Los cinturones de miseria se han expandido por todas las capitales de esta parte del mundo en desarrollo. Es el gran legado común del atraso y la corrupción que ha caracterizado el ejercicio político en nuestros países. La América Latina posee en conjunto uno de los mayores potenciales energéticos, hidráulicos, minerales  y agrícolas del mundo. No obstante, el desempleo, el analfabetismo, la insalubridad y la falta total de identidad son sólo algunas de las dificultades todavía lejos de ser resueltas.

Los empeños por encontrar solución a esos problemas al través del esfuerzo conjunto han fracasado. La Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que una vez  simbolizó el sueño iluso de una América Latina grande, unida, próspera y solidaria, se desvaneció en medio de la apatía, el cansancio y la desilusión. Igual ocurrió con otros esfuerzos de integración subregional.

La cruda realidad nos  lleva ahora con mejores expectativas hacia un libre comercio con los Estados Unidos, dejando atrás décadas de prejuicio. Al cabo de años de desperdicios materiales e inútiles pugnas políticas los latinoamericanos no hemos podido encontrar respuestas a preguntas elementales. Nuestra incapacidad como naciones para enfrentar el desafío de garantizar techo, alimento, vestido y educación a millones de seres humanos condenados a la más profunda miseria, carece de parangón. Las estadísticas son abrumadoras. No obstante sus enormes recursos naturales, la tercera parte de la población del continente, exceptuando a Estados Unidos y Canadá, vive en condiciones de pobreza extrema, con tendencia a ser más pobre cada día. Las posibilidades de vida de una buena parte de ese conglomerado humano, no van más allá de una infancia desafortunada. Las perspectivas de empleo seguro y bien remunerado en sus años de madurez son ínfimas o prácticamente inexistentes.