En esta nueva publicación, “1978-1986: Crónica de una transición fallida”, que consta de 18 capítulos, el periodista Miguel Guerrero centra su atención en los numerosos conflictos internos, enfrentamientos entre sus principales líderes y luchas de tendencias que a su juicio obstruyeron el proceso de transición democrática y el desempeño al frente del Estado de los dos gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), presididos por el hacendado Antonio Guzmán Fernández (1978-1982) y el doctor Salvador Jorge Blanco (1982-1986). Para acometer esta tarea, Guerrero se basa en los contenidos de los diarios nacionales de la época, las publicaciones de las agencias de prensa internacionales, lo publicado en su columna de El Caribe, así como en otros medios extranjeros.

Sobre el proceso de transición democrática inaugurado por el presidente Antonio Guzmán en agosto de 1978 existe una relativamente amplia bibliografía, con formulaciones y supuestos que difieren de forma sustancial a los expuestos por Guerrero. A modo de ejemplo citaremos el estudio del sociólogo José Oviedo primero junto a Pedro Catrain, titulado Estado y crisis política (1981), el segundo con Rosario Espinal, Democracia y proyecto socialdemócrata en República Dominicana (1986) y un tercer ensayo más reciente de la autoría de Wilfredo Lozano, “Los gobiernos del PRD: 1978-1986. Transición democrática, movilización popular y crisis económica” (2018).

Como lo explica el señor Guerrero en la introducción, este libro se construyó a partir de la conjunción de sus artículos publicados en diversos medios. Esto genera repeticiones, intermitencias y discontinuidades cronológicas que impiden su encuadramiento como discurso historiográfico, pues no se trata de una reconstrucción sistemática de la transición democrática. De ahí que resulte problemático el aserto de que se “aviene perfectamente” a la historia del presente o historia vivida como se plantea en prólogo al libro ya que este es un género de reciente gestación y más bien se ubica en la categoría historia reciente, pues en el momento en que fueron escritos los artículos que componen el presente libro era que precisamente en el que comenzaba a esbozarse la historia del presente. Además, se ha situado el 1989 como el punto de referencia en que se inicia la historia del presente. Hasta un historiador de la talla de Eric Hobsbawn no asimiló el concepto de historia del presente en su obra Historia el siglo XX (1994), declara Julio Aróstegui que advierte de los “equívocos y suspicacias” que se manifiestan en la asimilación de la historia del presente al periodismo.

En la introducción a su texto, Guerrero aborda las dificultades que en enfrentaba la industria azucarera dominicana debido a la sobreproducción mundial de azúcar, así como los esfuerzos del gobierno de Joaquín Balaguer para lograr que los Estados Unidos restableciera el sistema de cuotas azucareras, dada la caída de los precios en los mercados internacionales, que junto al aumento del precio del petróleo impactaron de forma negativa la economía dominicana.

En septiembre de 1977 el presidente Joaquín Balaguer se entrevistó en Panamá con Jimmy Carter, presidente de los Estados Unidos, quien, de acuerdo con Guerrero lo encomió por no haber instalado una forma totalitaria” y conducido al país hacia “democracia pura”. Dichos elogios, asevera Guerrero, crearon la expectativa en los seguidores del mandatario dominicano de que Estados Unidos respaldaría una postulación de Balaguer para un cuarto período, en lugar de favorecer al PRD que poseía sólidos vínculos con la izquierda revolucionaria latinoamericana y muy cerca al régimen de Fidel Castro.

El señor Guerrero hace una ponderación ampliamente positiva de los Doce Años de Balaguer durante los cuales floreció el comercio, se desarrolló la industria, mejoró el funcionamiento de la economía, el país entró en un proceso de pacificación luego de una guerra civil, en un contexto de “relativa libertad y ejercicio democrático” aunque reconoce que hubo intolerancia contras las actividades de los grupos de izquierda. Para enfrentar los graves problemas económicos implementó un programa de austeridad y rescató la industria azucarera que se hallaba paralizada por los efectos de la guerra de Abril, la pésima administración y la hipertrofia de su burocracia. Asimismo, impulsó un amplio programa de construcciones y reforma agraria, estimuló el desarrollo de la industria. Considera que la tolerancia predominó durante estos tres períodos de gobierno pues la prensa operó “en un clima de casi absoluta libertad”, con la excepción de la clausura de varios programas radiales. El propio Balaguer reconoció “el afianzamiento de las libertades públicas” como el principal logro de su gestión.

En el régimen semi autoritario de los Doce Años, si bien se respetaron aspectos del orden democrático como separación de poderes y las elecciones, no se permitió un ejercicio igualitario y libre de la competencia democrática, ni el desarrollo de los partidos políticos que vieron limitado su accionar por el poder de los militares en el Estado. Además, el Congreso y la Justicia se hallaban subordinadas al poder ejecutivo, la oposición política era víctima de acciones represivas permanentes y los ciudadanos no tenían posibilidad de interpelar a los actores políticos. La derrota de Balaguer en las elecciones de 1978 fue posible por el resquebrajamiento de la unidad política del régimen y la acentuación de los problemas económicos que confrontó en la segunda mitad de la década de lo setenta.

La transición del régimen semi autoritario de Balaguer al gobierno del PRD resultó compleja y llena de tensiones. Al conocerse los primeros resultados de las elecciones que otorgaban ventajas considerables al PRD, de manera abrupta los militares liderados por el jefe de la Policía Nacional, general Neit Nivar Seijas interrumpieron el conteo de los votos con la clara intención de propinar un golpe de estado lo cual dio inicio a una crisis que colocó el país al borde de una guerra civil. Aunque es muy probable que el presidente Balaguer no estuviera de acuerdo con una solución de este género, al igual que el Departamento de Estado, se desconoce el papel que desempeñó en la crisis. Lo más probable, como lo sugiere el doctor Wilfredo Lozano, es que haya autorizado a los militares a realizar algún nivel de intervención, o tanteo, que estos exageraron o interpretaron como un mandato golpista. Balaguer aceptó con disgusto el triunfo del PRD y solo el 26 de mayo felicitó al presidente electo. El agudo conflicto implicó que mediante un “fallo histórico” la Junta Central Electoral (JCE) cediera de manera fraudulenta al Partido Reformista el control del Senado que le permitía el nombramiento de los jueces de la Suprema Corte de Justicia y de la JCE.

Sin embargo, Guerrero ofrece una versión más favorable a Balaguer de este proceso. Sostiene que tras ser derrotado en las elecciones, este pronunció su más importante discurso político en su más de medio siglo de “intensa y exitosa vida pública”, en el cual rechazó la posibilidad de “desacatar el fallo de un organismo electoral” o de ejercer siquiera fuera por una hora “una Presidencia usurpada” y “se opuso con energía a que se desconociera el resultado de los comicios de ese año”. En este difícil trance, Guerrero expone que Balaguer puso a prueba su liderazgo y “casi por arte de magia” el panorama político tendió a “normalizarse” rápidamente, los adversarios se sintieron “aliviados”, cedió la presión internacional que adquiría un cariz de “injerencismo internacional”, principalmente de Jimmy Carter y Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, y la confianza empezó a “reverdecer”.

Al analizar el gobierno del presidente Guzmán, el señor Guerrero destaca la adversa situación económica a la que este se enfrentó, dada la caída de los precios del azúcar, el café y el ferroníquel, junto con el creciente aumento del petróleo y sus derivados que tenía un componente inflacionario pues incidía en el precio de muchos productos agrícolas y en la generación de electricidad, que originaron diversas protestas e irritación en los sectores dominados. Además, el decrecimiento de la inversión extranjera, la paralización de las construcciones que era una de las actividades más dinámicas de la economía pues empleaba miles de obreros y mantenía activa la comercialización de insumos para el sector. Estima que la mayoría de los problemas que incidían en las dificultades del Gobierno tenían que ver con el alza del costo de la vida.

No obstante sostener que los gastos excesivos en que incurrió el gobierno de Guzmán, principalmente en pago de salarios, le impidió reactivar la economía en áreas reproductivas y dinámicas y de resaltar que la corrupción alcanzó “niveles exorbitantes”, Guerrero reconoce avances significativos durante el mismo tales como el mejoramiento de los derechos humanos, la profesionalización de las Fuerzas Armadas y el establecimiento de una “real y efectiva” separación de los poderes del Estado, además de que el proceso de construcción de la democracia, iniciado por Balaguer en 1966, entró en un proceso de “madurez”.

Además de las dificultades económicas, el gobierno de Guzmán enfrentó problemas como las divergencias pues mientras asumía una tesitura conservadora en materia de política exterior, el PRD, afiliado a la Internacional Socialista, se solidarizaba con el movimiento independentista de Puerto Rico, con la lucha que libraban los sandinistas contra la dictadura de Somoza en Nicaragua, respaldaban el movimiento insurgente de El Salvador y “mantenía una línea militantemente antinorteamericana”, dice Guerrero. Pero el más agudo escollo que enfrentaba el gobierno era la lucha de tendencias o facciones al interior del propio partido: la del presidente Antonio Guzmán y la del senador Salvador Jorge Blanco que minaron las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Congreso. Conforme a la apreciación de Guerrero en la historia dominicana ningún otro partido había manejado con tanta habilidad el “extraño arte” de hacerle la vida imposible a su propio gobierno como lo hacía el PRD, aunque también reconoce la tendencia de los gobernantes a distanciarse de las directrices del partido.

La crisis del gobierno de Guzmán no fue el resultado de una falta de confianza como lo planteó Balaguer y asume el señor Guerrero sino de factores de gran complejidad como el enfrentamiento entre los líderes del partido, la aplicación de la estrategia de la demanda inducida a través del gasto público para aumentar la producción, el endeudamiento externo a tasas de interés onerosas para cubrir los déficits del sector público, el aumento de los precios del petróleo y el crecimiento desmesurado de la nómina pública llevaron a la bancarrota al gobierno de Guzmán. Pero a pesar de la crisis el PRD conservó el apoyo de las masas urbanas que permitió el triunfo del doctor Salvador Jorge Blanco en las elecciones de 1982, donde también continuó el desgarramiento entre los dirigentes del partido.

En su discurso de toma de posesión el doctor Jorge Blanco atizó la lucha de tendencia al denunciar la corrupción en el gobierno de Guzmán y denunciar que había encontrado un gobierno “en quiebra moral y material” y una burocracia hipertrofiada. Por la gravedad de la crisis económica encontrada, Jorge Blanco impuso medidas de austeridad como la reducción del gasto público, aplicó reajustes salariales y firmó un acuerdo de facilidad ampliada con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que implicaba reducir la intervención del Estado en la economía, disminuir el gasto público y una devaluación monetaria que deterioró el nivel de vida de las masas populares. La crisis alcanzó tal magnitud, dice Guerrero, que “la creación y fortalecimiento de una amplia clase media”, la mayor contribución de Balaguer a la construcción de la democracia, parecía quedar liquidada pues esta entró en un “inexorable proceso de empobrecimiento”.

Antonio Guzmán

Entre los principales factores que a juicio de Guerrero agravaron la crisis económica se encontraban la mala administración, la falta de pulcritud en el manejo de los fondos públicos, la escasa visión de conjunto y del futuro de la burocracia y el desequilibrio en los términos de intercambio comercial. Pero la causa principal de todos los males económicos y financieros en el “desorbitado gasto público”, en el “manejo irresponsable y dispendioso de los recursos”. A estos factores se agregaron el establecimiento de nuevos impuestos como el impuesto a la transferencia de bienes industrializados (ITBI), el ad valoren a las importaciones, el recargo cambiario, el traspaso de todas las importaciones al mercado paralelo de divisas, modificaciones en los tipos de cambio, etc. La aplicación de esta política económica deterioró el nivel de vida de la población, quebró los vínculos del PRD con las masas populares urbanas, su posterior derrota en las elecciones de 1986 y el retorno de Balaguer al poder que encontró una economía prácticamente saneada.

El candidato del PRD, Jacobo Majluta, perdió las elecciones por un estrecho margen de un 1%. Por tanto, no se trató de una “derrota aplastante” o “apabullante” ni como resultado de una votación masiva en su contra como señala el señor Guerrero, para quien las causas de la derrota fueron las “desaforadas pugnas intestinas”, la “impopularidad del partido”, la “corrupción y prepotencia de los funcionarios”, los “rigores de la inflación” y la “indiferencia gubernamental”.

Como se desprende del propio título de la obra, el señor Guerrero hace una valoración negativa del proceso de transición entre 1978 y 1986, el cual califica de “fallido” y solo reconoce limitados avances. A partir de 1978 se inició un nuevo ciclo político denominado “populista democrático” por Wilfredo Lozano en el cual las relaciones entre el Estado y la sociedad pasaron a estar normadas por la movilización de las masas y se verificó un extraordinario crecimiento de la sociedad civil, particularmente del movimiento sindical, del empresariado. El movimiento social, que había estado sometido a constreñimientos salariales durante el régimen semi autoritario de Balaguer, alcanzó importantes conquistas laborales y salariales. Estos grupos se beneficiaron de la liberalización de los precios de los productos agropecuarios dispuesto por el gobierno, y que se habían mantenidos deprimidos para favorecer el proceso de industrialización sustitutiva. Los sectores populares y medios abogaron por reformas sociales y libertades públicas.

Antonio Guzman y Joaquín Balaguer, el día de la toma de posesión, el 16 de agosto de 1978

La desmilitarización del Estado, considerado como el principal logro del gobierno de Guzmán, se ha considerado como el elemento fundamental del inicio del proceso de democratización, pues funcionó como mecanismo de control del poder y de legitimación ante las élites. A partir de este momento las elecciones pasaron a ocupar un lugar central en la vida política dominicana.

La lucha de tendencias, o de liderazgos, que operaban prácticamente como partidos, constituye un eje trasversal de todo el libro del señor Guerrero quien no profundiza en las causas de este complejo fenómeno, cuyas raíces profundas se remontan a la derrota de Jorge Blanco por Antonio Guzmán en la convención de 1977, al distanciamiento de la facción de Guzmán del PRD, que siempre se refería a “mi gobierno” y nombró a sus familiares más cercanos y amigos en los principales puestos del Gobierno, y al carácter heterogéneo de la militancia del PRD. Asimismo, este enfrentamiento, producto de la voluntad de poder de los grupos, obstruía la acción del partido en la sociedad pues impedía la ejecución de políticas orientadas al mejoramiento del nivel de vida de los grupos populares, enfrentaba a dos poderes del Estado como el Congreso y el Poder Ejecutivo, se reflejaba en las organizaciones de la sociedad civil, y como lo ha expresado correctamente el señor Guerrero, incidía en el conjunto de la sociedad.

Ahora bien, ¿se puede considerar “fallida” la transición democrática entre 1978 y 1986 como lo enuncia Guerrero en su libro? Aunque la respuesta es compleja, algunos analistas de la misma, como el doctor Lozano (2012) y cuyas apreciaciones asumimos, consideran que el triunfo del caudillo autoritario representa la mejor evidencia de la solidez de la transición democrática en tanto los actores autoritarios de la etapa previa a 1978 se acogen a las reglas del juego democrático y participan en el proceso electoral donde triunfan.

En las páginas finales del texto, Guerrero detracta la figura de Peña Gómez, el principal líder democrático de la sociedad dominicana en la coyuntura 1978-1986 y hace la apología de Balaguer, el heredero de Trujillo y portador de una cosmovisión racista y autoritaria. Se muestra implacable contra Peña Gómez. Le imputa la responsabilidad de las acciones negativas ocurridas en los dos gobiernos del PRD pues aprobó todas las medidas adoptadas por Jorge Blanco, las “acciones más represivas”, “las peores violaciones” y las más impopulares medidas como el ITBI, el ad valoren y el recargo cambiario. De manera absurda plantea que la democracia dominicana no era el legado del PRD como proclamaban sus líderes.

En contrapartida, y sin la objetividad que se supone debe asumir quien analiza los acontecimientos sociales y políticos, Guerrero idealiza la figura de Balaguer, lo presenta como un dechado de virtudes, un “líder singular” que “sobrevivió a sus contemporáneos”. Los “defectos y errores de sus adversarios” no fueron suficientes por sí mismos para preservar su vigencia. Sus propios adversarios reconocieron sus “invaluables aportes” al proceso de construcción de la democracia, en obvia referencia a su designación en el 2002 como “Padre de la democracia”, que rememora los grandilocuentes títulos otorgados a Trujillo. Al tratarse de un ser superior, quienes le sucedieron en el poder ni siquiera en el campo de los derechos humanos fueron capaces de emular su obra, afirmación que carece de asidero pues en la etapa 1986-1994 hubo un retroceso autoritario que desvirtuó los logros alcanzados en la primera fase de la transición democrática (1978-1986).

Es evidente que Balaguer no puede ser catalogado como un demócrata como lo hace Guerrero pues estableció una semi dictadura (1966-1978) en la cual concentró todos los intereses en su persona, sojuzgó el Congreso y las demás instancias del poder y únicamente respetó algunas libertades básicas. En la primera etapa del régimen implantó lineamientos represivos contra los partidos de izquierda, los líderes del PRD, los dirigentes barriales y propició la liquidación de la mayoría de los líderes que participaron en la revolución de Abril de 1965. Expresándose en términos maniqueístas, Guerrero sostiene que la cantidad de muertos no hace mejor a un gobierno frente a otro.

Sin presentar ninguna evidencia afirma que en los ocho años de gobiernos del PRD las violaciones a los derechos humanos fueron casi tantas a las ocurridas en los doce años de Balaguer, ante lo cual basta referir que entre 1967 y 1971 se registraron 3,276 casos de persecución política, 650 casos de personas asesinadas o desaparecidas. Aunque admite que en parte la vigencia de Balaguer fue resultado de “la ineptitud y corrupción” de sus adversarios, su ascenso de nuevo a la presidencia se produjo como resultado de sus propios méritos, de su “coherencia y consagración” al quehacer político. De lo dicho por Guerrero se puede inferir que fue este ser providencial, del que nunca brotaba un despropósito, ni perdía la serenidad o la compostura, el que vino a “salvar” el país en 1986.