El traspaso de mando en la UASD reflejó nuevamente las pocas posibilidades de cambio que puedan darse allí para reorientarla y colocarla en un sitial de respeto en el ámbito de la educación superior a nivel regional. La elección de sus autoridades y el discurso de instalación fueron otra vez reediciones del pasado.
Es obvio que esas autoridades poseen las cualidades necesarias para las funciones escogidas. Nadie lo pone en duda. Pero mientras la elección se haga por votación popular, con intervención abierta de los partidos políticos, como si se tratara de una elección presidencial, con inversiones en propaganda que incluso traspasa el ámbito físico de sus recintos, la universidad no encontrará el camino de su redención; lo que necesita para superar las situaciones de caos, escasez y déficit que ha degenerado en una merma de la calidad académica. Su modelo de elección, por más méritos que se le reconozcan a los elegidos, seguirá sumiendo a la universidad en crisis permanente, sin posibilidad de plantear solución real a su problema fundamental que, más que económico o financiero, es de naturaleza académica.
El discurso de instalación de la nueva rectora fue casi una copia de sus antecesores en el cargo. Un texto de denuncia de las precariedades económicas, del mal uso de los recursos que el Estado entrega a la universidad, con las consabidas promesas de reformarla y reorientarla por el sendero que prometieron sin lograrlo todos y cada uno de los que la antecedieron en la rectoría.
La raíz del problema tal vez radique en la falsa creencia de que una universidad guiada por motivaciones políticas es un auxiliar del desarrollo y del cambio social. Cuando el verdadero aporte de la UASD al cambio tiene que hacer de ella una fuente esencial de conocimiento y no un simple centro de graduación de profesionales con títulos que no servirán de mucho al país ni a quienes lo poseen.