Porque: “Siempre pienso lo peor,

rara vez me equivoco”

 

Cuando un estúpido ha hecho

algo de lo cual debe avergonzarse,

siempre alega que:

“ese era su deber”.

Expuso el filósofo Michel de Montaigne, en uno de sus ensayos, refiriéndose al acto de la locura, que; “Locura de los que pretenden distinguir lo verdadero de lo falso, con la aplicación de su exclusiva capacidad”, así como; “De la costumbre y de la dificultad, de cambiar los usos recibidos”. Cosas como estas nos hacen acrecentar la creencia de que, en realidad, la historia no es más que la repetición de hechos y que todo lo que hoy nos asombra como cosa nueva, de una u otra manera, otrora, ya se ha producido. Como estos escritos de hace siglos ya, que más bien pareciesen que son de hoy en día, y más, escritos en este pedazo de tierra ¿nuestro?

Lo cierto es, que no es de ahora que muchos ciudadanos -no partidistas-, han expuesto sus ideas sobre temas espinosos, todo con el fin de hacer reflexionar a quienes están llamados a corregir los entuertos que nos amenazan en todos los sentidos, siendo, la gran mayoría, producidos por los mismos llamados a resolverlos, es decir, los políticos.

Ahora el tema principal es la Policía Nacional, donde -como siempre-, han aparecido determinados héroes, cuyo pasado -exprofeso-, hemos lanzado al zafacón del olvido. Sí, son esos mismos que el pueblo comúnmente les da por llamar “vividores”, expertos teóricos que solo aparecen donde se encuentre el señor dinero y el elixir zalamero que engrandece su ego. Esto, sin dejar de lado a los tantos “opinadores”, casi bocinas, que opinan de todo lo que acontece en este país, pero, me parece, por más que digan, que el problema de la Policía es muy parecido al problema haitiano, donde ambos coinciden en que su solución debe y tiene que ser a lo interno y nosotros, protegernos en lo externo de ellos.

Parece una paradoja compleja, pero, está más que probado aquello de que se necesita de una fuerza externa que obligue al elemento a cambiar, cual que sea la medida y, en este caso, esa fuerza externa está constituida por una decisión política fuerte y continua, entiéndase bien, que permanezca sin importar del partido que gobierne, ya que esto es una acción de supervivencia; de seguridad ciudadana; de interés nacional.

Podría escucharse como un tremendismo, el decir, que, en estos momentos, la Policía es un ente que no es. Irnos tan lejos, como referirnos a Parménides y la ontología de esta institución no parece tan descabellado, para decir que simplemente, este organismo, existe en el nivel más elemental que se pueda concebir, así de sencillo. Entre teorías y teorías se fue desgranando como mazorca de maíz en una casa de pobre, desviándose de sus funciones y obligaciones -para ser un instrumento de represión del Estado-, con una rapidez tal, que espanta, donde siquiera el uniforme ha podido mantener, en tanto los teóricos policiales han hecho su agosto, vendiendo o pretendiendo vender una imagen totalmente divorciada de la realidad. Un símil de aquella sentencia que reza: que la verdad procesal, no es la misma que la real.

Por eso, a pesar de la que Reforma Policial pueda ser en realidad muy buena, hemos llegado a dudar hasta de nosotros mismos, de las viejas enseñanzas moralistas y de toda proposición que parezca muy sana y buena. Todo esto, debido a que se comenzó a permitir esto y aquello, dejando de ver y de escuchar, donde hoy en día, el ser decente es sinónimo de amanerado y tratar de ser normal en el comportamiento que otrora era normal, hoy, eso tiene el significado de pendejo. ¡Sí señor!