Hace unos días entré en contacto con unos escritos del profesor Juan Bosch de la década del 70. El doctor George Torres me dio a leer algunos de los materiales que se enseñaban en los Círculos de Estudio de aquel PLD que ya no existe. En ellos encontré lo que considero el enfoque más acertado y más desconocido, u oculto, de la corrupción (Los Métodos de Trabajo, Juan Bosch, 19 de abril de 1978).

Para enfrentar algo, lo primero que debemos hacer es conocerlo. No podemos cortar un árbol del que no sabemos donde están sus raíces. Durante años hemos visto la corrupción como un mal, un cáncer. Incluso los mismos gobernantes nos presentan a la corrupción como algo malo que no hay forma de controlar. Pero lo cierto es que nada de eso es cierto.

La corrupción es un método de trabajo político de los partidos del sistema (del sistema político actual), un método de acumulación de las riquezas que consiste en la apropiación de fondos públicos por distintas vías. Este método es usado por los partidos para cumplir su objetivo, que no es gobernar (eso es un medio), sino hacer ricos a sus dirigentes y sus  colaboradores cercanos. Así como el objetivo de Coca-Cola no es vender refrescos, sino hacer ricos a sus dueños.

La corrupción es para nosotros un mal, tal vez el peor de los males, pero para los partidos tradicionales y para sus dirigentes la corrupción es lo que les permite cumplir sus metas, es lo que hace posible su razón de ser. Pedirle los actuales gobernantes que ataquen la corrupción sería como pedirle a la Coca-Cola que iniciara una campaña publicitaria sobre los efectos nocivos de los refrescos. Los dirigentes de los partidos del sistema (PRD, PLD, PRSC, y sus parásitos) saben bien que si desaparece la corrupción, o siquiera se persigue, ellos mismos desaparecerían en poco tiempo.

Si queremos un gobierno sin corrupción, o al menos uno donde ésta se persiga y se castigue, tendremos que levantar un gobierno protagonizado por partidos políticos donde la corrupción no sea un método de trabajo, un partido cuyo objetivo no sea hacer ricos a sus dirigentes. No le pidamos peras al olmo. Si queremos cambios reales tenemos que asumir la determinación y la valentía de hacerlos nosotros mismos. Gobernar no debe ser un privilegio, sino una responsabilidad.