"Las ciudades no son otra cosa que

monstruosas yuxtaposiciones de soledades”

                                        Ernesto Sábato

Una ciudad es un gran tejido de seres humanos entrelazados capaces de generar sorprendentes destellos de luz. Para comprenderla tan solo debemos penetrar su intimidad, pasear sus rincones, hacer un alto en sus bares,  respirar a grandes bocanadas la atmósfera que la envuelve, contemplar a las parejas que se pierden en un oscuro callejón.  Cualquier urbe posee sus propios códigos secretos y un juego de llaves que permite abrir todas sus bóvedas; cada uno de los adoquines que contienen sus calles guarda una célula madre en su interior y desde su posición horizontal en el pavimento es testigo de una caricia discreta o de una amarga despedida. La nuestra, Santo Domingo, va generando aceleradamente "monstruosas yuxtaposiciones de soledades"  y con ellas surge la necesidad de fotografiar "el instante preciso" del que nos habla  Henri Cartier-Bresson. Esto implica tener ágil la mirada, un dedo predispuesto a capturar esos sucesos excepcionales únicos e irrepetibles que ofrece la vida, exigiéndonos a la vez decisión para presionar el obturador de la cámara en el segundo exacto, ese que nos  permite atesorar para siempre esa escena íntima que sucede ante nuestras retinas. Una localidad en proceso de crecimiento necesita de fotógrafos arriesgados e indiscretos. Es innegable su valor en la construcción de iconos mediáticos como lo fueron en su día Brigitte Bardot, Zsa- Zsa Gabor o Liz Taylor. Cualquiera de ellas generaba toda una serie de jugosas historias que podían ser objeto de intrascendentes charlas de café o de un buen rato compartido al salir de una tienda.

El fotógrafo es un narrador omnisciente. Cada uno de ellos se convierte en los ojos de la sociedad mientras ésta duerme. Su presencia en el cuerpo de las capitales del mundo es tan imprescindible como el abedul que crece en los parques. Y como ellos, los  escritores, deben ser igualmente conscientes del vertiginoso crecimiento de la población que habitan y de la urgente necesidad de contar entre sus filas con paparazzis de las letras, siempre preparados para atrapar el elemento sorpresa. Este lugar necesita de ese autor cortazariano capaz de entregarnos un cuento como “Las babas del diablo”: … ¨bajemos por la escalera de esta casa hasta el 7 de noviembre, justo un mes atrás. Uno baja cinco pisos y ya está en el domingo, con un sol insospechado para noviembre en París, con muchísimas ganas de andar por ahí, de ver cosas, de sacar fotos¨. Solo un individuo, con una sensibilidad especial, puede atrapar el segundo preciso en el que una mujer sirve de carnada para que un niño sea retratado y  al mismo tiempo escapar de las redes  de un pedófilo.

Ahora es el turno de una nueva generación de prosistas dominicanos que recorren la ruta del Conde y se sientan en la cafetería de los "esquizofrénicos" frente a la catedral, esperando una buena historia. Y es que, por si algunos todavía no lo saben,  Santo Domingo ha cambiado. La Cafetería Conde y su pequeño mundo de poetas y escritores sentados alrededor de una mesa, conversando acerca de la posguerra, no son ya el referente obligado. Son otras las aves que vuelan el firmamento y distintas las historias. Vivimos ahora un mundo complejo e infinitamente más rápido. Un mundo, que contrario a aquel, avanza a un ritmo trepidante. La mirada debe estar siempre presta a captar cuanto acontece y atenta al destello que sucede a nuestro lado. Y todo esto me conduce inevitablemente a la certeza que me permite afirmar que nos encontramos en un lugar muy distinto desde hace, al menos, una década. Una metrópoli, desconocida hasta entonces, que va vomitando a su tiempo, poco a poco, desde sus entrañas un tipo de escritor como el peruano Julio Ramón Ribeyro de  Solo para fumadores” o tal vez el uruguayo Juan Carlos Onetti de la historia íntima y sórdida de “Un sueño realizado”. Una población distinta que dispara sus bocinas y alarmas, obligando a construir nuevos paradigmas muy alejados de aquellos que se aferran a la nostalgia del pasado y “Al viento frío” de ese Santo Domingo que trata de dejar atrás una derrota militar esforzándose por escapar de un régimen de fuerza represivo y corrupto.

Hay quienes parecen creer que la literatura en este país se inicia y culmina con ese aciago periodo de nuestra historia. Se construyen así mitos y surgen albaceas de una generación  que no permite el relevo. Y no es así. Yo hablo más bien de un literato novel que contempla la sociedad con mirada sorprendida y que no se permite ataduras. Autores y creadores de bisturí en mano, ante una nueva ciudad que reclama de nosotros mantener alerta el sentido de la vista, preparado el obturador de la cámara y una actitud atenta, siempre dispuesta a pulsarlo en el instante justo.