Durante el mes de octubre, se ha generado una nueva corriente migratoria de centroamericanos, principalmente hondureños, que han salido con destino a los Estados Unidos de América, pasando por Guatemala y México, en un recorrido terrestre que implica miles de kilómetros. 

El mejor ejemplo del efecto de la globalización es la movilidad humana en las dimensiones en las que se percibe hoy en día. Si bien las migraciones existen desde los inicios de la humanidad, las razones de estos desplazamientos eran un tanto diferentes. En la actualidad, las causas de los flujos migratorios son multifactoriales. La única forma de explicarlos sería mediante la desagregación de cada uno de ellos, pues solo así podremos entender su verdadera esencia.

Digo lo anterior como antecedente para que podamos comprender lo que está ocurriendo con las caravanas de migrantes centroamericanos que se han trazado el propósito de llegar a los Estados Unidos atravesando varias fronteras terrestres para alcanzar el anhelado sueño americano.

A excepción de Costa Rica, los países de Centroamérica, específicamente Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, se han visto afectados, desde hace algunas décadas por permanentes conflictos internos, motivados por la pobreza e inequidad social y económica. A esto se agrega el intervencionismo y dependencia de los Estados Unidos de América en la región, junto a otros factores como la corrupción y la falta de transparencia gubernamental.

Estos elementos citados previamente, sumados a las ya famosas pandillas de las maras, la criminalidad y la inseguridad han sido el caldo de cultivo para encender la llama de presiones sociales que han generado las caravanas hacia lo que se puede considerar como la búsqueda de un mundo mejor, lugares seguros y oportunidades de empleo.

Familias completas, mujeres, niños, niñas y jóvenes, cuya característica común es la pobreza y el desamparo, han abandonado sus hogares y salieron, sin ningún tipo de apoyo, a explorar una realidad que, aunque peligrosa e incierta, consideran mejor que la que dejaron atrás. Se cuestiona si son realmente movimientos espontáneos, pero no cabe duda de que, dentro de este éxodo, se mezclan tanto migrantes económicos como refugiados, solicitantes de asilo y posibles personas que están siendo objeto de trata y tráfico. 

Ningún país puede hacerse cargo de una población que ingrese de manera desordenada y sin respetar la legislación migratoria del país receptor. De tal suerte, es inadmisible considerar que el simple hecho de tomar la decisión de una marcha ―en principio espontánea― dé lugar a la admisión por parte de cualquier Estado. Tampoco el despliegue militar en las fronteras contribuye a solucionar la crisis, y mucho menos levantar campamentos de inmigrantes  en carpas a todo lo largo de la frontera norte con México.    

Convenimos en que la ausencia de programas y proyectos de desarrollo para mejorar el nivel de vida de los nacionales de esos países ha contribuido también a estos desplazamientos humanos. La realidad es que corresponde tanto a los Estados de los países de origen como a los países de ingreso, con el apoyo de la comunidad internacional, convocar a una cumbre regional que ofrezca soluciones de manera expedita a esta crisis migratoria.

En diciembre próximo tendrá lugar en Marruecos la Conferencia que dará lugar a la firma del Pacto Mundial para la Migración segura, ordenada y regular. En este sentido, la caravana de migrantes desde Centroamérica constituye el primer reto de este Pacto, y vendría a cuestionar si, en efecto, están todos los actores convocados para un acuerdo global de esa envergadura cuando los propios involucrados no han sido citados. Al parecer, una cosa es la burocracia internacional y sus cónclaves, y otra las necesidades de los propios afectados.

Veamos lo que ocurrirá en los próximos días. Pero confiemos sobre todo en que los ánimos se calmen y sean los líderes mundiales quienes llamen a un diálogo en el que se concerten soluciones durables, seguras y a corto plazo, teniendo presente que lo que está en juego son los derechos humanos, la dignidad de las personas y los compromisos internacionales suscritos por los Estados en materia migratoria.