La importancia de estas memorias radica en que, como experiencia vital, fueron publicadas en 1995, trece años antes de que el autor entrara a la política como legislador estatal y luego federal con el solo aval de su trabajo comunitario en los barrios del sur de Chicago hasta la victoria en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, ganar la reelección en 2012 y culminar ese segundo mandato el 20 de enero de 2017.
Una segunda perspectiva importante de estas memorias es, desde el punto de vista de la sicogenealogía, la repetición de la vida educativa de su padre africano de Kenia (ambos estudiaron Derecho en Harvard) y el mantenimiento de valores morales y culturales transmitidos a toda la familia por el abuelo keniata, perteneciente a la tribu luo, Onyango Obama.
El tercer punto importante de las referidas memorias son las vicisitudes de la infancia en Hawái, donde nació el autor, Barack Obama, un mulato engendrado por el padre que llevó el mismo nombre y apellido que el hijo y de una norteamericana, pero también el debate interno relativo a la adquisición de una identidad conforme a un raciocinio contradictorio durante la adolescencia, la juventud y la adultez, etapas vividas como obstáculos que el protagonista debió vencer para construirse una unidad sincrética de la cultura afroamericana y las costumbres asumidas por la cultura luo y hacer de esta unidad creíble para los votantes norteamericanos blancos, negros e hispanos que le llevaron a la presidencia de los Estados Unidos en las elecciones de noviembre de 2008 y 2012.
Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia (Barcelona: Pinguin Random House Grupo Editorial, 2017 [1995, 2004] narra las peripecias de la infancia y la adolescencia, como llevo dicho, pero el capítulo que le da sustento a la obra, el que marca el clímax, es el último titulado “Kenia”, que trata de la inmersión profunda en las raíces familiares africanas de los Obama y el encuentro de una respuesta que convirtió al futuro presidente en un sujeto mulato norteamericano cuando decidió aceptarse como el producto de un sincretismo étnico que le llevó a asumir los dos mundos de que está formada su personalidad, con dominancia dialéctica, por supuesto, del origen norteamericano que le fue transmitido por la parentela de la madre, los abuelos blancos y la educación formal.
Y la interrogación que le golpeó siempre cómo látigo fue su llegada, después de haber pasado por Hawái e Indonesia, a Chicago, la soledad durante su estancia en Nueva York y sentirse como un extranjero en tierra continental (los estudios en Occidental College, y la incomprensión inicial de los negros del South Side de Chicago, quienes, finalmente, le reconocerán, por su trabajo comunitario, como uno de los suyos y donde encontró su verdadera identidad como sujeto.
La obra tiene el mérito de haber sido escrita, dije, antes de Obama acceder a la presidencia de los Estados Unidos. Tiene, por lo tanto, la sinceridad espectacular de quien no ha entrado de lleno a la política y que en aquel 1995 jamás le pasó por la mente que llegaría a ser el primer presidente negro norteamericano en ocupar ese importante cargo. Casi todas las memorias escritas por expresidentes norteamericanos fueron redactadas luego de salir del poder y tienen, en consecuencia, las censuras imaginables. Las de Obama fueron escritas con el impensado de que un negro jamás llegaría a ser presidente de los Estados Unidos. Esta es la razón por la que la escritura de Obama se dio el lujo de contar lo que un político profesional jamás confesaría si tiene en la mira llegar algún día a la presidencia de la República y digo yo, menos aún, si tiene en mente llegar a ser Secretario de algunos de los departamentos que conforman el organigrama del gobierno norteamericano. Y reculo más: si ese político profesional tuviera en mente llegar a ser senador o diputado federal, incluso alcalde de su ciudad.
O sea, que estas memorias tienen toda la ingenuidad del que las escribió sin segunda intención. De ahí las confesiones, como admitir el fumar marihuana, que descalificaría a cualquier candidato aspirante a un cargo público por elección directa; o la admisión de todas las vacilaciones y dudas de un sujeto en momento de crisis de identidad, imposible de admitir tales debilidades en un candidato que desde el primer afiche debe mostrar una amplia sonrisa con cosmética dental, una seguridad aseguradora, una ideología de los valores familiares aceptados por el establishment y que seduzcan al votante.
En estas memorias no se encontrarán esas certezas que deben caracterizar la cultura política norteamericana. Hay en ellas incertidumbres a más no poder respecto a las creencias religiosas, a la justicia, a la desigualdad económica, a la discriminación racial, a la violencia contra las mujeres; un cuestionamiento a las dicotomías o binarismos de la cultura política de blancos y negros y Obama llega incluso a sortear el falso dilema del nacionalismo negro al estilo Malcolm X o Farrakhan y cree fundar una nueva estrategia basada en el seguimiento efectivo del pacifismo de Martin Luther King de combate para sacar de la pobreza y la injusticia no solo a la comunidad negra, sino también a la blanca pobre. Pero sobre todo para que los miembros de la comunidad afroamericana sean por él sujetos.
Pero las memorias llegan solamente hasta 1995 y habrá que esperar un pase de balance a la gestión de Obama 2009-2017 y a su segundo libro, La audacia de la esperanza, para ver si todo lo que está incluido como reivindicación social en Los sueños de mi padre tuvo su parte de aplicación en los ochos años de gobierno del primer presidente negro de los Estados Unidos y hasta dónde tuvieron o no razón quienes dijimos en aquel 2008 que Obama tendría solamente la misión de administrar la crisis, pues el equilibrio de político celosamente guardado por los poderes fácticos de la nación del norte no colocan en manos de un mandatario poderes plenos que les pongan en peligro. Y así fue, en las elecciones de medio período Obama comenzó con la pérdida del Congreso y luego del Senado. El resto es historia. Y parece que esto se repetirá con el imprevisible Donald Trump. Quien ahora coloca en peligro los intereses de las grandes corporaciones y la minoría que domina la economía mundial a través de Wall Street.
Un hombre que fue elegido en 2008 con un alto índice de popularidad, ya a mitad de su segundo mandato una parte significativa de los negros y los hispanos que le votaron cambiaron de chaqueta para el bando republicano, como lo mostraron las elecciones de noviembre de 2016 que, con fraude o no, con injerencia rusa o no, con manipulación de los medios de comunicación o no, ganó Donald Trump.
Sería interesante que a estas memorias de Los sueños de mi padre le siguiera una segunda parte, que ya no tendría la sinceridad de la primera, pero donde Barack Obama le pasara balance a lo que fueron sus ocho años de su presidencia y cómo y por qué se dejó arrebatar el control de la Cámara de Representantes, primero, y del Senado, después, control que supuso, evidentemente, una paralización de toda iniciativa de parte del Ejecutivo para aprobar leyes que liquidaran, aunque fuera gradualmente, las desigualdades en contra de las que luchó el Obama líder comunitario de los barrios pobres de South Side de Chicago, desde donde vio la miseria moral, espiritual y económica de todos los norteamericanos ricos y pobres.