Se preguntaba Pascal, allá por los mil seiscientos, “Pero, ¿qué quimera es el hombre[1]? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de la verdad, cloaca de la incertidumbre y el error; gloria y hez del universo. ¿Quién desenmarañará este embrollo?”

Todos los días, absolutamente todos los días, escucho o pronuncio frases como las siguientes: “esto se jodió, aquí no hay nada que hacer”, “aquí todo el mundo roba, y si no han robado es porque no han tenido la oportunidad”, “este país es pura basura, dominicanos-as ausentes no vengan a esta jungla”, “aquí nada vale la pena, este país hay que dejárselo a los delincuentes”, ¿para qué voy a ir a la Policía Nacional, si ellos son los principales delincuentes? No tiene sentido poner ninguna denuncia en ese antro”, “vengan a ver la percepción, todos los días matan uno-a”, “aquí no se puede creer ni en tu sombra”, toy[2] jarta/ toy jarto”.

La vida no es fácil. En todos los lugares las mismas mezquindades, en todos los espacios los egos reverdecen, lo que permite que en lugar de que nos guie la compasión, nos carcoma el egoísmo. Personas que trabajan por “la transparencia,  la institucionalidad y  el respeto de los derechos” ocultan información y manipulan decisiones. En el mundo laboral, puede resultar mejor “negocio” ser mediocre y servil, que ser eficiente y exigir que respeten tu dignidad. El secuestro de la democracia se da en todos los espacios, escuchas apasionantes defensas al Estado de Derecho, seguidas de justificaciones  y explicaciones de por qué es  necesaria y comprensible “la actuación política” del “tirar la piedra y esconder la mano” cuando se trata de “negociar” derechos por parte de autoridades. Y de esa forma “justifican” que el Poder Ejecutivo,  como su popularidad ha bajado 32 puntos, no defienda su propia observación al  Proyecto de Código Penal.

Ahora bien, al leer los párrafos anteriores podría pensarse que fueron escritos desde la desesperanza más espeluznante, por lo que vale la pena aclarar que no es así. Veamos el contraste: en este país, la gente se levanta día a día y se sobrepone a todo lo descrito y a mucho más. Protesta, se expresa, bebe, baila, canta, juega dominó, visita moteles (la percepción es que es un negocio que da grandes beneficios), denuncia, se queja y exige un país que funcione mejor.

Toda esa expresividad, la que dice que nos jodimos y la que exige un país mejor, coexiste, y presenta grandes matices. Por ejemplo, nos quejamos del desorden y de la suciedad en la ciudad, pero cada quien quiere manejar como se le antoje, tira basura en lugares inadecuados y encontrarte un hombre orinando en la vía pública es parte del paisaje. Y parecería que todavía nos resulta distante e irrealizable la idea de que tenemos derechos.

Esta semana salió una noticia sobre la muerte de 14 recién nacidos/as en la Maternidad La Altagracia, el gobierno en lugar de pedir disculpas y tomar medidas para que nunca vuelva a pasar algo tan desastroso como eso; justifica la situación e intenta hacernos creer que eso es normal. El mismo gobierno, que cuando quiso remover las autoridades de un hospital (por el motivo que fuese, lo desconozco) se escandalizó de la muerte de 8 niños y niñas, ordenó una investigación y prometió sanciones frente a lo que calificó como un escándalo imperdonable.

Estas 14 o 17 muertes (hay dos versiones) ocurrieron el pasado fin de semana, aquí, donde se restringe el derecho de las mujeres a decidir sobre la interrupción de un embarazo en situaciones graves y puntuales que comprometen su propia vida. Ninguna de las autoridades eclesiales que están presionando a las autoridades políticas, y ninguna de las autoridades políticas, que se están dejando presionar, han expresado su estupor por estas muertes.

La penalización del aborto no tiene que ver con el interés en la vida, es un asunto de poder, es no permitir que las mujeres tengamos decisión sobre nuestras vidas. Como dice Simonne de Beauvoir, “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” dominación y control, he ahí el gran motivo.

Ante este panorama, que parece sombrío, ¿qué hacer?, lo primero es no permitir que nos roben la alegría, los sueños y la razón de ser (seres humanos libres), y desde ahí construir. Mi aspiración es que seamos un poco más desobedientes e irreverentes, no podemos seguir permitiendo que quienes detentan el poder nos ignoren. Un poco de trasgresión tampoco nos viene mal, la docilidad no ha construido pueblos libres.

Sigamos superando el cansancio generalizado, articulando protestas y propuestas, exigiendo que el Estado funcione. Para vivir bien, se requiere voluntad, estar aquí y en el ahora. Que las disquisiciones existenciales de Pascal no nos sean válidas, que construyamos desde la legitimidad de nuestro existir y entonces podamos decir que ser personas vale la pena.

[1] Evidentemente para Pascal las mujeres no pensábamos, éramos objetos, a lo sumo sub humanas… Tantos siglos después nos quieren seguir ignorando…

[2] Estoy