La pregunta clave del debate sobre el futuro debería ser: “¿A qué país queremos parecernos?”, valiéndonos de una referencia al libro de Lewis Carroll, “Alicia en el país de las maravillas”. En la obra, cuando Alicia se encuentra con el Gato de Cheshire mantiene la siguiente conversación:

“¿Me podéis  indicar hacia dónde debo ir?”, le pregunta al gato. “Depende de adonde quieras llegar”, le responde. “A mí no me importa demasiado”. “En ese caso”, le dice el gato, “da igual a donde vayas”. “Siempre que llegue a alguna parte”, le dice Alicia, a lo cual dice el gato: “¡Oh!, siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante”.

Al final si no se sabe a dónde se va, poco importa el camino, trátese de un individuo, una empresa o una nación. El mensaje no puede ser más claro si podemos entender la moraleja aunque no podemos estar seguros de que buena parte de aquellos a quien les toca decidir leyeron en sus años de estudiante esa hermosa historia contenida en un clásico de la literatura universal. Nada más cierto, el país debe decidir hacia dónde quiere ir. A quién parecerse, si a nuestro entorno geográfico más cercano o los países más exitosos; aquellos que han alcanzado un nivel alto de desarrollo y prosperidad para sus pueblos.

No sólo se trata de discutir uno que otro pacto, sea eléctrico o fiscal, sino tomar la decisión que enrumbe a la nación por el camino apropiado y hacerlo de forma conjunta, sector público y sector privado, tomando las decisiones a tiempo, evitando las desviaciones y las pérdidas de tiempo en discusiones que no llegan a nada y manchan de obstáculos el sendero. El futuro no se prevé; el futuro se construye.  La obligación moral que encaramos en esta encrucijada difícil es laborar unidos para encontrar la senda del porvenir.