Si has decidido ser de Dios con toda tu alma, entonces debes prestar mucha atención a tu comportamiento y a como lo sientes en tu vida.

El santo no debe tener rostro de amargado o de resentido, pero la responsabilidad devocional cotidiana y la permanente comunión con su Señor deben privarlo del goce salido de la carnalidad y de la vida en desorden.

La contrición verdadera no debe ser propiedad de un sólo momento ni puede limitarse al espanto que causan los juicios y portentos divinos.

Cuando el justo se hace amigo cercano a Dios, con sus ojos y corazón detecta, entonces, donde pulula la bajeza, la mentira, el pecado, la falsedad, la maldad, la hipocresía y toda suerte de engaño.

Como Lot, no se hace presa de lo que el resto de los mortales alaba con gran alborozo y aprobación. Y al que anda en luz y paz con el Altísimo, la providencia sabe librarle de los juicios y del castigo imparable.

En su interior se hace un anchuroso discernimiento y sensibilidad espiritual.

Por eso la gracia no le restringe sus profundos misterios y decretos.

“¿Ocultaré a Abraham lo que voy a hacer?”.

Aunque humano, es colaborador del Espíritu para advertir de males, conminar a los no conversos, reformar a los impíos y anunciar las buenas nuevas de salvación.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ungió Dios…”

¡Cuan poderosa es la contrición!

Dios no levanta al que se percibe grande. Lo hace sólo con el humilde, con el indigno y con el pobre pecador lleno de miseria y de inmundicia.

Mirad a Isaías. “Pobre de mí”.

Si en verdad deseáis  conocer a Dios, aprended a contristar la conciencia en vez de correr tras el goce y la grandeza.