Hace tiempo concluí en que la izquierda, los demócratas y el progresismo, debían valorar la importancia histórica de cada coyuntura electoral y tomar posición de acuerdo a esa valoración; porque, al menos en la República Dominicana, desde 1962 hasta hoy las elecciones han tenido importancias distintas.
En general, todas han sido el mecanismo de acceso al poder de las clases dominantes, pero hay particularidades concretas en algunas,
que han debido ser analizadas como recomendaba Lenin, haciendo” el análisis concreto de la situación concreta".
Las de 1962, 1978, 1996, fueron elecciones que planteaban la posibilidad de un punto de inflexión en el proceso democrático. En las primeras, también primeras tras la caída de la dictadura de Trujillo, el pueblo quería votar, buscaba la mediación política para hacerlo; se definiría el rumbo de la transición democrática, y la Izquierda con Manolo y el 14 de junio estaban bien habilitados para incidir.
En las de 1978, el pueblo quería salir de Balaguer y conquistar las libertades públicas y los derechos democráticos, conculcados por el Neotrujillismo, que hizo reciclaje apoyado con la intervención militar norteamericana de 1965 y convalidada imponiendo a Balaguer en las elecciones de 1966.
Las de 1996, plantearon la posibilidad de evitar que el Neotrujillismo hiciera el trasvase de sus fuerzas sociales al PLD, como al efecto hasta hoy.
En ninguna de estas tres experiencias fuimos concretos, y no pudimos determinar el aspecto principal de la contradicción en curso. Más, por omisión, y algunos por comisión, contribuimos a la pervivencia del círculo vicioso del reciclaje trujillismo- balaguerismo- peledeismo, que ha atravesado el régimen político y social desde 1962.
Este reciclaje ha devenido en un Régimen, en el que el Presidencialismo ha cercenado los atributos básicos de la República. Aquí no hay independencia de los tres poderes públicos. El ejecutivo se ha impuesto a los demás. El PLD se ha fusionado con el Estado.
Vivimos o sufrimos un Régimen. La República es una ficción.
Y he aquí la cuestión hacía el 2020.
¿Podremos descarrilar el tren del PLD, valga decir, del círculo vicioso del reciclaje trujillismo- balaguerismo -peledeismo?
Emociones a un lado, el análisis concreto pasa por preguntar ¿Tenemos la fuerza para hacerlo? ¿La tiene alguna fuerza en particular? ¿La tiene toda la oposición, o una buena parte de esta, junta?
Creo que la fuerza necesaria está en la unidad amplia opositora, forjada en la lucha de masas y el debate abierto de propuestas políticas, en los que podrían surgir sinergias poderosas e interlocutores nuevos.
Es la posibilidad inmediata de derrotar al PLD y echar abajo al Régimen, para abrir las compuertas a una nueva transición democrática.
Hacia el 2020, hay que hacer el análisis concreto, y evitar que, por omisión, o por comisión, como ha sucedido, demos energía al tren del continuismo.