A nivel de opinión pública cada día cobra vigencia la expresión que reza «La COVID-19 llegó para quedarse». Nosotros consideramos que la generalidad de las enfermedades han irrumpido en la sociedad para establecerse, principalmente en las comunidades donde se hacen endémicas o sea en los lugares que por una diversidad de factores se favorece su reproducción. Al igual que la COVID-19, en su oportunidad arribaron de modo terrorífico: el cólera, viruelas, fiebre amarilla, tuberculosis, paludismo, peste bubónica, lepra, sarampión, meningitis, difteria, sífilis, poliomielitis, sida y un largo etcétera. No llegaron contratadas por temporadas, les encantó el ambiente indefenso de la tierra y se hicieron residentes permanentes, ha sido la acción progresiva de la investigación biomédica, que ha impedido que estas enfermedades aniquilaran a todas las generaciones que nos han precedido.

En el pasado era muy limitado el desarrollo de la medicina, por lo tanto las epidemias se extendían por largos periodos. Es inolvidable la recomendación epidemiológica del doctor Bahi en el siglo XVIII ante la llegada de un inminente brote de fiebre amarilla, participó a la población el siguiente tratamiento:  “Como los médicos sabemos muy poco sobre el modo de obrar de este enemigo mañoso, procurad vosotros evadirlo con la fuga, y no os dejéis alucinar de teoría vanas” . Un mensaje insólito pero cargado de sinceridad, la medicina no tenía respuesta terapéutica para la fiebre amarilla.

Por suerte en el mundo de hoy recogemos las cosechas de las vicisitudes y esfuerzos del pasado, que nos han permitido una impresionante tecnología médica adecuada para enfrentar y mantener controladas las patologías antes mencionadas que pretendían un asedio perpetuo de la humanidad, y al mismo tiempo estar alertas para enfrentar con la investigación biomédica las nuevas enfermedades que se presenten como la COVID-19. Hemos observado como en menos de un año se aceleraron todos los requisitos lícitos para allegarse una vacuna contra la patología y se ha logrado obtener dos tipos de vacunas que vienen enfrentando con éxito al nuevo invasor patógeno. Con los modelos de vacuna se hicieron las pruebas experimentales básicas y ante la urgencia desde que se determinó su efectividad se ha iniciado el contrataque a la enfermedad, que ya viene aportando sus frutos porque a nivel mundial y local la COVID-19 empieza a batirse en retirada.

Estamos quizás en el proceso pendiente más delicado, y es evaluar el periodo de duración de las vacunas, que como todas las demás tienen una etapa donde disminuye la titulación de anticuerpos y es necesario un refuerzo. Con las actuales vacunas dada la rapidez de su implementación, es una interrogante que solo puede ser respondida sobre la marcha, adjunto a investigaciones serias sobre el particular. Cualquier modificación como ha ocurrido en el pasado con otras vacunas no constituiría un inconveniente mayor, porque las estructuras generales de las vacunas ya  han demostrado su eficiencia y esto es lo primordial. El otro aspecto es el más delicado, persuadir a quienes todavía se aferran en el inverosímil cuestionamiento de las vacunas en general alegando diversas motivaciones, sin aval científico de ninguna especie.

Sería injusto regatear la presteza de las autoridades locales al realizar todas las diligencias pertinentes para obtener vacunas y desarrollar un plan general de inmunización. En nuestra historia de la medicina esta actitud merecerá una distinción especial, cuando se le compare con las actitudes de gobernantes como Trujillo, que en medio de una horripilante epidemia de difteria ni siquiera su hijo mimado Ramfis escapó de la patología, porque no estaba vacunado, cuando ya existía la vacuna de Ramón, que era efectiva en la prevención de la difteria.

En lo que si han pecado las autoridades es en el exceso de protagonismo. Hasta el presente se han administrado cerca de diez millones y medio de vacunas, pero desde principios de julio rondan cerca de 5 millones los vacunados con dos dosis. Lo que nos dice que el proceso luce algo estancado y en mucho tiene que ver la desafortunada actitud de las autoridades, en vez de insistir en una mayor cobertura para lograr vacunados con dos dosis, empezaron a implementar una tercera vacunación a partir de un mes de la segunda inmunización con una vacuna diferente, sin presentar estudios que avalarán esta decisión. Con este proceder  sembraron suspicacias sobre la efectividad de las vacunas utilizadas en principio. Hasta el presente no se ha presentado una explicación válida sobre este proceder.

Para atenuar las quejas agregaron que esa tercera dosis sería “espontánea”, ese vocablo de inseguridad en el ámbito médico generalmente es próscripto. El médico debe hablar con seguridad, si son dos dosis, son dos dosis, si son tres son tres. En el manejo ante el paciente ambulatorio desde el ámbito semiológico el médico debe tener el sentido de autoridad, para no dejar anidar dudas y lograr que el tratamiento se cumpla como se ha planificado de modo previo.  Es incuestionable la necesidad de una dosis de refuerzo, no obstante por la prontitud que se han desarrollado y aplicado las vacunas todavía se discute el lapso de tiempo del refuerzo, que se estima entre los tres y seis meses, no inmediatamente al mes de la segunda dosis, siempre otorgando prioridad a los inmunodeprimidos. Los países que están en esa línea han logrado previamente inmunizar con dos dosis al menos al 70% de su población.

Pero hay actitudes imprudentes que se convierten en buenas. Aunque lo correcto era insistir que el 40% no vacunado lo hiciera aunque sea con las dos primera dosis, el mínimo porcentaje que ha sido inoculado con la tercera dosis no ha presentado a rasgos generales reacciones secundarias, que es una de las objeciones que hacen los antivacunas. Aunque es cuestionable el referido protagonismo sin aval científico, se ha comprobado que una, dos o tres dosis de las vacunas contra el Covid-19 presentan escasas reacciones secundarias, y tienden a proteger contra la enfermedad. Este es otro estandarte a levantar para enfrentar las voces antivacunas, herederos agoreros que desde los tiempos cuando Jenner inventó la vacuna de la viruela, su acción ha sido desvivirse interponiendo todo tipo de subterfugios para oponerse al irrefrenable avance de la ciencia.

Las enfermedades no son turistas en el planeta tierra, llegan para quedarse. La disminución de su espiral patógeno está determinado por las acciones de las investigaciones biomédicas que contribuyen a controlarlas al grado máximo. Por lo tanto, contra la COVID-19 las medidas de prevención personal y las vacunas son las eficientes armas que la ciencia ha puesto al servicio de la humanidad para volver a la ansiada nueva normalidad. De modo ineludible, ese modelo de neonormalidad debe contemplar al inesperado e inoportuno vecino llamado Covid-19, pero reiteramos acompañado del control que nos proporcionarán principalmente las vacunas y las medidas de prevención epidemiológica, como ha ocurrido con otras enfermedades que son habituales o comunes en el perfil patológico ecuménico. ¡No hay tutías!