Un domingo acalorado me encontraba en el ensanche Luperón corrigiendo un problema a mi vehículo. Mientras el mecánico resolvía la situación salí a comer algo. Al salir del establecimiento comercial donde almorcé un señor con el torso desnudo y mirada perdida se me acerca con una mezcla de temor y extrañeza.
Sus palabras fueron directas “Señor deme algo para comer, no he comido nada en el día entero”. Es harto sabido que en nuestras calles muchas de personas que piden dinero son el resultado de la adicción a algún tipo de estupefaciente y que ocultan tras una apariencia de hambre su deseo monetario cuando la ansiedad les abruma. De todos modos accedí a su petición y seguí mi camino.
De regreso a mi casa, próximo a un puente peatonal, divisé a la distancia unos policías que me indicaban con el dedo índice estacionarme a la derecha por lo que atiné a sacar de inmediato mis papeles: seguro, licencia de conducir y matrícula, todo al día.
Uno de los policías se me acerca y detiene ipso facto, con un gesto manual, mi intención de pasarle mis papeles y me dice “comando deje esos papeles, a usted se le nota que es un hombre serio, lo único que quiero es que me dé algo porque no he comido en el día entero”.
Sentí una especie de dejavú, no podía creer lo que escuchaba. Estamos hablando de que un policía y un señor casi vestido de harapos tenían los mismos argumentos para pedir en la calle. Y menos mal que este fue sincero y se aventuró a decirlo, los demás intentan buscar la quinta pata al gato con la intención de extorsionarte y buscar que la iniciativa de “sobornar” parta de la persona misma que es chantajeada.
La cuestión aquí es que la diferencia entre el mendigo y el policía es el uniforme, sus argumentos eran los mismos, aunque no sé si sus intenciones eran las mismas. Pero en ellos la culpa no es de la ropa, sino de un sistema diseñado para la inequidad y la exclusión.
Este hecho lo aprovecho para denunciar no solo que policías en la calle mendiguen para completar un salario de mala muerte, sino que lo mismo forme parte de una cultura totalmente legitimada.
Aunque no soy muy partidario de la uniformada, pienso que el sueldo de estas personas es paupérrimo, deprimente, irrisorio y vergonzante. No es posible que los maestros, los médicos y los policías ganen menor sueldo que un diputado o un senador aún sabiendo que su labor es más encomiable.
Los congresistas también macutean, pero sus hurtos son más onerosos pues provienen de un señor que porta un maletín y se pasea por cada curul abriendo y cerrando, dejando ver su contenido y lo que le espera por aprobar determinada ley o contrato aún no lo hayan leído.
Soy de los que creo que los maestros, los médicos y la policía deberían tener mejor trato.
En el caso de los policías ¿Se tomará esto en cuenta en el famoso plan de seguridad ciudadana y la reforma policial anunciado por el presidente?
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