La juventud de nuestro país ha sido golpeada directamente por los efectos del vicio de la corrupción, llegando a crear un carácter social con un denominador común presente en la gran mayoría de nuestros jóvenes, originando un vacío de aprecio e irrespeto a la moralidad, honestidad y decencia, valores que otrora han definido nuestras reglas y conductas de cómo nos vamos a comportar y conducir dentro de la sociedad.

Es bien conocida la importancia que juega la imitación en el proceso de formación de valores en la niñez, ya que los niños aprenden a integrar esos valores a través de la imitación del comportamiento y ejemplos procedentes de los padres y de otros miembros cercanos al seno familiar.

Bien podría decirse que la conducta y principios del adulto no son más que la suma de valores y acciones que el copió y aprendió de niño, de personas importantes en su entorno, como padres, maestros, figuras relevantes de la sociedad civil, orientadores religiosos, líderes políticos entre otros, de ahí la importancia que figuras trascendentales en la vida del niño muestren una coherencia entre lo que se enseña y lo que se practica.

A medida que avanza el desarrollo biológico y psicológico, con los años venideros dan paso al adulto joven, el cual comienza a escoger nuevos valores tomados a su libre albedrío y voluntad, identificándose con valores de origen social y económico tales como prestigio, posición económica, obtención de riquezas, éxito social y triunfos de oficio o profesión. Es durante este periodo cuando el adulto joven trata de alcanzar estas metas, sirviéndoles de modelo de imitación aquellas figuras sobresalientes de la vida pública y el sector privado, quienes exitosamente han alcanzado esos logros.

Desafortunadamente nuestra sociedad siendo muy cerrada en oportunidades para obtener estas metas y logros sociales, ha forzado a nuestra juventud a mirar e imitar un grupo de miembros de nuestra sociedad tales como “celebridades” del entretenimiento, figuras del deporte, políticos, servidores de cargos públicos  (elegidos) y funcionarios del Gobierno, quienes en una gran mayoría son admirados e imitados no necesariamente por sus “méritos, virtudes y logros” sino  por su trayectoria fácil, rápida, cuestionada y de poco sacrificio para alcanzar fama, reconocimiento social, dinero y poder.

¿Es acaso este el mensaje que nuestros políticos, funcionarios,  otras figuras públicas quieren dar a nuestros jóvenes?, ¿es que acaso quieren mantener una sociedad donde  la corrupción, el tigueraje, el pillaje y los malos modales sean percibidos como “algo normal y común”, que es parte de la vida cotidiana donde el depredador de los bienes del pueblo , el corrupto, el deshonesto no son sancionados, ni legal ni moralmente, donde una justicia injusta,  descompuesta, premia el corrupto y castiga al inocente honesto, donde la sociedad premia y admira este tipo de conducta vergonzosa?

¿Es que pretenden que con la indiferencia y permisividad nos convirtamos en depredadores y malos dominicanos compartiendo con los deshonestos en un silencio que otorga? Lo más preocupante es no solo el hecho del descaro y la arrogancia que exhiben los corruptos, sino el silencio de los hombres honestos que al permanecer indiferentes frente a esas malas acciones nos hacen participes y testigos de aquellos infames que abusan,  toman ventajas de la ignorancia, limitaciones y precariedades que agobian nuestras grandes mayorías, ya que al presenciar actos dolosos en la complicidad del silencio permisivo nos hacemos cómplices de sus desmanes; de ser así, lo único que necesitarían estas acciones indignas,  bochornosas para alcanzar validez es que los hombres respetuosos y dignos solo observen………

Finalizo este tema con un pensamiento ilustrativo, que en algunas ocasiones utilizó el apóstol de la libertad cubana Don José Martí y Pérez: “Ver un crimen en silencio es cometerlo”; si así lo vamos a permitir que la suerte nos acompañe, porque la descomposición moral que se nos avecina va a ser más dañina y anarquizante que la crisis actual que nos ahoga…