Hoy en la República Dominicana hay tres problemas fundamentales: la violencia, la corrupción, y la desigualdad social, tres árboles dañinos cuyas raíces se han profundizado con el pasar de los años. A medida que han ido avanzando, se han ido enmarañando de tal forma que a lo más profundo terminan en una sola raíz. Planteo que esta raíz es la falta de cultura ciudadana de un sector cada vez más amplio de la población, que aflora en muy diversas situaciones del diario vivir sin control alguno. Esa pasividad de los todos nosotros ante la incultura ciudadana ha sido interpretada por muchos, incluyendo la clase política del país, como un visto bueno para hacerlo que se les plazca, donde el ejercicio de la corrupción y el clientelismo se consolida precisamente porque llega a ser culturalmente aceptado. Se toleran así comportamientos ilegales y con frecuencia moralmente censurables.

Según el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, pionero en políticas de cultura ciudadana,  se desenmarañan las raíces dañinas reconociendo que hay una incongruencia entre la ley, la moral, y la cultura. La falta de congruencia entre la regulación cultural del comportamiento y las regulaciones morales y jurídicas del comportamiento se expresa como auge de la violencia, de la delincuencia y de la corrupción; se refleja en la ilegitimidad de las instituciones, en el debilitamiento del poder de muchas de las tradiciones culturales y en la debilidad de la moral individual.

La corrupción existe porque es jurídicamente permitido en la mayoría de los casos, e incluso culturalmente aceptable. Cuantas veces no hemos oído alguien decir “ese tiene 4 años en el gobierno y todavía tiene el mismo carrito!”.Es decir, lo que supuestamente prohíbe la ley es culturalmente y moralmente aceptable. De no hacerlo, sería un “pendejo” o un “pariguayo”. Lo mismo fue evidente recientemente, cuando un cabo policial adscrito a la AMET dio una demostración de honradez y seriedad al devolver un sobre con RD$100 mil en efectivo, dinero que su propietario terminaba de retirar de una sucursal bancaria. No faltaron las personas que catalogaron al AMET como un “pendejo” por devolver el dinero. En casos como este, la cultura del “tigueraje” se impone ante el deber moral de cada uno de nosotros.

La falta de cultural ciudadana es también visible en la veneración del “dinero fácil”, un modelo social que se ha propagado de manera considerable, fomentando la delincuencia y la criminalidad. Son cada vez más los que consiguen enriquecerse por la vía rápida, sea por la vía de fraude empresarial, por el tráfico de drogas o por la política sin causa. No es coincidencia que los principales partidos políticos no son ni derechistas ni izquierdistas, sino que funcionan como corporaciones clientelistas para servir a sus miembros. Es culturalmente aceptable que lo pernicioso está permitido siempre y más cuando tú seas político o estés “pegao”. Incluso el hecho de estar “pegao” conlleva a esperar un trato especial frente a la ley.

La falta de cultura ciudadana es evidente en el accionar del día a día. Cruzar el semáforo en rojoes tan culturalmente aceptado que muchas veces aun los más educados justifican esta ilegalidad. De no hacerlo, serían unos “pendejos” y se sentirían menos “tiguere” que otros esperando pacientemente en el tapón Así lo que se supone es legalmente prohibido se convierte en algo culturalmente y moralmente aceptable para la mayoría. El precio que pagamos es claro, pues la República Dominicana ocupa el segundo lugar entre países con más muertes por accidentes de tránsito per cápita en el mundo según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. A pesar de que en nuestro país existen muchas leyes, y accionan casi una decena de instituciones que regulan el transporte, el caos continúa imperando sobre las carreteras.

La falta de cultura ciudadana influye también en la aceptación cultural de la violencia, lo que favorece actitudes como la agresión a los niños y mujeres, y la utilización de la fuerza para resolver conflictos. Hemos visto como personas son capaces de quitarles la vida a otras por un simple parqueo o por un celular. Es también evidente como la violencia es culturalmente y moralmente aceptable cuando nuestros honorables legisladores sugieren  “darle pa’ abajo” a delincuentes, sin considerar el daño moral y cultural que le hacen a la sociedad, tal vez igual de grave que el daño causado por los mismos delincuentes.

Es necesario construir una sociedad donde los tres sistemas de regulación -ley, moral y cultura- tiendan a ser congruentes. En dicha sociedad, los comportamientos válidos a la luz del juicio moral individual serían los únicos culturalmente aceptados. Lo culturalmente permitido cabria dentro de lo legalmente permitido. Hubiera incluso comportamientos jurídicamente permitidos pero culturalmente rechazados, porque la cultura exigiría más que la ley y la moral más que la cultura. Transformando la cultura ciudadana, la manera de pensar y de convivir, es la mejor manera de transformar el país. Sin cambio en la cultura ciudadana no hay cambio de país. Es como leía recientemente: “El problema de su país es usted…..que se cree especial pero actúa como parte del montón”.