Así reza el título de una reseña tardía publicada el 18 de abril de 2016 a las 12:09 a.m. y firmada por el profesor Néstor E. Rodríguez.  Se trata de Masa crítica, un libro que reúne a 19 intelectuales, dominicanos y extranjeros, y que da cuenta de las Memorias del primer seminario internacional de la crítica literaria en República Dominicana (Véase Masa crítica, Ed. Nacional, Santo Domingo, 2013, 286 págs.).

El mismo título de la reseña escogido por el profesor en cuestión alude a un sentimiento agazapado, alojado en el prejuicio de su autor, dedicado a reseñar no solo libros, sino también sus actitudes personales y complejos de colonizado, esto es, de aquella mentalidad que habiendo llegado a Puerto Rico a los tres años, como emigrante a la isla del encanto, crece allí,  camina por estudios, resentimientos y cambios de personalidad orientados hacia la crítica, a la negación de lo dominicano y la dominicanidad. Más tarde, y después de haber logrado en Puerto Rico su Bachelor en literatura comparada, entiende que está preparado para vengarse de la República Dominicana y emprende su anhelada tarea.  Así lo ha hecho hasta hoy.

El volumen Masa crítica, publicado por el Ministerio de Cultura en el 2013, fue el resultado de un Seminario Internacional de crítica literaria, publicado a través de la Dirección de Gestión Literaria y realizado los días 24 y 25 de febrero de 2012 en el Hotel V Centenario, en Santo Domingo. Luego de tres años y algo de haber sido publicadas las Memorias como libro, escribe el señor Rodríguez su “reseña”.  La misma le tomó todo ese tiempo para producir este “asombroso” resultado propio de su “cosecha” intelectual. He aquí el resumen de su “reseña”:

“Resulta altamente irónico el constatar que la sociedad que produjo a un Pedro Henríquez Ureña, modelo de precisión en la crítica literaria, termine engendrando a su vez una estirpe de críticos que, practican con disciplina (sic) la mediocridad”.

El lector que lee este aserto puede darse cuenta de la saña, el odio y la distancia creada por el sujeto en cuestión, de sus orígenes dominicanos, pues el mismo acusa a la “disciplina” de la mediocridad de la estirpe de críticos dominicanos, pero se sale de ella siendo él también de dicha “estirpe”.

Más adelante, el profesor catedrático de la Universidad de Toronto, vomita el siguiente aserto:

“Pienso que es no exagerado conjeturar que la crítica literaria en República Dominicana es prácticamente (¡!) inexistente si se la examina a la luz de los estándares académicos (sic) que modulan ese campo a nivel mundial”.

Luego de emprender su “provechosa” operación quirúrgica sobre la crítica literaria, “prácticamente inexistente” en el país, el autor de marras se dedica a bombardear y, como siempre, a provocar, difamar y sobre todo a tergiversar las ideas y los juicios emitidos por nuestros críticos y también la de los extranjeros que allí participaron, siendo así que su perspectiva colonizada, y más que todo presa de su complejo de “superioridad” se orienta hacia otra de las conocidas perlas repetidas por él ad nauseam:

“Muy pocos de los críticos literarios que desarrollan su obra desde la República Dominicana se preocupan por diseminar su trabajo en revistas especializadas del ámbito internacional.  La razón salta a la vista: la producción de la inmensa (¡!) mayoría de estos críticos jamás pasaría el cedazo de los comités de evaluación de ninguna publicación arbitrada de prestigio.”

La acusación teratológica (monstruosa) del profesor Rodríguez es la del “enemigo”, un sujeto que más odio no puede ya ofrecer en contra de sus orígenes, de su distancia del país.  Desde el imperio de una razón o sinrazón dominante, el académico neocolonizado la emprende contra su principal obstáculo: la República Dominicana. El profesor Rodríguez es un indocumentado que no posee ni ofrece informaciones serias ni precisas sobre el objeto que aborda.  Pero además está acostumbrado a hablar “con boca de ganso”, sin pruebas que lo avalen ni demostraciones concretas específicas. No es una persona que lee o que conoce los textos, sino que fabula en torno a lo que se dice de los textos.

De ahí que el mismo Pedro Henríquez Ureña sea tocado por la vara de la difamación y tergiversación de dicha boca, abierta para destruir y supuestamente criticar el racismo de PHU, pero sobre todo sus “puntos sombríos”.  Hemos destacado a lo largo de estas reflexiones y precisiones los detalles del autoritarismo y la falsificación de un profesor que pasa por especialista, universitario, “crítico” y “autoridad” en materia de cultura, lengua y literatura dominicana, pero desde Canadá, donde reside desde haces unos años, alejado de lo que se hace en el país en materia de cultura.

Lo grave del caso es lo que esconde la mencionada reseña del  profesor Néstor E. Rodríguez.  La conclusión de la misma es la siguiente:

“Ausente o balbuceante, el panorama de la crítica literaria dominicana exhibe una precariedad que obra en detrimento del conocimiento de la literatura nacional más allá de nuestras fronteras.”

Esta conclusión remite, sin lugar a dudas a un expediente de barbarie  “imperial” y neocolonial exhibido con ignorancia y prepotencia por un sujeto atravesado por el síndrome de cierta mentalidad colonizada y colonizante de nuevo tipo que se gesta en, y desde las aguas del arrimo en un país de acogida del sujeto en cuestión.

Lo peor de esta conclusión es la saña, la pose y su orientación hacia la difamación, hecho este que nunca exhibió el maestro Pedro Henríquez Ureña en su magisterio intelectual.

El profesor Néstor Rodríguez no conoce bien la República Dominicana.  Pero teniendo el talento, la madera de megalómano y mitómano, inventa un sueño de su pretendida “autoridad” gobernada por su violencia inducida y producida contra la República Dominicana, en un acto de desesperación desde el cual no atina a sopesar sus palabras ni sus pre-juicios sobre el país, y, acompañado de un “grupito” de adláteres  que se mueven en esas arenas, la emprende contra lo poco que ha logrado quedar en pie después de la catástrofe política y cultural provocada por el Estado dominicano actual  y los signos del imperio neoliberal.

Desde estas ideas y explicaciones lo que quiero dejar claro es la vuelta a la lectura de PHU, pero no para mitificarlo ni tergiversar o usar sus obras para denostar a otros.  Prefiero invitar a re-leer el corpus textual, pedagógico, filosófico y lingüístico del maestro.  Es la única forma de despejar dudas sobre sus ideas sobre América y el Caribe en un momento de crisis y alteridad de todos los paradigmas ideológicos que nos han impuesto desde la dominación política imperial y nacional.