La corrupción en la Republica Dominicana se ha convertido en una enfermedad social que abarca la mayoría de los sectores tanto el privado como el sector público, siendo este más notorio en el ámbito público que envuelve el aparato gubernamental, debido a que el Estado continua siendo el mayor empleador y el ofertador de plazas de trabajo, en una población con una deficiente maquinaria industrial y un alto índice de desempleo que convierte al Estado en la mayor fuente generacional de puestos de trabajo y posiciones administrativas, que generalmente se acompañan de altos salarios y beneficios no comparables con los del sector privado o del grupo informal.

Definitivamente que al revisar la corrupción en general la mayor descomposición se nota en el tren gubernamental, actitud y conducta que nos ha afectado desde nuestra fundación como república, manteniéndose presente en nuestro diario vivir, aumentando en una forma gradual hasta alcanzar niveles inimaginables en nuestra vida institucional actual, prácticas y conductas tan familiares y por todos conocidas, que hemos llegado a pensar que estos hechos dolosos sean aceptados y convertidos en parte de “nuestra cultura e idiosincrasias” lo que ha creado raíces profundas en nuestro inconsciente colectivo y carácter social de la población. En los últimos cincuenta años la corrupción ha seguido un curso gradual en ascenso presente en los diferentes gobiernos de turno, notándose una agravación de este mal en los últimos veinte años, dejando un marcado daño a la institucionalidad nacional y una franca desmoralización en la sociedad.

Sería ilógico pensar que una enfermedad social tan severa, como la corrupción podría mantenerse y existir por tiempo indefinido sin causar un daño catastrófico al paciente (léase a la Nación), Ilógico sería pensar que el ignorar o mirar en otra dirección y justificar la participación o la complicidad de muchos que la practican o la perciben como como una conducta “normal o virtuosa”, podría aminorar el daño psicológico y social que esta ha causado.

La corrupción es un tema escabroso e hiriente en la mayoría de los dominicanos, el cual se trata de minimizar, racionalizar y hasta de justificar con un cierto dejo de “legalidad e idiosincrasia cultural” y a través del ardid de una opinión consensuada que alega “que todos lo han hecho, es cultural y esta institucionalizada” dándole un matiz de excusa a esta práctica delincuencial, criminal y vergonzosa. Nada más falso, perverso y engañoso, ya que cien, un millón o cien mil millones de actos deshonestos no hacen de estos una acción honesta o virtuosa.

En la actualidad nuestra sociedad se preocupa y resiente estas prácticas dolosas, pero no entiende de un todo el significado de la corrupción y sus modalidades entre las que se incluyen el contrabando (de armas, de humanos, bebidas, comestibles y cualquier otro tipo de bienes de consumo), el soborno, tráfico de influencias, el uso y abuso de los bienes del Estado, delitos de peculado y una justicia prostituida donde por sobornos u otros medios de compensación, se premia al que delinque y se castiga al inocente, lo que da paso a una sociedad injusta, enferma de corrupción y un estado general de descomposición social.

La corrupción no tiene un origen genético, ni se hereda, al contrario, resulta ser el producto final de conductas aprendidas pasadas de generación en generación hasta llegar a formar un inconsciente colectivo que domina la orientación psicológica de una colectividad. En nuestro país esta parece tener un origen de causas sociales tales como una economía decadente, deteriorada, agobiada por problemas sociales que afectan las grandes mayorías, falta de oportunidades, falta de empleos con un índice bastante elevado de desempleados y según la Oficina Nacional de Estadística asegura que uno de cada tres jóvenes se encuentra desempleado, una sociedad cargada de desigualdades sociales, acompañada por una justicia prostituida que promueva la corrupción, la complicidad, la impunidad y una ausencia completa de un sistema de consecuencias, que protege a los corruptos y castiga los inocentes.

Como mencioné anteriormente el tema de la corrupción en Dominicana es un tópico álgido, molestoso y que causa prurito en gran número de los que la practican y de aquellos que calladamente les favorece, desatando las pasiones humanas más bajas y primitivas al ser expuestos o confrontados.

Sin embargo, es necesario el exponer y atacar este flagelo que destruye nuestra institucionalidad y nuestros valores virtuosos, allanando el camino para una sociedad en descomposición, abarrotada de ilegitimidad y de inmoralidad, que pueden ser percibidas por nuestros jóvenes como el patrón ideal a seguir en la presente y futuras generaciones.
Continua.