El dominicano se las sabe todas.
El dominicano conoce al cojo sentado y al tuerto durmiendo. Al vuelo.
El dominicano sabe tanto de hockey sobre hielo como el más experto de los expertos canadienses. Su experiencia le permite ganar muchos cuartos apostando a tripletas.
Muchos de nuestros restaurantes se especializan en “comida criolla e internacional”. Sus gulashs, sus tajines, sus raies au beurre noir, sus mofongos son incomparablemente mejores que los que se hacen en Budapest, en Alger, en París, en San Juan. Estos platos son solo superados por sus sancochos.
En el área de la medicina no hay quien nos gane. Sabemos, por ejemplo, que las hojas de tope tope son buenas contra las hemorroides; que el agua salada es un tiro contra el sida; y que un refresco rojo caliente con una libra de sal, es un cuchillo contra los embarazos embarazosos…
La música es otro dominio en el que demostramos nuestra sapiencia. Es un hecho comprobado que la versión de Yesterday que canta Camboy Estévez es infinitamente superior a la del mismísimo McCartney. Que quienes dañaron el merengue no fueron los dominicanos sino los boricuas. Que en Quisqueya se toca mejor salsa, por que en Borinquen.
Si nuestros intelectuales – María Martínez, Joaquín Balaguer – no han ganado el Nóbel de Literatura no ha sido por falta de calidad, sino por ignorancia, envidia o discrimación de los noruegos.
Pero donde los dominicanos descollamos de la forma más espectacular es en el conocimiento de la política.
Nuestros conocimientos políticos trascienden nuestras fronteras. Sabemos más de la política hondureña y venezolana, por ejemplo, que los propios hondureños y venezolanos. Opinamos con certeza sobre las revoluciones en Ucrania, en Hong Kong, en Túnez, en Libia y sobre las guerras en Siria o en Irak. Y uno de nuestros más insignes ciudadanos – acaso el que más – está a punto de resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. Y ahí sí que los noruegos no tendrán excusas para no darnos el Nóbel de la Paz.
No hablemos ya de política criolla. Cada dominicano es un experto semiólogo, un incomparable exegeta: Conoce al dedillo la realidad política dominicana, Interpreta con una certeza del 110 por ciento el significado de cada silencio, comentario, discurso, escrito y acción de todos nuestros políticos. Sus pronósticos electorales son más exactos que la más exacta de las encuestas. Y conoce al dedillo cuáles son las medidas que deben tomarse para que salgamos del subdesarrollo.
Pero nuestros conocimientos son – o fueron – también prácticos. Sabemos – o supimos – cómo doblegar gobiernos, o al menos cómo combatirlos. Lo probamos en el terreno. Supimos, a fuerza de huelgas, hacer salir a Ramfis, Negro, Petán y demás Trujillos. Supimos hacer saltar a Balaguer la pared que lo separaba de la Nunciatura. Supimos tumbar al desgraciado triunvirato. Supimos enfrentar y vencer a los golpistas en la cabeza del Puente Duarte. Supimos enfrentar a Balaguer durante sus doce primeros años.
Nuestra omnisciencia es casi perfecta. Solo una ignorancia la daña: La mía. Que alguien me explique cuándo y por qué olvidamos cómo no dejarnos joder por nuestros gobiernos.