Puede que a muchos resulte extraño  el propósito político de una  transición democrática en la coyuntura del país, porque no estamos bajo la dictadura de Trujillo, o como la de Pinochet en Chile; ni la de Franco en España; para sólo citar tres casos de regímenes totalitarios.

No obstante, estudiosos de los procesos políticos  y las ciencias sociales en general hablan con mucha propiedad de que una transición democrática es necesaria para superar regímenes no necesariamente tiránicos, pero que, habiendo negado a estos,  han sido cooptados por élites políticas y sociales que han convertido la democracia representativa en una formalidad, apelando a las artes más diversas e imperceptibles del fraude; al uso y abuso de los recursos del Estado para mantener cautivas clientelas de votantes, cercenando el principio de la alternabilidad del poder, para legitimar sus particulares intereses.

Si hay un caso con todas estas características, es el del PLD en  el poder, y de tal envergadura es su presencia en la dirección del Estado, que existe un consenso en la oposición al decir,  que nadie le gana sólo a ese partido. A esta se añade otra conclusión unánime también, tan importante como la anterior, cuál es, que no habrá cambios democráticos en el país mientras ese partido sea gobierno.

No ha llegado a los niveles del viejo PRI de México en materia de ser partido/presidente /régimen,  pero se parece mucho;  y si logra convalidarse en el poder más allá del 2020, fortalecerá esa cualidad.

La actual  es una coyuntura especial, de posibilidad de cierre de época y apertura de una nueva;  y como tal se la debe valorar. Hay coyunturas y coyunturas, y en cada una los apremios son diferentes y es un desatino dar a todas la misma respuesta. Las elecciones de 1962 y las de 1982, planteaban desafíos muy diferentes. Las primeras serían punto de partida y señalarían el rumbo del proceso democrático, tras la caída de la dictadura de Trujillo.  Esa era la coyuntura. En las segundas, 20 años después, ya se había conquistado un espacio mínimo de libertades y derechos democráticos, era claro ya  que el PRD no empujaría a una reforma democrática del Estado, no era inminente el peligro del retroceso a la intolerancia de 1966- 78; y por tanto era atinado desarrollar una propuesta electoral con perfil progresista/ izquierda propio, como en esa ocasión podíamos todos hacerlo concentrados en la Unión Patriótica (UPA). Esa era esta coyuntura.  Pero este buen juicio no apareció en la izquierda y el bipartidismo tomó cuerpo.

Las de 1978, plantearon la posibilidad, y la urgencia, de poner fin al régimen de represión e intolerancia, y sólo el triunfo del PRD sobre el partido de Balaguer lo hacía posible. Esa era la esencia de la coyuntura. Pero la mayoría de grupos de izquierda no hicimos esa lectura.

En las de 1986, se enfrentarían otra vez el PRD y el partido de Balaguer, con posibilidades de que, como sucedió, este regresara al poder. El PRD quiso convertir "el peligro del retroceso" en la esencia de la coyuntura para ganarse el voto progresista y democrático avanzado de entonces. Pero ese "retroceso" no era un peligro, y en consecuencia era atinado desarrollar un polo electoral progresista/izquierda. No hicimos la lectura correcta, y este papel se lo propuso el PLD con mucho éxito. Gran parte de la intelectualidad que había girado en torno a la izquierda y el progresismo, apoyó la candidatura del profesor Bosch y resultó que el PLD rompió el bipartidismo, y ahí comenzó su proceso para ser lo que es hoy.

En las de 1994- 96, tampoco hicimos la lectura adecuada de la coyuntura, y por omisión algunos, y comisión otros, facilitamos que el neotrujillismo trasvasara sus fuerzas sociales y mañas de dirección de Estado al PLD. Y aquí lo tenemos:  aplastando  todo, colocando el país, y a sus fuerzas políticas de oposición, en la necesidad de plantearse "la regeneración democrática", "una transición democrática", "cambios democráticos", como urgencia histórica.

Un  punto de partida, si se quiere, elemental, después de 58 años de haber caído la dictadura de Trujillo, y cuando en parte de América Latina desde 1954 hasta hoy, han transcurrido tres olas de procesos políticos avanzados ( la revolución cubana, la revolución sandinista y su impacto en Centroamérica, y el proceso bolivariano con el Comandante Chávez como estandarte).

De  aquel déficit, o la mala, o ninguna lectura, de cada coyuntura, son los apremios mínimos  de hoy.

En la coyuntura en curso es un hecho objetivo la disputa entre danilistas y leonelistas, que, como fisura en el sector a enfrentar, es obligado incluirlo como una reserva importante de la táctica. Pero no se puede hacer de eso una apuesta importante en el propósito de desplazar al PLD del poder central;  ni mucho menos, incurrir en el dislate de tomar partido por uno de los dos; porque lo que resulte de esa disputa es un enigma,  y los propósitos políticos no se definen con hipótesis ni viendo tazas.

Sobre todo a partir de otros hechos objetivos también en torno a ese partido,  y que siempre será bueno repetir para que se tenga presente; cuáles son, es la principal marca política, cualquiera que sea su candidato, dicen las encuestas; tiene el poder en sus manos y lo usa de manera inescrupulosa para sus propios fines; está constituido por Sargentos Políticos, habilitados con toda la logística para movilizar votantes; su gente no está en disputa por diferencias de ideales ni causas sublimes.

Y todo eso, en un país en el que ningún líder se retira. Por más derrotado o acabado que parezca, y hasta por más viejo que sea, siempre ha querido volver y nunca ha quemado las naves.

Todo lo anterior, en un  contexto en el que predomina el mercado, como  punto de encuentro entre oferta y demanda de conciencias.

La cuestión principal de la coyuntura es la necesidad de salir del modelo PLD de gobierno, abrir compuertas a un proceso de transición democrática, visto este como un curso de acciones continuas en el tiempo, encaminado a desmontar el régimen,  que ha hecho posible que cayera Trujillo, pero no el trujillismo; desapareciera Balaguer, pero no el balaguerismo; se hayan reciclado con un plus todos los anteriores en el peledeísmo; y este quiera continuar como mínimo hasta el bicentenario de la República, según ha dicho.

Hay que ganarle al PLD y consecuentemente desmontar el peledeísmo;  para un ¡Nunca jamás! a esos modelos de partido/presidente/régimen; llámese luisismo, hipolitismo, guillermismo, antonismo, minouismo, mariateresismo, hubierismo, fidelismo,  o cualquier derivado del que, con todos sus derechos, tengan otros peledeístas  en el futuro, pero en condiciones de otro régimen de instituciones.

La coyuntura plantea la posibilidad de cierre de una época, y la apertura de una nueva. Como en 1962, 1978 y 1994-96.  Para eso es necesaria una gran unidad de propósitos,  y electoral, que proporcione la base social suficiente para los cambios, del PLD en el 2020,  y los que deben seguir para desmontar el régimen actual. Esta es la coyuntura.