En la magnífica película “Espartaco” (1960) del ingenioso y brillante director Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo título de Howard Fast, se escenifica la intervención de uno de los senadores romanos diciendo: “Craso es el único hombre de Roma que no se ha doblegado ante la corrupción republicana. Yo tolero una república corrompida que asegure la libertad del pueblo, pero no toleraré la dictadura que pretende imponer Craso sin ninguna libertad”.
Quienes así piensan asumen el problema de corrupción como una “causa”, cuando en realidad es un “efecto”. El abogado peruano Enrique Ghersi, en “Economía de la Corrupción” (2006), indica que los que suelen caer en ese error asumen la visión normativa del “Debe Ser”, sobre la positiva del “Ser”. Dice: “Todos nos preocupamos por el problema, pero creemos que lo que ocurre es que, como somos demasiado corruptos, no funciona el sistema, no funciona la democracia y no funciona la ley, cuando es exactamente al revés. Cómo no funciona el estado de derecho, como no funciona el sistema institucional, se produce la corrupción como una alternativa para que la gente pueda desarrollar sus diferentes actividades económicas”.
Nada es menos cierto que las dictaduras son más proclives a la transparencia y que en las mismas se progresa, tal y como opinan algunos. Nuestro país ha crecido y avanzado más en la post dictadura, las estadísticas están disponibles y muy claras. Particularmente, estoy de acuerdo con Churchill, cuando afirmó que “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”.
La democracia, debe ser un sistema que se base en la incredulidad de la bondad humana y estar consciente de que la codicia es también humana. Por esto debe contar siempre con la existencia de controles eficientes y contrapesos que impidan el abuso del uso del poder, pero más que nada que la sanción sea de aplicación real y disuasiva, cuando se viole la ley.
Para que la corrupción se manifieste y persista, según A. K. Jain, en “Corruption: a review” (2001), es necesario que se den las condiciones siguientes: a) Poder Discrecional, el funcionario público debe tener la autoridad suficiente para regular y administrar políticas de manera discrecional. b) Rentas Económicas, el poder discrecional debe permitir extraer ingresos existentes o crear otros que pueden ser cobrados y c) Instituciones Débiles, los incentivos políticos, administrativos y legales deben ser suficientes para que animen a los funcionarios a utilizar su poder para extraer o crear ingresos. Aquí, una vez más, el autor sólo toca la parte gubernamental, dejando de lado a quienes pagan. Éstos argumentan que, de no hacerlo, no operan, no crecen y crece el círculo vicioso, pero como consecuencia, no como causa.
Sobrecargar una economía con regulaciones, puede hacer que la corrupción, según D. Osterfeld, en “Prosperity versus Planning: How The Government Stifles Economic Growth”, Oxford University Press (1992), se manifieste en dos formas, una de la cuales será “expansiva”, que incluye actividades para aumentar la flexibilidad y la competitividad de la economía, un ejemplo de esto sería el soborno que ayuda a motorizar las economías. Algunos economistas han argumentado este fenómeno como positivo y Toke S. Aidt, en “Economic Analysis of Corruption: a Survey” (2003) ha titulado a ésta como “corrupción eficiente”, aquí se manifiesta una media verdad, pues surge la pregunta dónde queda la libre competencia que abone la eficiencia productiva y comercial. La segunda, “restrictiva”, que limita las oportunidades de intercambio y beneficio social, tornándose nociva en cualquiera de sus manifestaciones.
Lo de la justificación de la corrupción no es nueva, hace tiempo escuche que sin esa permisividad hubiera sido muy difícil la acumulación de capitales, así como forjar, ampliar y diversificar una burguesía que fuera capaz de generar inversiones que generaran riquezas. Esto más que nada se puede interpretar como la capitalización de proyectos y realidades políticas. Surge entonces otra pregunta ¿Qué sería si el efecto multiplicador generado por las inversiones y gastos de todos los gobiernos se hubieran ejecutado en virtud de la libre competencia? Seguro habría acumulación de capital, aunque quizás políticamente insegura, para algunos.
Lo del concepto de “corrupción eficiente”, tampoco es tan novedoso, G. Bueno, “Juicio Ético y Moral a la Corrupción Política” (2011), cita lo que dijo el estadista alemán Otto von Bismarck a uno de sus ministros: “Roba, pero moderadamente, porque así podrás mantener el puesto, trabajar para los demás y un poco para ti, y todo funcionará mejor”. ¿Pero cuál sería un nivel de corrupción moderada u optima? Quien se apropia indebidamente de un peso como el que roba millones debe ser denominado como “Ladrón”, aunque las penas deben ser equitativas, al parecer, históricamente, los ejemplos no se corresponden, recordar la cita de “Los Miserables” en la entrega anterior.
La lucha contra la corrupción debe tender a su erradicación, la realidad nos muestra, tal y como ya hemos apuntado, que ésta se podrá controlar a niveles óptimos, más no eliminarse del todo.
En nuestra próxima entrega, analizaremos el alcance de la “corrupción óptima” y de su realidad posmoderna.