimenticios; mientras que la naturaleza humana se debate entre su existencia y su esencia en la medida que, a la vez que lucha por existir, se vale de un instrumental referencial o arbitrario, que le produce un mecanismo de interacción con los demás, con el medio natural y el cosmos.
Es también estructura de símbolos la cultura porque solo preguntarnos si existiéramos sin ella, produce espanto, desasosiego y a la vez curiosidad, pues los animales, reino al que, igualmente pertenecemos, viven sin patrones culturales que condicionen su existencia, luchan por sobrevivir, y no se preocupan, ni por ellos, ni por su entorno.
La concepción de ser la cultura simbólica, la hace diferente como necesidad y referente en el ser humano, quien se ve en la obligación de definir y dar valor significativo y explicativo a cada hecho creado, o simplemente justificar su funcionalidad dentro del complejo laberinto de su existencia misma. No olvidemos que las sociedades son tejidos unificados por una estructura mental que lo cohesiona y que se alimenta de esa simbología como imaginario.
Cada hecho cultural al ser descompuesto por los estudiosos del tema se encuentra dentro de una madeja de respuestas que nos conducen a reflexiones, a veces extrañas y curiosas, por entender, porqué tanta complicación en su existencia, todo a su alrededor se hace acompañar de explicaciones arbitrarias que convierten lo cultural en una categoría epistemológica y filosófica más allá de la propia realización del hecho.
Pero con la salvedad que, al ser creada, la cultura no se piensa, nace como necesidad o respuesta a determinadas situaciones que, con cierta plasticidad, la acción cultural soluciona, terminando racionalizada la cultura y su fuerza simbólica por el estudioso o el especialista, pues los pueblos no la intelectualizan, la crean, para resolver un tema esencial para su existencia.
La cama, que es un hecho de la cultura, es simbólica porque sin ella podríamos perfectamente dormir, nos habitúa a ella lo cultural. Los cubiertos, los zapatos, la vestimenta, los adornos, la parafernalia que acompaña el diario vivir humano no tiene justificación, aunque sí podría tener funcionalidad, razones y obligatoriedades a veces.
Por tanto, decir que la cultura es una estructura de símbolos, no es por lo que se hace como resultado de su práctica, sino por lo que representa en el equilibrio y necesidades de reproducción del individuo y su grupo. Podría bien dejarse de hacer, pero la dependencia creada ya, no solo nos hace diferente a los animales, sino dependientes del contagio que nos produce lo cultural, y de su significación y valoración en nuestro interior yendo más allá de su práctica, para convertirse en un componente esencial de la existencia humana.
En todo este filosofar, la pregunta simple es saber si podríamos vivir sin los patrones culturales hasta ahora creados, si somos capaces de continuar la población humana sin la presión o el malestar que nos causa la cultura, convertida a su vez en un gran dilema y prisión que termina condicionando nuestras vidas y determinaciones como si fuéramos sus esclavos.
La ausencia de patrones culturales en una sociedad la transforma inmediatamente en un grupo animal, por tanto, la lucha está en establecer la diferencia entre el animal y el humano, esta última dirigida por patrones culturales que reglamentan la vida y el comportamiento del individuo y la sociedad, y a cada patrón o patters, como le llama la escuela norteamericana, le buscamos una razón en el difícil proceso de la existencia humana, que si bien se ha distanciado del mundo biológicamente animal, persisten aún remanentes de este en su interior profundo.
Así como sus símbolos que establecen la diferencia conductual con el animal, tampoco han sido, a pesar de los avances registrados, un salto en la calidad y cualidad de lo alcanzado, pues la tendencia depredadora de la conducta humana (relación dicotómica entre cultura y naturaleza, como le ha bautizado la escuela alemana de antropología), paga con precios muy altos los logros del conocimiento, de la ciencia, la tecnología y el desarrollo, en una absurda lucha de control y dominio del espacio natural.
Si lo que caracteriza la cultura son los hechos creados, y en ese tenor, los inventados en la primera fase de la subsistencia humana que era necesario para la vida, y el desarrollo de las necesidades humanas es dirigido hacia símbolos inocuos y vacuos como el poder, el ego, el personalismo, la acumulación, el individualismo y otros valores que desfiguran la grandeza alcanzada por la inteligencia humana, dela que la historia está cargada: fantasía, megalomanías, idolatrías, majestuosidades y vanidades que, desde valores social y arbitrariamente creados, que nos conduce al apesadumbrado enigma: de qué ha servido el salto cualitativo entre lo humano y lo estrictamente animal.