La vida humana está mediada por ideas, creencias, cosmovisiones que heredamos y construimos en la interacción con el medio y con los demás. Estas adquieren cuerpo y se organizan en redes de significantes culturales y, por tanto, lingüísticos-simbólicos que nos permiten filtrar lo que experimentamos y cómo lo hacemos. Estos sistemas de ideas y creencias no se nos muestran uniformemente en la cotidianidad, aunque está claro que se enlazan con las prácticas y acciones en los distintos órdenes de la vida. Puede que en un momento dado no sepamos qué es primero: si las ideas y creencias o las prácticas y acciones. Lo que queda claro es que uno y otro se representan de diversas formas y esas representaciones o construcciones imaginativas son las viajeras y la que eficientizan el impacto que pueden tener las ideas en las prácticas.

En otras palabras, los seres humanos estamos poblados de imaginarios socialmente construidos. Estos imaginarios filtran nuestra relación con el mundo y con los demás en todos los ámbitos de la vida humana. ¿Cómo los aprendemos? A través de la integración y la socialización al cuerpo social. ¿Cómo se expanden por el entramado social? A través del lenguaje en todas sus formas y a través de las repeticiones miméticas de acciones y prácticas dispersadas por diferentes medios.

Amparado en estas ideas postulo la crisis de un imaginario social: la paternidad responsable. La paternidad no es un vínculo natural sino un constructo forjado en la relación expresa y explícita entre el padre y su prole.  Contrario al vínculo materno, creado por la conexión natural entre madre-progenie, el vínculo paterno es un reconocimiento mediado por la cultura y la voluntad individual. Hay mucho de simbólico y afectividad en la relación parental entre el macho y sus hijas e hijos. Aunque la concepción de la paternidad ha evolucionado con el devenir histórico, lo que postulo como crisis es una concepción particular de este fenómeno y en un aspecto entre muchos otros, el simbólico. El modelo de padre responsable tal y como lo hemos pensado-imaginado culturalmente está en una profunda crisis.

Sería fácil aducir que esta crisis del imaginario de la paternidad responsable ha sido cosa de antaño. Los mismos mecanismos en las relaciones de pareja, forjados desde una sociedad esclavista y patriarcal, crearon las estructuras reproductoras de modelos de conductas aprendidos socialmente e, igualmente, del modo en que se representó la vivencia de estas prácticas que chocaban con el ideal de una paternidad responsable. Ciertamente, conjunto al desafuero de esas prácticas comunes la ley ha estado presente para constreñirlas, con éxito en algunos casos; con fracasos en muchos otros.

Un ejemplo de la crisis del modelo de paternidad responsable tal y como lo vivimos se hace patente en los cientos de niños y niñas que son dejados en orfandad por muertes violentas. Añádase también los niños y niñas que deambulan por las calles de las principales ciudades dominicanas. Estos casos extremos no acallan el fenómeno más recurrente: la desvinculación afectiva y económica de los frutos de una relación interrumpida. Como bien dice el argot popular: se divorcian también de los hijos.

Una razón para la crisis de la paternidad responsable tal vez haya sido su vinculación con los valores morales de la religión dominante. Pensar en paternidad responsable es pensar en una obligatoriedad emanada de un mandamiento o una verdad de fe. Si entra en crisis la ligazón con el mundo religioso, pues entra en crisis todo lo vinculado con ella.

Podría pensarse que la solución es la disolución del imaginario del ideal religioso; lo que resulta casi imposible en nuestra cultura. Lo que importa ahora es la asunción de la responsabilidad individual en una nueva vivencia de la paternidad. En esta nueva vivencia la obligación que se origina desde la estima de sí, como persona que se cultiva a sí misma bajo el paradigma de la vida buena, permitirá vivir unas relaciones parentales acorde a los nuevos tiempos y en el que se posibilita el desarrollo no solo de la prole, sino también del padre.

Resulta que es imposible ser bueno hacia afuera, hacia lo público, cuando en lo privado se disocian las responsabilidades parentales y la ética.