Si desde cierto ángulo la Constitución es lo que efectivamente se interpreta y aplica, entonces Leonel Fernández es la constitución.  El presidente afirmó en su más reciente discurso sobre su futuro político próximo, que no había ningún impedimento para repostularse, si así lo hubiera decidido y que su deliberación, basada en lecturas estrictamente políticas, fue motivada por puro altruismo. 

No fue un acto de respeto a la Constitución, sino más bien una manifestación de que el poder aún está por encima de ella. Claro, es apreciable que el presidente renunciara a la reelección, pero dejó muy claro que se trató de un acto de poder, no de constricción constitucional. Lo que argumentó en su discurso es prueba de lo dicho. Dijo que la prohibición del artículo 124 no puede aplicársele por que las normas no pueden aplicarse retroactivamente, lo cual es una interpretación cuestionable. Varias líneas de razonamiento se pueden seguir: Si las elecciones son en mayo de 2012 y la Constitución fue aprobada en enero de 2010, no podemos hablar de aplicación retroactiva; la reelección no debe compararse con un derecho adquirido y la constitución que reformó todos los cimientos institucionales del país es de aplicación inmediata.  Si no fuera así, habría un serio problema de aplicación ya que sus textos tocan todas las estructuras de nuestra democracia ¿Cuánto habría que esperar para ejecutarle? 

Pero aún siendo condescendientes con su justificación, el argumento tampoco se sostiene sobre sus propios pies. Si no es ésta la Constitución que se le aplica, entonces es la anterior que contemplaba el "nunca jamás", luego de una segunda reelección. Pero este dato no entró dentro del análisis normativo del presidente, porque se ha colocado por encima del texto constitucional y ha dicho él lo que es constitucional o no, a pesar de que ambos textos se lo impiden. 

Es muy importante para la institucionalidad del país que el mandatario haya renunciado a lo prohibido. Esto no lo podemos negar. Pero la forma en que lo hizo es una clara muestra de que mientras persista la cultura política que cultiva el poder como un fin en sí mismo, la Constitución será objeto de manipulaciones interpretativas para derribar los obstáculos que impone. 

Aunque hayamos logrado un armisticio en la batalla de la no reelección, la lucha por la institucionalidad y  la consolidación de una cultura democrática es todavía larga hasta que no consolidemos una cultura política autónoma a los personalismos y sometida al marco del Estado de Derecho.