Al igual que en los últimos siglos, la región del Caribe y Centroamérica sigue siendo un área geográfica convulsionada por múltiples factores. Es originaria de masivos flujos migratorios en búsqueda de mejor suerte; varias de sus naciones están gobernadas por regímenes dictatoriales; algunos países de la región viven en la extrema pobreza; en muchos de ellos la violencia doméstica ha alcanzado niveles alarmantes; en otras, la gobernabilidad ha sido cuestionada, y así podríamos seguir enumerando otras notorias características de esta región. Lo que también llama la atención, es que todo esto sucede en la segunda frontera de los Estados Unidos de América, la nación más poderosa de la tierra, líder del mundo occidental, sin que sus gobiernos hayan tenido en las últimas décadas manifestaciones evidentes de un marcado interés de revertir esta calamitosa situación regional.
Veamos por ejemplo el caso de Afganistán, cuya capital Kabul se encuentra a una distancia de 12,500 kilómetros de Washington. Si bien se reconoce algunas de las razones por las cuales los Estados Unidos intervino militarmente en esa nación después de los ataques del 11 de septiembre, debe llamar a reflexión que de acuerdos a estudios realizados por la universidad de Brown y Harvard, los Estados Unidos gastó del año 2001 al 2020 la suma de 978,000 millones de dólares, entre diferentes presupuestos del Estado, es decir, unos 50,000 millones de dólares anuales. Visto en retrospectiva, prácticamente lo único que justificó esa intervención y esos 978,000 millones de dólares, fue demostrar que los Estados Unidos no perdona a quien lo agrede o al que protege a sus agresores; pero si lo comparamos con la atención que Washington ha dado a la región del Caribe y Centroamérica, debemos concluir que algo debería cambiar en las prioridades de la política exterior de esa gran nación.
Volvamos a nuestra convulsionada región. Prácticamente la única demostración de real interés en el futuro de la región, lo fue la Ley de Recuperación Económica para la Cuenca del Caribe, aprobada por el Congreso de ese país a iniciativa de su presidente Ronald Reagan. El CBI como se conoció esa ley, tenía como objetivo ayudar a los países de la Cuenca del Caribe para exportar sus productos libres de impuestos al mercado de los Estados Unidos sin reciprocidad, aunque en el fondo su objetivo era político, pues las fuerzas de izquierda estaban ganando terreno en la región. Esta ley que entró en vigencia en enero del 1984 contribuyó a crear una mayor interdependencia comercial entre los Estados Unidos y los países de la región, ayudó a esos países a enfrentar los constreñimientos de sus balanzas de pagos, pero más importante aún permitió la creación de fuentes de trabajo en la región. Sólo a manera de ejemplo, en la República Dominicana en pocos años se crearon alrededor de 195,000 empleos directos y muchos más indirectos, en las llamadas zonas francas de exportación, contribuyendo así a disminuir el desempleo, las presiones sociales y la desestabilización política. En cuanto a la ayuda financiera, esa nación apenas aportó 350 millones de dólares para ser distribuidos entre todos los países incluidos en el CBI, muy en contraste con lo que años después gastó en Afganistán.
Lamentablemente, esta gran ventaja competitiva que ofreció el CBI a los países de la región, fue sustituida en el 2006 por el DR-CAFTA, mediante el cual se eliminaron las concesiones unilaterales y a cambio los Estado Unidos exigió un tratamiento recíproco a sus exportaciones dirigidas a la región, pensando sólo en su conveniencia económica y sin tomar en consideración que con ello eliminaba un programa esperanzador para la región. Como resultado de esta nueva política, después de la entrada en vigencia del DR-CAFTA, el intercambio comercial de bienes de la República Dominica con los Estados Unidos entre marzo del 2007 y junio del 2021 ha arrojado un déficit de 41,619 millones de dólares en perjuicio de nuestro país, al importar unos 106,482 millones procedente de los Estados Unidos y poder exportar tan sólo unos 64,863 millones. Los Estados Unidos debe entender que ese gravoso déficit comercial sólo ha podido ser enfrentado por las remesas en dólares que todos los años envían los más de 2.1 millones de dominicanos que han tenido que emigrar a los Estados Unidos por falta de oportunidades de empleos en nuestro país. Es decir, si en la región no podemos crear empleos a través del aumento de las exportaciones, la única alternativa posible que tiene la fuerza de trabajo, es emigrar a los Estados Unidos. Al final ambos nos perjudicamos. Nosotros perdemos lo mejores hombres y mujeres que tiene nuestra fuerza de trabajo y los Estados Unidos tiene que darle cabida a nuevos flujos migratorios, con todas sus consecuencias.
En Centroamérica , por decir poco, un porcentaje importante de sus habitantes ha emigrado o desea emigrar a otras latitudes por la situación de inseguridad y pobreza que padecen en la mayoría de sus naciones, a pesar de que este territorio fue bendecido por el Creador, al dotarlo de una naturaleza rica en recursos naturales, excelente clima y una ubicación geográfica excelente, la cual de poco le ha servido por la actitud que han tenido hacia ella sus vecinos más poderosos.
Otro caso que los Estados Unidos debe analizar detenidamente es el resultado hasta ahora logrado con el embargo puesto a Cuba en octubre del 1960 en respuesta a las expropiaciones impuesta por el régimen castrista, el cual ha tenido un efecto devastador en la economía cubana, pues hasta esa fecha su intercambio comercial lo realizaba en más de un 70% con los Estados Unidos. Además, dicho embargo fue endurecido posteriormente en el 1966 por la Ley Helm-Burton que prohibió a los ciudadanos norteamericanos hacer negocios con Cuba, con lo cual se aisló totalmente a la economía cubana de sus relaciones comerciales y económicas con esta poderosa nación vecina. Todas estas drásticas medidas impuestas por parte de los Estados Unidos tuvieron su justificación política y se entendieron dentro del contexto geopolítico de la guerra fría que los Estados Unidos mantenía con la Unión Soviética para esos años. Sin embargo, el mismo lleva más de 60 años de vigencia, el más prolongado de la historia moderna y sus negativos efectos en la calidad de vida del pueblo cubano ya son mundialmente cuestionados, hasta el punto de que en la reciente Asamblea General de la ONU, más de 190 naciones pidieron que se ponga fin al bloqueo en nombre de la promoción de la paz y el desarrollo y sólo Estados Unidos e Israel votaron en contra.
En realidad el único que realmente ha sido perjudicado con el bloqueo ha sido el pueblo cubano, el cual ha sido sometido a un gran sufrimiento durante 60 largos años sin tener ninguna culpa. Es decir, le tienen candela por abajo y candela por arriba; mientras sus gobernantes han podido seguir disfrutando una vida relativamente normal sin grandes limitaciones. Incluso muchos analistas internacionales han llegado a pensar que el embargo ha sido uno de los causantes de la permanencia por tan largo tiempo del régimen castrista, el cual ha echado la culpa de todos los males de su pueblo al bloqueo de los Estado Unidos, logrando así un sentido de unidad en contra de esa nación. Por eso algunos consideran que de no existir el embargo, posiblemente el régimen castrista no se hubiera podido mantener en el poder durante tantos años. Los presidentes Jimmy Carter y más recientemente Barack Obama, entendieron esta realidad y trataron de poner fin al embargo, no obstante, el presidente Donald Trump volvió atrás en el 2017. Posiblemente la explicación a esta insistencia por parte del gobierno de los Estado Unidos se debe buscar en el sistema electoral de ese país basado en colegios electorales, donde los 29 votos que tiene el Estado de la Florida en más de una ocasión ha sido decisivo para la victoria de algún candidato a la presidencia de esa nación, como lo fue en las elecciones del 2000 cuando George Bush pudo acumular más votos electorales que Al Gore, precisamente por el apoyo de los 29 votos de la Florida y más recientemente en la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump.
Lamentablemente parece que algunos influyentes exiliados cubanos radicados en la Florida, han hecho del anticastrismo su verdadera profesión y han llegado a tener una influencia decisiva en el voto electoral de ese estado. En consecuencia, a esos pocos pero influyentes anticastristas de profesión, es a quienes le corresponde reflexionar sobre este crucial tema y pensar en el sufrimiento que han ocasionado indirectamente a su pueblo. Posiblemente sería más sensato y más humano, una nueva negociación entre Los Estados Unidos y el régimen cubano donde cada uno ceda lo posible, no sólo para beneficio de ese sufrido pueblo, sino también de la estabilidad de nuestra región.
Finalmente, otro caso que entendemos merece toda la atención del gobierno de los Estados Unidos, es Haití, el país más empobrecido del hemisferio y uno de los más rezagado del mundo. Realmente la desgracia que le ha caído a ese sufrido pueblo durante toda su historia, lo ha sumergido en la extrema pobreza de la cual difícilmente podrá salir, si no cuenta con un amplio apoyo de las naciones más desarrolladas. La situación social y política de esa nación en lugar de mejorar todo indica que se agravará con el paso del tiempo. Sin embargo, existen evidencias de que sorprendentemente hasta hace muy poco tiempo Haití no estaba en la agenda de la política exterior de los Estado Unidos a pesar de tenerlo tan cerca de su territorio. Esperemos que los últimos trágicos acontecimientos ocurridos en esa nación hagan reflexionar al gobierno norteamericano, aunque sea por el peligro que representa un masivo flujo migratorio, lo cual en realidad no es nada en comparación con tener tan cerca de su frontera a un territorio prácticamente ingobernable que eventualmente se podría prestar para cualquier evento en contra de los intereses norteamericanos y de la región en general.
En conclusión, la región del Caribe y Centroamérica requiere en estos momentos de una mayor atención y cooperación por parte de los Estados Unidos y de los organismos internacionales que dominan las potencias occidentales. Nuestra región merece un período histórico de relativa normalidad que le permita desarrollar su economía en total armonía con los Estados Unidos y la comunidad internacional en general. Los hombres y mujeres de esta región se lo merecen y la gran mayoría así lo desea. Busquemos pues entre todos, una salida armoniosa a los problemas que nos aquejan.