La antropóloga Ruth Benedict desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial una investigación sobre la cultura japonesa, sus estudios pretendían ayudar al gobierno estadounidense a entender mejor la mentalidad de su enemigos, así logró identificar dos mecanismos a través de los cuales se promovían el cumplimiento de las normas en la sociedad, el esquema predominante en Oriente es el sentimiento de vergüenza u honor y en Occidente la culpa.
Ambos sentimientos están presentes en todas las culturas, pero uno suele predominar por sobre el otro. La sanción en el sentimiento de culpa es interna e individualista, el concepto de pecado en el cristianismo imprimía en el individuo un cargo de conciencia por una mala acción cometida, aun así nadie tuviera conocimiento de lo ocurrido, es por ello que se entiende que la moral Cristiana en exclusiva la protestante fue la mayor influencia de infundir la culpa en el mundo Occidental. Este mecanismo es más eficaz en sociedades libres, donde prima la libertad y los derechos individuales; el individuo trata de autolegislarse así mismo para evitar el cargo de conciencia que implica faltarle a su propia ley moral. Por el contrario en las culturas donde está presente la vergüenza, la sanción es externa, las personas evitan quebrantar las normas para evitar el señalamiento de los demás, sentir vergüenza, hacer el ridículo o ser marginados de la sociedad. Sin embargo, sucede que el mecanismo de vergüenza no funciona si las normas se quebrantan secretamente, porque para ellos la reprobación proviene de la sociedad, de manera tal que si quebrantan las normas y nadie se entera, su conciencia no se ve afectada, pero es importante acotar que esto no necesariamente genera facilidades para un comportamiento indecoroso, como el honor es extensivo a la familia, el comportamiento inapropiado de una persona puede mancillar el honor de toda una familia o clan.
El sentimiento de la culpa como mecanismo de sanción puede encontrar su exacerbación en un hito histórico sin precedentes en Occidente, la teoría de la culpa colectiva de la Alemania Nazi al término de la Segunda Guerra Mundial. Así se puso en marcha la ‘desnazificación’, una misión subjetiva que desdibujó la línea para identificar los culpables directos diluyéndolos en la cadena de mando. Si ciertamente el bando vencedor tenía claro que se debían identificar los culpables y dar a conocer los crímenes cometidos, el procedimiento no fue claro, ¿de quién era exactamente la culpa?
Bajo la teoría de la culpa colectiva se puso en marcha una propaganda en sentido inverso, poniendo en un mismo cerco, los ciudadanos valientes, colaboradores, resistentes al nazismo y los que se hicieron la vista gorda, igualados a los que cumplieron órdenes al ejecutar a ciudadanos judíos, cómplices, inductores, en fin, todo ciudadano alemán bajo ese esquema subjetivo podría ser fácilmente intercambiable con los líderes ejecutores como Hitler, Goebbels, Eichinann y Mengele, porque bajo la teoría de la culpa colectiva, todos en distintos grados eran ejecutores de la voluntad popular, la supremacía de una raza, por sobre otra. Los resultados de esta misión más convenientes no pudieron ser.
Tras los juicios celebrados en Núremberg se puso en evidencia todas las deficiencias para identificar los verdaderos culpables. Los funcionarios y directos colaboradores del régimen nazi en su mayoría habían huido hacia otros países y muchos no fueron juzgados hasta muchos años después. Los que fueron juzgados fueron condenados con penas ínfimas considerando el alcance de los crímenes cometidos. De los 24 dirigentes nazis juzgados, 11 fueron condenados a la horca. Las empresas que habían colaborado con el régimen no sufrieron condena alguna; se dice incluso que muchas siguen operando hoy en día.
En la actualidad la teoría de la culpa colectiva ha recobrado un acrecentado e irritado ánimo en el discurso político y en organizaciones sociales que lejos de enfrentar directamente los problemas que fomentan la desigualdad estructural, se orientan en tensar la relaciones entre los sexos. El hombre e incluso la mujer, ya no siente culpa tras quebrantar una norma social claramente definida, las cuales de tener acceso al poder buscan eludir a como de lugar, sino que se les invita a sentirse culpables por quienes son en términos de su identidad, el feminismo hegemónico ha planteado que el nivel de vida alcanzado con trabajo y estudios configura un ciudadano “privilegiado” incapaz de entender la condición de pobreza de otros sectores vulnerables de la sociedad, que una mujer blanca y heterosexual de clase media no pueden entender la condición de otro sector femenino discriminado, por su preferencia sexual y etnia, y que por tanto toda valoración y aporte de esta no contribuye al proceso de emancipación de las mujeres, sino que por el contrario fomenta el capitalismo y el neoliberalismo, los dos grandes molinos de viento por excelencia de la izquierda latinoamericana. A esto se suma que los ciudadanos deben asumir incluso, responsabilidad por el colonialismo y la esclavitud, es decir, por un sistema social y político ocurrido siglos atrás.
El discurso imperante y la retórica con la que entreteje y oculta su intención de control social, es inútil para articular esfuerzos para la identificación y resolución de las problemáticas sociales, pero es muy útil para manipular y dirigir voluntades hacía objetivos políticos concretos a sus intereses partidistas, mantener enfrentada a la sociedad, también la mantiene dispersa y distraída de las verdaderas causas de la pobreza y la desigualdad estructural que afecta a los latinoamericanos.
Los verdaderos responsables de preservar la cultura de privilegios desde el Antiguo Régimen hasta la actualidad, era y es claramente identificable, y es la figura que jerarquiza a través del poder al que tiene acceso, el trato privilegiado ante la ley, anteriormente era el conquistador y el monarca, hoy la figura de dominio es el político y su séquito de funcionarios que aumentan sus privilegios materiales y amplían las condiciones de desigualdad en la estructura social para recibir un tratamiento privilegiado ante la ley en lugar de propiciar las condiciones para la consolidación de la institucionalidad como sucedería en un Estado de Derechos funcional.
Pocos intelectuales sucumbieron ante el llamado de la teoría de la culpa colectiva del pueblo alemán, el Dr. Viktor Frankl, autor del “hombre en busca de sentido” y “psicoanálisis y existencialismo”, sobreviviente de un Lager en Auschwitz después de tres años de torturas y humillaciones, se rehusó a admitir la teoría de la “culpa colectiva” y ese rechazo le costó enfrentamientos con grupos influyentes y desencuentros con la sinagoga de Viena, pero bajo ninguna circunstancia permitió que por su experiencia en el campo de concentración, la cual el mismo denominó como su real prueba de madurez, se culpabilizara a millones de personas inocentes que desconocían no solo lo sufrido en los campos sino los aspectos psicológicos del prisionero medio, de los jefes de la SS y de los kapos.
Demostrando que los sentimientos de culpa que se buscaban imprimir al ciudadano alemán como a los ciudadanos en la actualidad son incoherentes con los fundamentos originales de la culpabilidad, constituyendo una burda manipulación. Porque la culpabilidad siempre es individual, surge de asumir la responsabilidad por los propios actos, porque el individuo se haya en control de su comportamiento, por tanto solo pueden sentirla quienes directamente han transgredido una norma social y afectado su conciencia al transgredir su propia ley moral, participando directa o indirectamente (si es cómplice) en hechos de corrupción o delitos de cualquier índole.
Psicológicamente solo es aceptable y coherente sentir compasión y lamentarse de lo ocurrido a una víctima si realmente la hubiere, pero no es una actitud sana sentir culpabilidad por la identidad que asumimos, los logros obtenidos y prejuicios así estuviésemos errados en ellos. Asumir una carga moral que realmente no nos corresponde nos hace fácilmente manipulables, viendo enemigos entre nosotros mismos nos distraemos del verdadero objetivo de vivir en sociedad que es, enfrentar los problemas sociales, sus causas y sobre todo identificar los responsables directos de afectar la armonía, la confianza y el fin orientado al bien común al que aspiramos en una sociedad libre y democrática.