Michiel Baud ha recogido sus ensayos sobre la modernidad y las luchas sociales en la sociedad dominicana, siglos XIX y XX, y los ha publicado en un volumen (Academia Dominicana de la Historia, 2020). Creo que es un libro que vale la pena tener y leer a consciencia, no solo porque está realizado por un investigador que ha mostrado un gran conocimiento sobre la sociedad dominicana, sino porque comenta a otros investigadores de problemáticas sociales nacionales o no.

En los ensayos leídos hasta el momento encuentro un texto ameno, sin afán de construir una prosa rebuscada ni alargar la exposición con tablas, cifras, citas académicas innecesarias; incluso en aquellos ensayos que fueron publicados como artículos de mayor rigor académico de los propiamente de divulgación. Es un texto que se lee ágilmente y que cuestiona, con altura y buenos argumentos, lo publicado anteriormente sobre la cuestión abordada. Así que no solo da sus planteamientos, sino que nos reenvía al trabajo de otros investigadores, los cuales comenta de forma crítica.

El libro, con unas 668 páginas, está divido en tres partes: Historia social y económica de la República Dominica, la primera; luego, Tabaco y Sociedad en el Cibao y, por último, Pensamiento Social y Papel de los intelectuales. He iniciado por esta última parte mi lectura. Lo hago según mis intereses en la investigación del pensamiento social dominicano desde el siglo XIX hasta mediados de los cuarenta de la siguiente centuria.

Una idea que deseo compartirles brevemente y ojalá podamos repensarla un poco porque brinda claves interpretativas de lo que somos hoy y de nuestras dificultades en la construcción de una nación más equitativa: las contradicciones de la modernidad dominicana. Cuestión esta que no solo es debatida en el país, sino en toda América Latina.

Dice Baud que «la República Dominicana es un ejemplo interesante de este camino complejo y a veces contradictorio hacia la “modernidad fragmentada” (p. 559). Ciertamente, en artículos anteriores he hablado de modernidad y modernización, siguiendo las ideas desarrolladas por Pablo Mella en su Ética del Posdesarrollo (libro que también comentamos y al cual no se la ha hecho mucho caso en el país), y lo que vemos son esfuerzos de modernización sin que hayamos edificado un país moderno. Pero, ¿acaso la modernidad en sí misma no es contradictoria? Sobre todo, en estos países latinoamericanos en donde el sistema colonial se mantuvo por tanto tiempo y donde el sistema-mundo nos ha ubicado como fuente de recursos y manos de obra barata para las grandes economías mundiales.

La «modernidad dominicana» es compleja no por lo que ha logrado, sino por cómo nos han situado en cuanto país y por la manera en que la élite dirigente (los políticos, los intelectuales, la burguesía local, el empresariado, etc.) se ha aprovechado y usurpado los dineros del erario, por un lado, y en cómo se aliado a los intereses foráneos para el fortalecimiento de unas condiciones privilegiadas en torno al poder y el Estado. Incluso, me atrevo a afirmar, que el afán constante es ver cómo se puede usufructuar el presupuesto nacional en provecho propio. Aquello que Pedro Francisco Bonó llamó sabiamente «los presupuestívoros».

Es cierto, el país que poseemos en el 2021 no es el mismo país que teníamos hace cien años, en 1921, mientras estábamos ocupados militar y económicamente por los norteamericanos. La sociedad prácticamente rural y analfabeta de ayer no es la complejidad que tenemos hoy. Ahora bien, hay cuestiones sociales pendientes todavía como lo estuvieron a principios del siglo pasado. Ante todo, cuestiones de reparto de las riquezas, de vigilancia de los dineros públicos, del acceso a una educación y unas condiciones de salud dignas y eficientes. Vamos creciendo, pero todo parece que lo hacemos a base de hipotecar el futuro de las próximas generaciones.

No solo es que hay «visiones alternativas de la modernidad dominicana», como señala Baud (p. 587); sino que la gran alternativa de éxito económico mostrada, por la frecuencia y la magnitud de los casos, es la expoliación y el maltrato de los sectores populares, de lo que solemos entender como el pueblo llano y simple.

El borrón y cuenta nueva, la impunidad, la corrupción muestran esta contradictoria modernidad dominicana.