“Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas”.
–Hannah Arendt
En los últimos años, decir la verdad en la República Dominicana se ha convertido en una práctica tabú. Los tentáculos engañosos del poder se expanden cada vez más —alcanzando las universidades, las iglesias, y, sobre todo, los medios de comunicación— y dejan a su paso una cortina de humo sobre la realidad. Desde luego, este no es un fenómeno sin precedentes en nuestra historia global. En los anales de la historia abundan los ejemplos de gobiernos y grupos organizados cuyo propósito se limita a asegurarse que las masas no tengan acceso a la verdad o a la información. Sin embargo, si bien es cierto que a través de la historia han existido y existen dichos grupos; también es innegable que surgen individuos, “mensajeros de la verdad”, que se dedican a enfrentar a los poderosos con el arma de la verdad. Esta ocupación de mensajero de la verdad tiene sus riesgos, pero el que se dedica a dicho oficio lo ejerce con gallardía.
El Sócrates de los diálogos de Platón, por ejemplo, es uno de los primeros paradigmas que ilustran este fenómeno. Sócrates se caracterizaba como un hombre dedicado a la excelencia del carácter y a buscar la verdad, mediante un discurso simple, directo y audaz. Cuando Sócrates nos dice en la Apología que “una vida sin examen no merece ser vivida”, nos manifiesta su inquebrantable compromiso con la enseñanza y con el carácter transformativo que tiene la búsqueda de la verdad en la formación de la conciencia de los pueblos. Este ejercicio al que se refiere Sócrates es una especie de purgante intelectual que nos lleva a cuestionar y a expulsar las nocivas suposiciones no probadas y los prejuicios sin fundamentos. En otras palabras, nos lleva a la autocrítica, al pensamiento radical y a indagar sobre lo “que es” y lo “que fue”.
Para ese ejercicio intelectual, sin embargo, necesitamos memorias; lo que la filósofa Hannah Arendt llamó “ejemplos”. Arendt decía: “Nuestras decisiones acerca de lo correcto y lo incorrecto dependen de la compañía que elijamos, de aquellos con quienes escojamos pasar nuestra vida. […] esa compañía, la elegimos pensando en ejemplos de personas difuntas o vivas, reales o ficticias, y ejemplos de incidentes, pasados o actuales”. Como dice Arendt, los ejemplos o memorias son la materia prima con la que pensamos y formamos nuestro juicio sobre lo que está bien o mal, hermoso o feo en el mundo.
Precisamente porque necesitamos memorias para emitir juicios frescos y determinantes en la política de la República Dominicana, el distinguido periodista Marino Zapete nos regala La crónica irreverente. De hecho, en el epílogo, Zapete se pregunta: “¿para qué se escribió este libro?”. El mismo autor responde: “Lo escribí procurando que la memoria colectiva sirva para la liberación de los hombres y no para su sometimiento”. La crónica irreverente desnuda los casi sesenta años de historia “democrática” de la República Dominicana y nos presenta los personajes principales de la política en ese lapso de tiempo. Si escogiéramos una línea que ilustre la idea dominante de este libro y plasme el juicio concreto de Zapete sobre ese período histórico, sería la siguiente: “Parecería que existiera una especie de acuerdo perverso entre los sectores hegemónicos de la política, la economía, la religiosidad, la intelectualidad, y los medios masivos de comunicación, para no dejar constancia de la forma en que un pequeño grupo de dominicanos ha manejado al país en ese período”. En La crónica irreverente, Zapete hace un elogio a la memoria y la verdad, con la esperanza de que el pueblo dominicano la use para pensar y juzgar en estos momentos de crisis democrática. La crónica… de Zapete aborda de manera crítica y puntual la escandalosa corrupción y los ataques a las instituciones democráticas desde el gobierno de Joaquín Balaguer, juramentado como presidente en 1966, hasta el de Danilo Medina, actual presidente de la República.
En el primer capítulo dedicado a Balaguer, quien fuera el fundador del Partido Reformista Social Cristiano, Zapete nos relata cómo el gobierno del caudillo se convirtió en una continuación de las prácticas del Trujillismo, ya que “los gobiernos de Balaguer se caracterizaron por la intolerancia política, lo cual se reflejó en la persecución, apresamiento, destierro, y asesinato de sus opositores”. En un acto de profunda humanidad, Zapete no solo procede a detallar los asesinatos de alto perfil, como el del Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, Florinda Soriano (Mamá Tingó), Orlando Martínez y Narciso González —quienes desafiaron al dictador y pagaron con sus vidas— sino que también dedica unas páginas a los nombres de los desaparecidos y familiares que aún demandan respuestas. Aparte de la represión y la barbarie usada por Balaguer para consolidar el poder, Zapete también destaca el inicio del clientelismo político en la República Dominicana, que según el escritor, se da durante la era del dictador. Zapete señala que después de los dos períodos de gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano (1978-1986), Balaguer regresa al poder “incrementando el clientelismo y las dádivas para comprar la adhesión política de los sectores más pobres de la población”. Balaguer nunca ocultó y hasta se vanagloriaba diciendo que él había hecho a muchos de sus funcionarios y seguidores hombres muy ricos.
Otro de los personajes a los que Zapete le dedica una porción considerable de La crónica… es Leonel Fernández Reyna, primer presidente que llega al poder por el Partido De La Liberación Dominicana. Según Zapete, Fernández estaba llamado a ser el discípulo más leal de Juan Bosch, ya que había sido el escogido por el mismo presidente y fundador del PLD para representar el partido en las elecciones 1994-2000. Sin embargo, Zapete apunta que en el primer mandato de Fernández, el gobernante no solo estuvo lejos de los principios de honestidad y justicia profesados por su mentor, sino que “en la mayoría de sus acciones estuvo más cerca de Joaquín Balaguer que de Juan Bosch”. Además de abordar el fiasco de la construcción del Metro de Santo Domingo, el cual según Zapete se manejó “con elevada inversión y falta de transparencia en los procesos para licitar y contratar a las empresas que suplirían los equipos de la obra,” el autor también desglosa el caso de los llamados aviones Súper Tucanos, donde funcionarios del Gobierno de Fernández recibieron 3.5 millones de dólares para adquirir las aeronaves.
Aunque en La crónica… se le presta meticulosa intención a Leonel Fernández y a los casos de corrupción en sus tres períodos de gobierno, ningún partido o personaje político en este libro recibe mas atención que Hipólito Mejía y el caos que hubo en su gobierno de 2000-2004. De las 447 páginas de La crónica irreverente, 192 de estas son dedicadas al expresidente Mejía. Zapete inicia su comentario sobre Hipólito con la frase: “cada nación tiene el gobierno que se merece”, del escritor francés Joseph Maistre; pero Zapete refuta esta afirmación indicando que los dominicanos no se merecían un presidente como Hipólito Mejía Domínguez, llamado “el gobernante más inepto e incompetente que tuvo el país desde que finalizó la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina”. De igual manera, el periodista resalta los disparates e incoherencias expresados por Mejía; los atropellos contra la prensa; y explica con lujo de detalles el desfalco del Banco Intercontinental y el grupo Baninter durante el gobierno de Mejía y el rol que jugó el gobierno en la debacle financiera que llevó al país al borde de una recesión económica.
El último personaje de la política dominicana al que se le dedica una porción significativa de La crónica… es al actual presidente Danilo Medina. De acuerdo con Zapete, aparte de ceder las últimas empresas del estado a entidades privadas, como fue el caso de la televisora Antena Latina, en el gobierno de Danilo se destapa el escandaloso caso de corrupción que vincula el gobierno dominicano con la empresa brasileña Odebrecht. Zapete argumenta que, aunque los documentos del ministerio público establecían que los contratos de Odebrecht fueron adquiridos en República Dominicana por medio de sobornos que ascendían a los 92 millones de dólares, “Danilo Medina hizo todo lo posible por librarse de responsabilidades y por sacar a sus cercanos del expediente”. Vale la pena resaltar que de los 14 imputados que incluyó el Ministerio Público originalmente en el expediente del caso Odebrecht, hasta la fecha en la que se produce este escrito solo quedan seis imputados, entre ellos Ángel Rondón, el famoso hombre del maletín. Si no fuera porque el caso que presentó el Ministerio Público de Danilo Medina y Jean Alain Rodríguez contra aquellos involucrados en el caso Odebrecht envuelve tráfico de influencia, sobornos, y sobrevaluaciones de obras del Estado, cualquiera pensaría que el Ministerio Público de Jean Alain Rodríguez practica el juego de la telaraña y los elefantes.
Sin importar la forma de gobierno, ya sea demócrata, teócrata, socialista, comunista, o totalitarista, todos les mienten a los pueblos o les ocultan ciertas verdades que, según ellos, tienen sus “razones” para justificar. Si bien es cierto que los gobiernos tienden a excusar su mendacidad, el compromiso de los mensajeros de la verdad, como Marino Zapete, es de liberar a los ciudadanos de las falsedades y de las ilusiones creadas por sus gobiernos. Lo que revelan estos mensajeros de la verdad de hechos es que los poderosos quieren desaparecer la realidad, como aquella que acaeció en los últimos cinco decenios en la política dominicana: debilitación de las instituciones democráticas y los poderes del estado, concentración del poder en un solo partido y una corrupción rampante en todas las esferas de la sociedad. Indudablemente, esas revelaciones afectan la realidad inmediata de nuestros asuntos políticos, pero si estas se mantienen ocultas, nos privan de la información y las memorias que nos permiten pensar y juzgar críticamente.
En algunos círculos “intelectuales” se le cataloga a Zapete y a su Crónica como fatalistas, híper-parciales y hasta apocalípticos. En pocas palabras, los detractores de Zapete argumentan que éste solo se enfoca en los aspectos negativos de la historia dominicana. No obstante, lo que muchos de estos críticos ignoran es que el periodismo comprometido, como el que practica Zapete, Huchi Lora, Altagracia Salazar y otros, históricamente ha arrojado enormes dividendos en la lucha por la justicia social. A principios del siglo XX en Estados Unidos, emergió un movimiento progresista, encabezado mayormente por periodistas, que se dedicó a exponer la corrupción política, la concentración de poder de los monopolios y las actividades fraudulentas de las grandes empresas. A este movimiento se le llamó los “rastrilladores” (muckraker), por su habilidad al destapar las virutas mas grotescas de la vida política y empresarial de los Estados Unidos. Los artículos y novelas de estos periodistas, como La jungla de Upton Sinclair—que expuso las prácticas antihigiénicas de los mataderos de ganado en Chicago— presionó al gobierno federal norteamericano a pasar las primeras leyes de protección al consumidor, como la Ley de Medicamentos y Alimentos de 1906. Mientras los detractores de Zapete perciben La crónica… como un trabajo “híper-parcial”, lo que ellos dejan de criticar son las campañas del gobierno que inundan las emisoras de radio y canales de televisión con los supuestos “logros” de la administración. De hecho, es en una apuesta por la información y la comunicación imparcial que Zapete publica La crónica…, ya que esta sirve como contraparte de los llamados “logros” y “progresos” de los que hace alarde el gobierno en los medios de comunicación masivos.
Mientras alrededor del mundo, en ninguna otra época se habían tolerado tantas diversidades de opiniones y tipos de expresión, en la República Dominicana si la verdad afecta o se opone a los intereses o las ganancias de algunos grupos poderosos, se le recibe con hostilidad. Esto es porque esos poderosos y los políticos no tienen fe en el sentido común de las masas. Como dijo Jorge Luis Borges, en vez de empoderar a los ciudadanos, la política los degradada, porque ya no se les ve como un conjunto de individuos, con dignidad, aspiraciones, temores y añoranzas, sino como “una masa anónima y anómala que solo puede servir para fines de poderes”. Por esta razón es que los pueblos necesitan periodistas como Marino Zapete y que continúen hablando y escribiendo documentos como La crónica irreverente. Los padres de la patria norteamericana no se equivocaron cuando blindaron la libertad de prensa en la Constitución. El periodista es un delegado más en una democracia saludable, porque, aunque no es votado por el colectivo, se encarga de comunicar, empoderar y liberar a los ciudadanos por medio de la información. Esto le deja al periodista como Marino Zapete la enorme responsabilidad de investigar y quitarle el velo a la verdad en una sociedad que tiene aversión a todo lo que sacude al status quo.
Hasta ahora se ha dicho que la verdad como hechos — no como verdades matemáticas o físicas, sino como fenómenos de la historia — es el quehacer de los mensajeros de la verdad y de los periodistas como Zapete, que se encargan de mediar entre el colectivo y los políticos. Este era el rol de otros mensajeros de la verdad como Sócrates, quien prefirió morir por la verdad a vivir en la mentira. La palabra que nosotros traducimos como “verdad” en los diálogos platónicos es parrhesia, lo que en griego significa una actividad verbal, donde el interlocutor tiene una relación específica con la verdad por medio de su franqueza y valentía. Otros pensadores, como el brillante filosofo alemán, Martin Heidegger, apuntan que originalmente la palabra verdad en griego era aletheia, que significa “el movimiento del ser de lo oculto a lo descubierto”. Estas dos definiciones de la palabra verdad revelan la esencia de este concepto, que es la de aparecer, destaparse y de salir a la luz. La labor de destapar la verdad demanda lo que los romanos llamaron fortaleza, que es una fusión de magnanimidad y coraje, grandeza de carácter y valentía. El imperialista Winston Churchill dijo que la valentía es la primera de las virtudes de todos los hombres. Esto quiere decir que todas las otras virtudes, sea la justicia, la moderación, la inteligencia, la humildad —o cualquiera otra que usted piense que es una excelencia de los hombres— dependen de nuestra valentía. No solo se necesita valentía para pelear o matar, se necesita valentía para escribir, para amar, y mucho más para decir la verdad.