Uno de los éxitos poco apreciado del movimiento social, ha sido colocar la corrupción en el centro del debate nacional. Antes de la “Marcha verde” la preocupación del país por el fenómeno de la corrupción no pasaba del cuarto o quinto lugar en las encuestas. Ahora, después de los operativos de la Procuraduría General de la República denominados “Anti-pulpo”, “Caracol” y “Coral”, se puede decir que la corrupción es el centro del debate nacional.
Yo escribí numerosos artículos sobre la corrupción durante los veinte años de gobierno peledeísta, señalando siempre que no se podía explicar la desbordada corrupción de los peledeístas situando la historia como si la corrupción fuera una naturaleza, una esencia de la dominicanidad; porque la corrupción se vincula con un orden histórico particular, con un manejo del poder, con una ideología patrimonialista, con la ausencia dramática de instituciones funcionales, con la construcción de un manto de impunidad y la ausencia de un régimen de consecuencias; y no con las grandes formas neutras de la naturaleza humana. La corrupción no es una maldad de origen, ni un discurso, sino un vastísimo sistema circulatorio.
¿Qué es lo que salta ante nuestros ojos frente a los hallazgos de los operativos “Anti-pulpo”, “Caracol”, y “Coral”?
La dimensión alcanzada, el carácter de superación de la corrupción como un hecho individual, circunstancial; y la categoría de hipercorrupción que se devela. Nunca la corrupción había alcanzado un nivel tan elevado de presencia en la sociedad, jamás la acumulación originaria de capital proveniente de la corrupción pública había llegado a cifras tan estratosféricas y obscenas. La corrupción es una falla sistémica de la forma como los líderes históricos han organizado la sociedad dominicana. Y el PLD fue un poco más allá, practicó un modelo de corrupción corporativa, porque, por primera vez en la historia, en el gobierno de Danilo Medina, la corrupción se convirtió en una POLÍTICA DE ESTADO. Todo lo que está ocurriendo hoy ante nuestros ojos, se debe a ese hecho relevante de la historia contemporánea: que la corrupción alcanzó dentro del estado mismo el nivel de hiper corrupción, y su expresión concreta era corporativa. Empresas y grandes negocios que tenían como cliente al estado. Ministros, familiares del Presidente, dirigentes medios, militares y personal de confianza que, gracias a su cercanía con la cúpula del poder político (“poder por ósmosis”), tenían el privilegio de negociar con el estado.
Cuando hablamos de corrupción en la República Dominicana, no deberíamos esfumar la corrupción concreta, real, transformándola en una corrupción universal que exculpa al corrupto verdadero y lo disuelve en el esfumato de lo universal, No se trata de una tara genética, una maldición gitana, sino el modo concreto de despojar al estado de los bienes públicos. Los rentistas que financiaron el proyecto político de Danilo Medina, pasaron a ser ministros, administradores; y construyeron estructuras societarias para negociar en su propio provecho. La cúpula política, por su parte, se dedicó a medrar desde las posiciones públicas, acumulando enormes fortunas por la vía directa de la corrupción. Viniendo de una prédica moral, el PLD nos clavó con violencia en lo impensable, en las alucinaciones y los simulacros, en la desventura de vivir la práctica de la hipercorrupción como un discurso invertido.
Los peledeistas saben que su gran obra es haber convertido la corrupción en una enorme palanca de movilidad social, ante cuyo funcionamiento el poder es como el susurro de las escamas del reptil. Hipertrofiaron la ideología patrimonialista del liderazgo del siglo XIX, concentraron la casi totalidad de los poderes públicos, incluyendo la justicia como manto de impunidad; e hicieron de la corrupción una política de estado. Lo que estamos viendo es tan solo la punta del rollo chino, y todo el país debe apoyar las acciones de la Procuraduría General de la República, hasta alcanzar a la cúpula, a quienes construyeron desde el Palacio Nacional, el reinado de la impunidad.