En vista de la campaña para involucrar al país en la solución de la cada vez más grave crisis haitiana, urge un debate franco de las alternativas que la situación plantea.
Vista en perspectiva, la realidad nos muestras tres posibilidades, sin más opciones a seguir. La primera se refiere a las presiones de grupos empeñados en una solución radical relacionada con medidas de carácter migratorio. Esta opción incluiría deportaciones masivas y la cancelación de programas de atención médica a parturientas haitianas en situación de ilegalidad en el territorio nacional.
La segunda implicaría acciones que conllevarían a una confrontación, equivalente a un estado de guerra, alternativa irracional que obsesiona a gente a ambos lados de la frontera. La tercera, la menos costosa y prometedora, se refiere a la creación de climas de convivencia pacífica.
Las dos primeras nada aportarían al esfuerzo por adueñarnos del futuro que merecemos. No es factible una separación física, dada la imposibilidad de partir la isla y empujar la parte occidental lejos de la nuestra. Más costoso y peor aún sería enviar a hijos y nietos a morir en una guerra irracional, que seguramente se ganaría en el campo bélico pero se perdería en el ámbito diplomático.
Nos queda la cooperación. La búsqueda de un clima de buena vecindad y entendimiento, que promueva del otro lado las oportunidades que los inmigrantes haitianos buscan en nuestro país. Todos los demás caminos están repletos de trampas y peligros. Y recorrerlos generarían más presiones internacionales y conflictos innecesarios. La situación haitiana exige pues, de la dirigencia nacional, prudencia y sensatez.
Sabemos por experiencia que la cooperación es una vía que demanda más energía e inquebrantable decisión que el alejamiento. Pero ese es el camino que mostrará nuestra fortaleza como nación y nuestro apego y amor a la paz.