Si adicional a los miedos y sus efectos psicológicos con los que crecemos agregamos a nuestra mente una debilidad intrínseca de la condición humana, la ignorancia, nos sumamos un obstáculo más para ganar y mantener la libertad. La falta del conocimiento atiende tanto a la debilidad del propio intelecto como con relación al objeto de estudio y la oscuridad que con respecto al el debemos esclarecer. Hay varias clasificaciones ampliamente aceptadas sobre la ignorancia, pero con la presente pretendo ser más abarcadora. Se clasifica en dos tipos; la primaria o natural que a su vez abarca: la excusante, la racional y la inevitable, lo que reconocemos que no sabemos; y la ignorancia secundaria, la que no reconocemos que no sabemos, que contiene a su vez: la presuntuosa, la culpable, la docta ignorancia, la conjetural y la querida.
La más grave y peligrosa de todas es la que resulta del autoengaño del ignorante presuntuoso, encarnada en figuras de autoridad como; políticos, intelectuales, figuras del orden y clérigos. La ignorancia culpable es fácilmente superable, pero su superación supone un efecto desagradable para el que la asume, porque por lo general atañe a asuntos morales importantes, para lo cual, el autoengaño sirve como disfraz para eludir la responsabilidad que se debería tener al respecto. La ignorancia culpable implica ignorar deliberada e irresponsablemente nuestra obligación de saber algo correspondiente a nuestro ámbito, campo y accionar, de conocer la verdad, nuestros deberes, honestidad y responsabilidad intelectual, racionalidad y limitaciones del conocimiento personal, en fin, todo lo concerniente a la ética profesional que le confiere a su vez la autoridad para la toma y ejecución de decisiones; cuanto más autoridad, mayor responsabilidad para con la sociedad, porque como decía Cicerón: “nada perturba la vida humana como la ignorancia del bien y el mal”. Sin principios éticos aplicados a los espacios de autoridad y el conocimiento que exigen, no se persiguen soluciones ni discusiones encaminadas a la búsqueda de la verdad.
Karl Popper planteaba en su discurso El conocimiento de la ignorancia, la imperiosa necesidad de aprender del legado de Sócrates de hace 2,400 años, de construir la filosofía del conocimiento sobre su tesis; “nuestra falta de conocimiento, el reconocimiento de nuestra propia ignorancia, piedra angular de la sabiduría”. Debido a que en la actualidad el gran volumen de conocimiento científico, la diversificación de las áreas del saber y los nuevos descubrimientos que se publican a una velocidad a la que le es imposible a los investigadores estar al día, coloca a los científicos no solo como simples buscadores, sino también como descubridores, “porque saben mucho”, más que el conocimiento que Sócrates podría manejar para su época. Popper declara que admitiría que ese argumento era correcto luego modificarlo radicalmente a través de cuatro comentarios, de los cuales solo voy a destacar los dos primeros.
Para Popper el conocimiento científico no es conocimiento “cierto”, sino que está siempre abierto a revisión, consiste en conjeturas comprobables, conjeturas que han sido objeto de las más duras pruebas, signándolo como conocimiento hipotético, conjetural muy afines a las ideas de Sócrates, porque el científico debe tener en cuenta cómo este que él o ella no sabe, simplemente supone. Y el segundo sobre la observación de que los científicos “saben tanto” hoy en día; alegaba que con cada nuevo logro científico, con cada solución hipotética de un problema, el número de problemas no resueltos aumenta; y así mismo aumenta el grado de su dificultad; de hecho aumentan a una velocidad superior a la que lo hacen las soluciones y adicional a ello sería correcto decir que también su ignorancia es infinita.
De manera tal que mientras el sabio duda y reflexiona en busca de soluciones, el ignorante busca culpables, busca tensión y conflicto doctrinal para finalmente imponer un parche con su criterio dogmático e intransigente a una problemática social que afecta todos los ámbitos de la vida del ciudadano. La politización de la justicia y de la sociedad son ejemplos claros de la deformación del orden social, esa tendencia enfermiza de tratar todos los problemas sociales desde marcos ideológicos y de acuerdo con modelos y procedimientos del mundo político. No existe un ámbito de la vida del ciudadano que no esté coptado por la política, deformado e instrumentalizado para tales fines, sin generar soluciones sostenibles ni favorecer un desarrollo humano y social favorable a la generalidad.
Entre las tantas causas y que a su vez es la fuerza propulsora de este fenómeno, el crecimiento del Estado mismo es el reflejo de esta realidad, lo que ha concentrado y centralizado inevitablemente la organización total de la sociedad en manos del Estado. Para Jacques Ellul el fenómeno social principal del siglo XXI es este; un Estado cada vez más amplio, seguro y planificador de la economía convertido en el centro de atracción y que se va tornando cada vez más absoluto cuanto más crece la tercera clase presente en los análisis marxista, la burocracia, el hecho es que este poder político creó su propia clase cuyo signo más revelador es el secuestro de la sociedad por parte del Estado y la captación del individuo por parte de los poderes políticos, mucho más grave y decisiva que la alienación económica. Lo actual es la sustitución fraudulenta de la esclavitud económica por la esclavitud política afirma.
La ignorancia culpable es prevaricadora porque coarta la libertad y arrebata derechos fundamentales, la politización de la violencia, abordada desde la violencia de género con un fuerte matiz ideológico, en 25 años solo ha servido para visibilizar el problema sin la efectividad esperada; índices muy bajos de denuncias, mientras que el número de hechos violentos aumenta y se diversifica; lo que refleja los problemas y limitaciones en la aplicación de las legislaciones, pues dichas normas han carecido de una perspectiva integral que tenga a la víctima como centro del proceso y atiendan a la persona agresora. Y el abordaje del derecho fundamental de la mujer a decidir sobre su cuerpo y su salud sexual y reproductiva, con relación al aborto, el cual no tiene en el centro a la mujer y su dignidad humana cuando se plantea su defensa únicamente desde las tres cáusales, en las cuales ella debe verse claramente agravada en su dignidad humana para ser tomada en cuenta como persona a la que se le debe reconocer un derecho fundamental, estos enfoques erráticos, haciendo de dos temas neurálgicos que afectan directamente la dignidad humana de la mujer como es la violencia y el aborto, no debería ser un tema político con fines redituables políticamente hablando, porque la violencia y la penalización del aborto son problemáticas reconocidas como violación a los Derechos Humanos que debe ser abordado por la salud pública, por la implicación directa al sano desarrollo personal de las mujeres y de la construcción de la cohesión social.
El ignorante presuntuoso abanderado de la ignorancia culpable debería recibir una condena severa, no solo porque se niega a abrirse al conocimiento científico, al diálogo racional y al principio de acercamiento a la verdad a través del debate, sino porque con arrogancia se niega a reconocer que no sabe lo que está haciendo, prefiere eludir la responsabilidad contraída con la sociedad ofreciendo discursos frívolos y carente de soluciones, pero con una alta carga ideológica para polarizar las relaciones sociales, producto de su insufrible petulancia propia de la estrechez mental que lo habita, lo que finalmente cobra día a día cientos de víctimas que le confiaron una tarea para la cual nunca se preparó.