A pesar de la celeridad con que los acontecimientos de la vida diaria alrededor del mundo van desplazando la actualidad  y el interés público de unos a otros, todavía se siente el estremecedor impacto emocional de los múltiples atentados  que enlutaron a París en la horrenda jornada terrorista del pasado sábado.

Fue un crimen de lesa humanidad, una acción asesina premeditada que tomó como objetivo a ciudadanos indefensos,  destinada a enviar un deliberado mensaje de terror y temor.  Pero fue más, mucho más que eso: una expresión más de la irreconciliable contienda y la imposible coexistencia entre dos civilizaciones y dos profesiones de fe religiosa, dos formas contrapuestas de vida.

Una que valora la existencia, de ejercicio democrático, de tolerancia, de libertades esenciales, abierta a diferentes credos, de convivencia pacífica y civilizada que mira hacia el futuro cada vez con una visión más amplia y de mayor sentido humano.

Otra, totalmente contrapuesta: de muerte, de absolutismo, de intolerancia, de fundamentalismo religioso donde no queda resquicio para ninguna otra profesión de fe, de servidumbre que traspasa los límites de la esclavitud, de una retrovisión anclada en el pasado.

Se trata de una confrontación de culturas, no racial.  No es una contienda indiscriminada contra el pueblo ni las naciones árabes; es contra un enemigo específico.  El mundo islámico se nos presenta en dos versiones, distantes y diferenciadas la una de la otra.  La moderada, con una interpretación humanista y pacífica del Corán y la fundamentalista yihadista, que entiende y aplica su texto con un sentido brutal de conquista y de muerte.

Lamentablemente no se trata de un reducido grupo de lunáticos.  Es todo un movimiento fanático que ha ido creciendo, que ignora todo rasgo de compasión y cada vez más se convierte en una real y poderosa amenaza para la humanidad.  Sus métodos brutales van marcando un sangriento itinerario.

En un excelente artículo sobre el tema, escrito a raíz del anterior atentado que tuvo también por escenario la Ciudad-Luz y costó la vida al director y personal de la revista satírica Hebdo, el ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, enfoca el tema con crudo realismo, señalando que tenemos que defender nuestra civilización y forma de vida con la pluma y con la espada.

Lo primero buscando un acercamiento y alianza con el mundo musulmán moderado no solo militar, sino doctrinaria, filosófica, educativa y psicológica para ayudarle a frenar el avance del yihadismo dogmático y extremista.  Y lo segundo,  estando conscientes de que se trata de una inevitable guerra que estamos obligados a entablar, en la que no caben términos medios porque lamentablemente es un combate a muerte por el patrimonio de nuestros valores y el derecho a la vida misma.

Guste o no y sin caer en ciego fanatismo belicista es una realidad que no podemos ignorar y un reto al que no podemos dar la espalda.