Por entender que la cuestión fiscal amerita una profunda discusión en la República Dominicana, pretendo dedicar algunas entregas a la misma. Como premisa quiero advertir que ideológicamente me siento identificado con la conveniencia de un Estado fuerte, en capacidad para afrontar importantes problemas sociales.
En mi artículo de la semana pasada mencionaba varios aspectos que han venido conformando el pensamiento conservador que ha ganado terreno en nuestro país, y al final hacía referencia a cómo el tema de la fobia a los impuestos afecta a todos los sectores, sin distinción social o ideológica, por lo que en el pasado proceso electoral parece haberse generado una competencia entre candidatos por prometer bajas impositivas.
Decía también que, dado que en otros países este es un punto de permanente discrepancia entre la izquierda y la derecha, el hecho de que en nuestro país sea lugar común tiende a reflejar falta de confianza en el Estado, por la corrupción y la ineficiencia, aunque también por escasa vocación de crear un espacio auspicioso para lo colectivo.
Probablemente el mejor indicador del grado de compromiso con lo público y los lazos de solidaridad que se establecen al interior de una sociedad viene medido por la carga tributaria. En sociedades con estados confiables y solidarios, la misma suele ser elevada. Siendo así, aunque a veces nos sentimos asqueados al ver tanta corrupción e ineficiencias, y eso nos hace indignar contra todo lo que signifique impuestos, no alcanzo a entender cómo organizaciones llamadas de izquierda pueden plantear bajar impuestos cuando la solución es atacar el problema de debilidad del Estado.
En la historia del pensamiento económico, el mundo ideal para aquellos que no tienen mayores quejas frente al orden establecido es un mundo sin impuestos, o bien uno en que estos se reduzcan a su mínima expresión. Ahora bien, sea cual sea la idea que tengamos sobre lo malos que pueden ser o sobre cómo se usan, ¿saben qué sería de los más pobres del mundo si los impuestos no existieran? Es como que no existiera el Estado mismo y, por tanto, un mundo en que regiría siempre la ley del más fuerte, bajo cualquier circunstancia.
Es cierto que siempre el más fuerte termina imponiendo su ley, pero en ausencia de Estado sería mucho más salvaje. Por eso los más ricos, que en todas las sociedades tienden a ser los más conservadores, han articulado cuerpos de pensamiento, corrientes académicas e ideologías políticas, justificando bajar impuestos. Esa no es nunca una consigna de izquierda. Al contrario, en la medida que las sociedades han venido avanzando, la tendencia ha sido al surgimiento de más fuertes lazos de solidaridad social, por lo que se pagan altos impuestos, la población honra su compromiso con lo público y la carga tributaria tiende a ser más elevada. Un caso extremo fue el que se presentó hace un tiempo en Dinamarca, en que fue la propia población la que le dobló el pulso a un gobierno conservador que se proponía bajar los impuestos.
Conceptualmente la carga fiscal define la porción del resultado económico que la sociedad está dispuesta a aportar para el fondo común, destinado a la satisfacción de las necesidades colectivas. El mayor problema, en sociedades en que el Estado funciona mal, es cuando el fondo común se usa para fines privados.
En la práctica, la carga fiscal envuelve cuatro aspectos básicos: la capacidad de aporte de los ciudadanos, la naturaleza de los lazos de cohesión que se establecen al interior de la colectividad, la confianza en el que va a administrar ese fondo común (el Estado), y la capacidad de este último para aprobar y administrar racionales leyes impositivas. En los países menos desarrollados la carga tributaria suele ser baja indicando a su vez escasa capacidad contributiva de la población, poca cohesión social, falta de confianza y apoyo al Estado y debilidad de la administración tributaria.
En nuestro país históricamente las estadísticas han indicado que la carga tributaria es baja, y que se resiste a subir aun cuando se han hecho mil esfuerzos legales y administrativos para ello. En mi vida profesional siempre he albergado ciertas dudas respecto a ese dato, tanto por el hecho de no incluir ingresos fiscales que en otras partes suelen ser parte de la medición, como por entender que se ha venido abultando la magnitud del PIB, variable clave para calcularla. Pero admito que la diferencia respecto a los demás países es tan pronunciada, que aún bien medida tiene que ser baja.
Uno de los aspectos más preocupantes de la sociedad dominicana es su incapacidad para crear un Estado funcional y confiable, su extrema tolerancia con quien lo engaña, en cualquiera de sus manifestaciones, desde el robo, la ocupación de propiedad pública, la destrucción de su patrimonio, la evasión de los impuestos o evadir el cumplimiento de cualquier tipo de ley, norma de conducta o responsabilidad frente a lo público. Muy poca gente está dispuesta a salir a defender un Estado en el que no confía, y que no percibe como algo propio. Por eso los impuestos no tienen defensores.