EN SU LARGA y accidentada historia, Jerusalén ha sido ocupado por innumerables conquistadores.
Babilonios y persas, griegos y romanos, mamelucos y turcos, británicos y jordanos, por mencionar solo algunos
El más reciente ocupante es Israel, que conquistó y se anexó a Jerusalén en 1967.
(Podría haber escrito “Jerusalén Este”. Pero toda la Jerusalén histórica está en el este de Jerusalén de hoy Todas las demás zonas se construyeron en los últimos 200 años por los colonos sionistas, o están rodeando aldeas árabes que se unieron de manera arbitraria a la zona grande que ahora se llama Jerusalén, después de su ocupación.
Esta semana, Jerusalén estaba en llamas… de nuevo. Dos jóvenes de Jabel Mukaber, uno de los pueblos árabes anexos a Jerusalén, entraron en una sinagoga en el oeste de la ciudad durante las oraciones de la mañana y asesinaron a cuatro judíos devotos, antes de que ellos mismos fueran asesinados por la policía.
Jerusalén es llamada la “Ciudad de la Paz”. Pero esto es un error lingüístico. Es cierto que en la antigüedad se llamaba “Salem”, que suena parecido a “paz”, pero Salem era en realidad el nombre de la deidad local.
También es un error histórico. Ninguna ciudad en el mundo ha sido testigo de tantas guerras, masacres y tanto derramamiento de sangre como ésta.
Todo en nombre de algún dios u otro.
JERUSALÉN FUE anexionada (o “liberada”, o “unificada”) inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días de 1967.
Esa guerra fue el mayor triunfo militar de Israel. Y también fue el mayor desastre de Israel. Las bendiciones divinas de la increíble victoria se convirtieron en castigos divinos. Jerusalén fue uno de ellos.
La anexión se nos presentó (yo era entonces un miembro de la Knéset) como una unificación de la ciudad que había sido cruelmente destrozada en la guerra de 1948. Todo el mundo palestino-israelí citaba la frase bíblica: “Jerusalén está edificada como una ciudad que está bien consolidada”. Esta traducción del Salmo 122 es bastante extraña. El original hebreo dice simplemente “una ciudad que está unida".
De hecho, lo que ocurrió en 1967 fue cualquier cosa menos “unificación”.
Si la intención hubiera sido realmente la unificación, se hubiera visto un rsultado muy diferente.
La ciudadanía israelí les habría sido conferida automáticamente a todos los habitantes. Todas las propiedades árabes perdidas en el oeste de Jerusalén que habían sido expropiadas en 1948 habrían sido devueltas a sus legítimos dueños, que habían huido hacia Jerusalén Este.
La municipalidad de Jerusalén habría sido ampliada para incluir a los árabes de Oriente, incluso sin que la solicitaran de manera específica. Y otras cosas más.
Sucedió lo contrario. Ninguna propiedad fue restablecida, ni pagada ningún tipo de compensación. La municipalidad se mantuvo exclusivamente judío.
A los habitantes árabes no se les concedió la ciudadanía israelí, sino que simplemente se les otorgó una “residencia permanente”.
Este es un estatus que puede ser revocado arbitrariamente en cualquier momento ‒y de hecho fue revocado en muchos casos‒, lo que obliga a las víctimas a salir de la ciudad. Para guardar las apariencias, a los árabes se les permitió solicitar la ciudadanía israelí. Las autoridades sabían, por supuesto, que sólo un puñado la solicitaría, puesto que hacerlo implicaría el reconocimiento de la ocupación.
Para los palestinos esto equivaldría a traición. (Y a los pocos que la solicitaron se las negaron.)
El municipio no se amplió. En teoría, los árabes tienen derecho a votar en las elecciones municipales pero sólo un puñado lo hace, por las mismas razones. En la práctica, Jerusalén Este sigue siendo un territorio ocupado.
El alcalde, Teddy Kollek, fue elegido dos años antes de la anexión. Una de sus primeras acciones una vez designado fue demoler todo el barrio Mugrabi, junto al Muro de los Lamentos, dejando una gran plaza vacía que se asemeja a un lugar de estacionamiento. Los habitantes, todos ellos personas pobres, fueron desalojados en cuestión de horas.
Pero Kollek era un genio en las relaciones públicas. Él, de manera ostensible, estableció relaciones amistosas con los árabes de relieve, los presentó a los visitantes extranjeros y creó una impresión generalizada de paz y felicidad. Kollek construyó más nuevos barrios israelíes en tierra árabe que cualquier otra persona en el país. Sin embargo, este maestro colono cosechó casi todos los premios por la paz del mundo, excepto el Premio Nobel. Jerusalén Este se mantuvo tranquilo.
Sólo pocos sabían de una directiva secreta de Kollek que instruía a todas las autoridades municipales para velar por que la población árabe, entonces el 27%, no excediera ese nivel.
KOLLEK CONTÓ con el hábil apoyo de Moshe Dayan, el ministro de Defensa. Dayan creía en mantener a los palestinos tranquilos dándoles todos los beneficios posibles, excepto la libertad.
Pocos días después de la ocupación de Jerusalén Este se retiró la bandera israelí que había sido plantada por los soldados delante de la Cúpula de la Roca en el Monte del Templo. Dayan también devolvió la autoridad de facto sobre el Monte a las autoridades religiosas musulmanas.
A los judíos se les permitió entrar en el complejo del Templo, sólo en pequeñas cantidades y sólo como visitantes tranquilos. Se les prohibió orar allí, y se les retiraba por la fuerza si movían sus labios. Ellos podrían, después de todo, orar a sus anchas en el Muro Occidental contiguo (que es una parte de la antigua muralla exterior del complejo).
El gobierno pudo imponer este decreto gracias a un hecho religioso pintoresco: los judíos ortodoxos tienen absolutamente prohibido por los rabinos entrar en el Monte del Templo.
Según un mandato bíblico, los judíos corrientes no pueden entrar en el sitio más Sagrado de los Sagrados; sólo se permite entrar allí al más alto de los Rabinos. Ya hoy nadie sabe dónde se encuentra exactamente este lugar y los judíos piadosos no pueden entrar en absoluto al complejo.
COMO RESULTADO, los primeros años de la ocupación fueron una época feliz para el este de Jerusalén. Judíos y árabes se mezclaron libremente. Estaba de moda para los judíos hacer compras en el colorido mercado árabe y cenar en los restaurantes “orientales”. Yo mismo me alojaba de vez en cuando en hoteles árabes e hice un buen número de amigos árabes.
Esta atmósfera cambió gradualmente. El gobierno y la municipalidad pasaron un montón de dinero para “aburguesar” Jerusalén Oeste, pero los barrios árabes de Jerusalén Este se descuidaron, y se convirtieron en barrios marginales. La infraestructura y los servicios locales degeneraron.
Casi no se dieron permisos de construcción a los árabes, con el fin de obligar a la generación más joven a desplazarse fuera de las fronteras de la ciudad. Fue entonces, cuando se construyó la Muralla “de Separación”, para impedir que los que estaban afuera entraran a la ciudad, aislándolos de sus escuelas y trabajos. Sin embargo, a pesar de todo, la población árabe creció y alcanzó el 40%.
La opresión política aumentó. En virtud de los acuerdos de Oslo, a los árabes jerosolimitanos se les permitía votar por la Autoridad Palestina. Pero entonces se les impidió hacerlo, sus representantes fueron detenidos y expulsados de la ciudad. Todas las instituciones palestinas fueron cerradas por la fuerza, incluyendo la famosa Casa de Oriente, donde el gran líder admirado y amado de los árabes de Jerusalén, el difunto Faisal al-Husseini, tenía su oficina.
KOLLEK FUE sucedido por Ehud Olmert y un alcalde ortodoxo al que no le importa un comino Jerusalén Este, excepto el Monte del Templo.
Y entonces se produjo un desastre adicional: Los israelíes laicos están dejando Jerusalén, que rápidamente se está convirtiendo en un bastión ortodoxo. En su desesperación, decidieron expulsar al alcalde ortodoxo y elegir a un hombre de negocios secular. Por desgracia, es un ultranacionalista rabioso.
Nir Barkat se comporta como el alcalde de Jerusalén Oeste y el gobernador militar de Jerusalén Este. Trata a sus súbditos palestinos como enemigos que pueden ser toleradas si obedecen en silencio, y que son brutalmente reprimidos si no lo hacen. Además del abandono de una década de los barrios árabes, el ritmo acelerado de la construcción de nuevos barrios judíos, la brutalidad policial excesiva (abiertamente alentada por el alcalde), están produciendo una situación explosiva.
El desmembrami9ento total de Jerusalén de Cisjordania, su traspatio natural, empeora aún más la situación.
A esto se puede añadir la terminación del llamado proceso de paz, puesto que todos los palestinos están convencidos de que el este de Jerusalén debe ser la capital del futuro Estado de Palestina.
A ESTA situación sólo le faltaba una chispa para encender la ciudad. Esta fue debidamente proporcionada por los demagogos de derecha en el Knéset. Compitiendo por la atención y popularidad, comenzaron a visitar el Monte del Templo, uno tras otro, desatando con ello una tormenta cada vez. Añadido a la voluntad manifiesta de ciertos fanáticos de extrema derecha religiosa para construir el Tercer Templo en el lugar de la sagrada mezquita de al-Aqsa santo y la dorada Cúpula de la Roca, fue suficiente para crear la creencia de que los lugares sagrados estaban realmente en peligro
Luego llegó la espantosa venganza y asesinato de un niño árabe que fue secuestrado por judíos y quemado vivo con gasolina que le vertieron en la boca.
Residentes musulmanes de la ciudad comenzaron a actuar. Individualmente, desdeñando a las organizaciones, casi sin armas, comenzaron una serie de ataques que ahora llaman “la Intifada de los individuos”. Actuando solos, o con un hermano o un primo de su confianza, un árabe toma un cuchillo o una pistola (si puede conseguir una), o su coche, o un tractor, y mata a los israelíes más cercanos.
Él sabe que va a morir.
Los dos primos que mataron a cuatro judíos en una sinagoga esta semana – y también a un policía druso árabe‒ lo sabían. También sabían que sus familias iban a sufrir, que su hogar sería demolido y detenidos sus familiares. No fueron disuadidos. Las mezquitas eran más importantes.
Por otra parte, un día antes, un conductor de autobús árabe fue encontrado muerto en su vehículo. Según la policía, la autopsia demostró que se había suicidado. Un patólogo árabe concluyó que fue asesinado. Ningún árabe le cree a la policía; los árabes están convencidos de que la policía siempre miente.
Inmediatamente después de la matanza en la Sinagoga, el coro israelí de políticos y comentaristas entró en acción. Lo hicieron con un acople sorprendente: ministros, miembros del Knéset, exgenerales, periodistas, todos repitiendo con ligeras variaciones el mismo mensaje. La razón de esto es simple: todos los días la oficina del primer ministro envía una “página de mensajes” que instruye a todas las partes de la maquinaria de propaganda lo que tiene que decir.
Esta vez, el mensaje fue que Mahmoud Abbas era el culpable de todo, un “terrorista con traje”, el líder cuya incitación provoca la nueva Intifada. No importa que el jefe del Shin Bet testificara ese mismo día que Abbas no tiene conexiones ni abiertas ni encubiertas con la violencia.
Benjamin Netanyahu enfrentó las cámaras y con un rostro solemne y una voz lúgubre ‒él es un actor muy bueno‒ repitió una vez más lo que él ha dicho muchas veces antes, siempre pretendiendo que esta es una receta nueva: más policías, castigos más duros, demolición de viviendas, arrestos y multas grandes para los padres de niños de 13 años de edad que se atrapen lanzando piedras, y así sucesivamente.
Todo experto sabe que el resultado de estas medidas será exactamente lo contrario. Más árabes se indignarán y atacarán a hombres y mujeres israelíes. Los israelíes, por supuesto, “se vengarán” y “tomarán la ley en sus propias manos".
Para los habitantes y los turistas que caminan por las calles de Jerusalén, la ciudad que está “unido” se ha convertido en una aventura arriesgada. Muchos se quedan en su casa.
La Ciudad Profana está hoy más dividida que nunca.