Las preguntas cruciales del debate sobre el futuro no pueden ser otras que las siguientes: ¿A qué país queremos parecernos? ¿A Haití, Bolivia, Nueva Zelanda o Finlandia? ¿Puede la República Dominicana financiar su desarrollo con una presión tributaria del 13 o el 14 por ciento del PIB? Si nos ponemos de acuerdo en las respuestas y miramos hacia adelante dejando atrás ese inmediatismo que ha caracterizado la vida nacional y mal orientado las discusiones en el ámbito de la política, seguramente superaríamos las trabas que impiden una llana discusión y todo lo demás podría resultar más fácil.

Algunos cálculos económicos sugieren que un incremento del uno por ciento del PIB en las recaudaciones fiscales bastaría para superar el déficit presupuestario, que ha descendido desde el 2012 de casi un ocho por ciento a menos de un 2.0 el año pasado. Otro uno o dos por ciento de incremento podría ser suficiente  para preservar las expectativas de estabilidad macroeconómica en los próximos años y aunque hay discrepancias con relación a estos números, es evidente que un diálogo serio y representativo al más alto nivel de la sociedad, encontraría sin muchas dificultades las fórmulas de nuestro despegue definitivo.

Hablamos de cifras del orden de los 130 o 140 mil millones de pesos que es el monto  estimado del déficit actual, lo cual significa que ese faltante no representa ninguna amenaza real para la estabilidad de una economía en constante crecimiento como es la nuestra, en la que el gasto tributario es prácticamente el doble. De manera que si abandonamos el temor a la mesa de negociación y renunciamos, una vez en ella, a levantarnos al primer desacuerdo, podríamos decir que al fin hemos podido dar un primer paso. Una buena oposición consiste en permitir que el gobierno resuelva los problemas que puedan explotarles después en sus manos.