En la medida en la que me fui adentrando en la adultez me fui percatando de la esencia imperfecta del Universo moral, probablemente es producto de dos fuerzas internas tan potentes y vitales como opuestas entre sí, la voluntad humana y la razón de los hombres y mujeres, las nombró fuerzas porque en realidad son estas dos potencias las que han creado el entorno que nos rodea. Cuando el hombre pudo poner por primera vez sus impresiones por escrito, hace más de 5 000 años surge la historia y con ella la construcción de un pasado con la finalidad de entender nuestro origen y para honrar nuestros ancestros, en ese proceso consciente o inconscientemente fuimos construyendo una realidad compartida partiendo de las fuentes dejadas en lo que fuera el presente que pasó de nuestros antepasados, que interpretamos hoy de diversas maneras, pero que en todo momento constituyó su realidad, su existencia y su verdad, la que defendieron y por la que lucharon hasta la muerte.

Las interpretaciones de la historia, la constitución de los valores, los juicios de valor a los demás, configuran una serie de normas y leyes, creencias, costumbres, pensamientos e ideas que lejos de ser un credo inscrito en tinta indeleble en una tabla de piedra destinado a polarizar y enfrentar emociones y razones, a favor de un sexo y en detrimento del otro debió existir desde sus inicios con la finalidad de construir un sistema que fluya con proporcionalidad de acuerdo a las fuerzas que interactúan y que permitan enriquecer y ampliar las perspectivas y expectativas de vida, entender el pasado y evitar los mismos errores que mantienen a la civilización en una especie de círculo vicioso de poder enmarcado en cuadrado de normas que se transgreden constantemente a causa de la desproporción de fuerzas que lo influyen.

Esto me hace pensar en términos de lógica matemática en la imposibilidad de construcción de la cuadratura del círculo en comparación con el espiral de Fibonacci, si buscan gráficamente y se introducen poco a poco en conocer la diferencia de estos dos complejos matemáticos entenderán cómo se opone al orden natural de todas las cosas los vicios en los que incurre la voluntad y la razón humana en contraposición cuando estos fluyen en armonía con el orden natural y la realidad compartida construida entre los seres.

La cuadratura del círculo fue un problema matemático que surgió en la antigua Grecia, y que se mantuvo sin solución hasta finales del siglo XIX, también el término se emplear para referirnos a algo inútil o imposible de cambiar. A grandes rasgos dicho problema consistía en construir con regla y compás un cuadrado a partir de un círculo dado de antemano. El hecho es que la cuadratura del círculo es imposible de resolver con los instrumentos y normas griegas, pero en la antigua Grecia tales construcciones se consideraban “ideales”. La regla y el compás no eran como lo pueden imaginar actualmente, sino que dichos instrumentos eran idealizaciones que seguían ciertas normas muy restrictivas que aunque permitían construcciones muy complejas, para construir un cuadrado que tenga la misma área que un círculo dado previamente era imposible, pero esto se descubrió 1882 por Carl L. Ferdinand, que números como el pi, no es construirle porque el mismo no es algebraico, por ello son denominados trascendentes. Todas las supuestas demostraciones que se puedan encontrar para esta construcción bajo las normas griegas contienen algún error o un paso ilegal, ya que bajo las mismas es imposible cuadrar un círculo.

Caso contrario sucede con la secuencia o espiral de Fibonacci, una secuencia descubierta a partir del conteo de apareamiento de dos conejos y dondequiera que encuentres crecimiento en la naturaleza, la secuencia que además es la prima matemática del número áureo, que se simboliza usando phi, la 21å letra del alfabeto griego y aplicables a las proporciones del rectángulo dorado, una de las formas geométricas más satisfactorias y relacionado con la espiral dorada que se crea al hacer cuadrados adyacentes de dimensiones de Fibonacci.

Para encontrar la presencia de dicho número no requerimos ser expertos matemáticos como se requiere para la cuadratura del círculo, ya que está presente naturalmente incluso en nuestro cuerpo y rostro, la longitud de nuestros dedos, la distancia del ombligo al suelo y de la parte superior de la cabeza al ombligo es la proporción de oro, una molécula de ADN mide 34 angstroms por 21 angstroms en cada ciclo completo de la espiral de doble hélice. En la serie Fibonacci, 34 y 21 son números sucesivos. Científicamente está demostrado que nuestro cerebro están programados para preferir los objetos y las imágenes que usan la proporción aurea, también llamada razón extrema y media, razón dorada y razón aurea, según la ciencia sentimos hacia la misma una atracción subconsciente.

La comparación que intenté realizar es para demostrar que la relaciones humanas que se insertan en el universo moral han dado paso a esta realidad compartida, en la que cada cual ha jugado un rol legítimo e importante para la construcción de este universo sea esta reconocida o no, pero que dado que impera en ella el abuso de poder, es decir, la ley de imponer y recibir, en lugar del intercambio natural equivalente, de dar y recibir, genera una serie de errores y pasos ilegales, vicios, corrupción y abusos que construyen una realidad carente de valor en la que los seres que la habitan se relacionan en un marco de la ley salvaje del más fuerte por sobre el más débil, debilitándolo aún más en la medida en la que el contrario se fortalece más. Explico brevemente porqué: Para Kant la clase de los seres racionales (capaces de acción) no es idéntica a la especie biológica hombre, ya que no todos los hombres son seres racionales y por tanto personas caracterizadas con el atributo “dignidad”, no la naturaleza del hombre, sino la naturaleza racional que existe como fin en sí mismo y que ofrece el estatus de “persona”, el que supone la imputabilidad de sus acciones y con ello la capacidad existente en acto para la autodeterminación según principios morales y jurídicos, es por ello que el respeto a la humanidad es sinónimo de respeto por la ley moral o por la libertad moral de hombres y mujeres.

Es por ello también que la ética kantiana fundamenta de este modo una moral exclusiva del respeto recíproco de las personas autónomas, porque la idea de reciprocidad y la simetría de los deberes es constitutiva de ella. Esto implica que rápidamente advertimos que existen en el universo moral seres humanos que no cuentan con las óptimas capacidades y condiciones para razonar y emplear dicha razón en el reino de los fines como si pueden las personas racionales en el universo moral, estos seres son niños, envejecientes, personas con discapacidad e incluso en marcada condición de indigencia y de vulnerabilidad. Pero para la ética kantiana de ninguna manera dicha capacidad de obrar de acuerdo a sus propios fines debe emplearse en detrimento y abuso de los demás, sino que estructura la tercera fórmula del imperativo categórico en la que sentencia que todo ser racional tiene que obrar como si fuera por sus máximas siempre un miembro legislador en el reino de los fines y sentencia de este modo: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”; imperativo que puede coincidir y resumirse de manera equivalente con el segundo mandamiento de Jesús bajo el nuevo pacto de Dios con la humanidad: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Quizás podemos empezar por reconocer la tozudez y admitir que forzar un círculo vicioso dentro de un marco cuadrado de leyes rígidas en contra de la dignidad humana tensa aún más las relaciones al punto de colapsarlas y enfrentarnos permanentemente y reconocer que solo requerimos de un marco que permita un intercambio racional y equivalente en el cual relacionarnos para lograr un día alcanzar a la razón divina.