Sin duda, el tema de la corrupción es uno de los de mayor sonoridad en estos tiempos posmodernos y de posverdades. Particularmente, entendemos que no hay más corrupción que antes, más bien ahora existe un mayor número de casos que son publicitados, investigados y judicializados. Aunque aún se dista mucho de la eficiencia deseada, se ha avanzado en términos reales. Nunca en el sistema judicial dominicano se han ventilado tantos casos relativos a actos de corrupción, la cual nunca ha dejado de existir. Las imputaciones, pero más que nada las condenas a culpables, son variables disuasivas importantes, aunque no existe un mejor remedio que la prevención y en ésta lo fundamental es la educación y la confianza de las personas en el sistema como un todo.
Etimológicamente, el termino proviene del latín “Corruptus”, que sería “Putrefacción” o “Plaga”. Definiéndose como la violación de una norma que puede ser legal, ética moral o el abuso de autoridad, en diferentes niveles, para la consecución de un beneficio personal.
La corrupción no es exclusiva del sector público, donde no existiría sin el concurso del sector privado. Tampoco es exclusiva de los países subdesarrollados, pues de ésta ya hemos visto muestra de ejemplos palpables en países desarrollados (ENRON, WORLDCOM, PARMALAT).
El último reporte de Transparencia Internacional (TI) sobre la Transparencia en la Información Corporativa de Grandes Multinacionales de una muestra de 124 compañías lograron establecer que las empresas del sector extractivo (minería) no están preparadas para presentar información por país; las compañías chinas registran el peor desempeño en términos de transparencia y medidas anticorrupción; las compañías más importantes del mundo aportan datos financieros mínimos o nulos sobre las operaciones que desarrollan fuera de su país de origen; de las 124 compañías evaluadas, 90 no divulgan los impuestos que pagan en países extranjeros y 54 no ofrecen informaciones sobre sus ingresos en otros países.
La corrupción siempre ha existido, la biblia, el libro de libros, recoge actos de corrupción tipificándolos como pecaminosos.
En las sucesiones de partidos políticos ejerciendo el poder de los estados, en muchos países se ha dado cierta polarización, por lo que ciertos sistemas asumieron una suerte de pacto para mantener opacidad y protección, así como demoras y prescripciones judiciales. En tal sentido, se intuye que aparentemente muchas sociedades asumieron consentir cierto grado de corrupción, si la provisión de bienes públicos y la aprobación de las políticas públicas mejoraban la seguridad y el bienestar. Aunque siempre aparecieron “Chivos Expiatorios”, con casos que justificaban la “seriedad” con la que asumía el tema del ataque a la corrupción.
La desigualdad, la inequidad en la distribución de los ingresos, el abuso del poder para el enriquecimiento particular, han ido generando frustraciones e indignaciones. De aquí se han derivado políticas y estándares diseñados por organismos internacionales (Transparencia Internacional, Star-BM, GAFI, Convenciones ONU y OEA). El fracaso en satisfacer las necesidades de los ciudadanos y las crisis económicas, convergen para desacreditar a gobernantes y sus partidos políticos, recurriendo precisamente al tema más indignante: la corrupción. Es, además, el tema en los que los partidos políticos tratan de competir por los votos de los ciudadanos. Desacreditar para subir, para reconquistar. De aquí nacen los partidos y movimientos políticos alternativos, exitosos para lograr el poder en algunos casos, como una respuesta a las frustraciones. Esto denota que, al parecer, en la posmodernidad, las idolologías políticas han muerto y surgen las posverdades.
Para el politólogo norteamericano Arnold J. Heidenheimer, la corrupción se asume en colores, indicando que es Blanca, tolerada por la sociedad y por las élites; Gris, la que es envuelta en discrepancias y ambigüedades; finalmente la Negra, que se asume como inaceptable y por tanto punible. De aquí se puede deducir que un mismo comportamiento, blanco durante mucho tiempo, puede teñirse de gris en un momento dado y más tarde ennegrecerse o al revés.
Antes de ser Francisco I, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, ese por quien Sabina dice estar preocupado, pues dice “que el primer papa que al parecer realmente cree en dios”, daba cuenta de los síntomas para diagnosticar la corrupción, los cuales pueden ser los siguientes: “La Autosuficiencia, que conduce al complejo de incuestionabilidad, todo a que ose criticarlo queda descalificado; la apariencia, es necesario mantenerla siempre, esta esconde su verdadero tesoro, no ocultándolo a los demás sino reelaborándolo para que sea socialmente aceptable; la comparación, sentirá siempre la necesidad de compararse lo que debe ser y no es, y de esta manera encubrir debilidades y justificar actitudes; la falta de escrúpulos morales y el irrespeto por los derechos ajenos, el sentimiento generalizado de insatisfacción, que sirve de acicate para realizar deseos insaciables que llevan inexorablemente a la destrucción de los valores morales; la falta de un verdadero sentido moral, que impide dar una verdadera solución a los problemas sociales y el proselitismo, unido en gran medida a un ambiente triunfal, que se mueve en los parámetros de cómplice o enemigo”. A esto le llamó “Cultura de Pigmeización” (Actos de captar prosélitos para llevarlos a un nivel de complicidad, vía nombramientos, asignaciones, favores), ya que “convoca prosélitos para bajarlos al nivel de complicidad admitida”.
La corrupción y las malas prácticas afectan las economías debilitando los mercados, generando menos credibilidad, provocando una disminución neta del flujo de capitales, lo que implica un incremento en los niveles de pobreza, desempleo, deterioro de las condiciones sociales, ingobernabilidad y deterioro institucional.
Además, distorsiona la composición del gasto público al provocar una reorientación de la Inversión a actividades no necesarias y disminuye recursos para atender necesidades básicas. Tiende a crear impuestos ocultos, al transferir costos a los consumidores. Puede reducir la base fiscal al desincentivar el pago de impuestos y promover la fuga de capitales, lo que a su vez desalentará las Inversiones en actividades productivas.
El lógico impacto social se denotaría al incrementar la exclusión social, porque desvía recursos destinados a quienes menos tienen. Impide la implementación de políticas que garanticen los derechos sociales básicos: Salud, Educación, Alimentación y Vivienda; por lo que promueve la desigualdad (Brecha entre ricos y pobres).
También generan efectos políticos nocivos pues puede tender a que el ingreso a la función pública se motive en apetencias de ganancias personales, desalienta la participación ciudadana en los asuntos públicos, reduce la competencia política y alienta la concentración del poder y debilita la confianza pública en el sistema democrático como forma política de convivencia.
Al final, Riesgo-País se incrementa provocando un incremento en los tipos de interés, reducción del flujo de capitales, diminución de ayudas internacionales, aumento de la presión sobre el tipo de cambio e incremento de la presión inflacionaria.
En la próxima entrega analizaremos el último informe de Transparencia Internacional, las fórmulas utilizadas para calcularla y lo que se dice que se debe hacer para erradicarla, aunque el término que cabe es mitigarla, claro a su mínima expresión.
Que Jesucristo les depare a todos y todas un feliz, venturoso y bendecido 2018.