El viernes 23, el dirigente político José Francisco Peña Guaba, en un extenso artículo titulado El secretismo del trabajo sexual, publicado en este diario digital Acento, se hizo eco de un dato, excesivamente abultado por cierto, ofrecido en el 2019 por una entidad llamada COIN a un diario local, donde se dijo que en nuestro país ejercían la prostitución si se sumaban todos los variados estilos de su práctica, alrededor de 250.000 mujeres. Y de acuerdo con lo señalado por el autor del artículo, esa cifra es apenas la mitad de todas las mujeres que laboran como trabajadoras sexuales, según la fuente consultada. Si esa cantidad de dominicanas que se ganan la vida como prostitutas fuera cierta, entonces  “esa cantidad debe asombrar a cualquier cristiano”,  como dice el señor José Peña G.

Sé que como cualquier país de desarrollo medio, aquí la prostitución es una fuente de empleo que se promueve subrepticia y abiertamente por proxenetas, organizaciones criminales  y por los llamados “buscones de ayuda”. [Desde el 2018, a esta clase de buscones, aquí en Santiago empezaron a llamarles “location boy” para referirse al tipo que por cien pesos te ayuda a ubicar y localizar el “negocio”,  la casa de cita o casa de alterne o club de masaje donde laboran las chicas más guapas]. Pero categóricamente declaro que en la RD no tenemos esa astronómica cifra de trabajadoras sexuales. Lo que pasa es que cientos de hombres cuando se ‘levantan’ una mujer y tienen sexo con ella, recurren al truco de  hacerse los chivos locos y si esa mujer le insinúa que le ayude con el pago de la vivienda y la luz, pues automáticamente esos tacaños la desacreditan llamándola “cuero” y modernamente “chapeadora”, ya que para ellos esa mujer le está cobrando por la “jugada”. Esa es la razón por la que en la RD muchísima gente cree, erróneamente, que estamos plagados de trabajadoras sexuales cuando la verdad monda y lironda es que el país está lleno de hombres que piensan que las mujeres no compran comida, no pagan casa ni van al salón.

¿Por qué sostengo que es imposible que haya en nuestro país  aquella astronómica cifra de trabajadoras sexuales? Pues entre el 1985  y 1995 dirigí el Programa de Educación y Prevención de VIH/Sida en la Región Norte, y en la provincia Santiago teníamos censados 108  “negocios” (incluyendo bares, prostíbulos identificados por su nombre, cafeterías, barras, terrazas. kioscos, “salones”, saloncitos para “lectura de la taza”, terrazas “familiares”, dormitorios de paso y saloncitos para hacer “Hora Santa”) que ofertaban servicios sexuales a viejos y jóvenes y hasta a los lisiados y amputados, pues disponían de chicas de alto, mediano y de bajo coste.

En total esos “negocios” contaban con 1054 chicas. Adicionalmente teníamos registradas otras 68 limitadas al municipio de Santiago, que atendían a clientes de manera muy discreta al responder a una llamada telefónica de maipiolas y alcahuetas que previamente las habían reclutado, y esas maipiolas rentaban habitaciones a parejas. Y a riesgo de que el lector crea que escribo una ficción, fue ahí que comprobé que algunas mujeres casadas también estaban disponibles para atender una de esas llamadas para una “jugadita” discreta si había buena paga y un cliente también discreto. Estimo que podríamos tener entre 30 y 35 mil trabajadoras sexuales hoy en todo el país, pero nunca un cuarto ni medio millón.

Algunas chicas daban sus servicios directamente a domicilio valiéndose de “buscones” y otras 40 “se la buscaban” por la libre ‘en la calle’. Incluso, esa vez las autoridades sanitarias de Haití nos informaron que allá tenían registradas cerca de 400 prostitutas dominicanas que operaban en distintos “negocios” de Cabo Haitiano, Puerto Príncipe, Juanamende  y otras ciudades, en tanto que nosotros teníamos registradas entre Santiago, Valverde, Puerto Plata, Santiago Rodríguez, Montecristi y Dajabón, unas 225 chicas haitianas, incluyendo a 177 cuyas edades oscilaban entre los 15 y 22 años. Y que nadie se sorprenda, los clientes dominicanos de aquellas chicas haitianas eran hombres de todos los niveles sociales. [Consultar el link https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/sera-cierto-que-la-rd-es-lider-en-prostitucion-MI11919577].

Señores, si la provincia más próspera y con la mayor población de toda la Región Norte del país en aquel año tenía menos de 1200 trabajadoras sexuales, resulta imposible que 25 años después nuestro país cuente con cientos de miles de trabajadoras sexuales.

Comparto la opinión de José Peña G. de que “la prostitución es consecuencia de la gran desigualdad social”, a lo cual le sirve de abono la crianza en un ambiente familiar conflictivo donde los límites y normas no existen y donde lo común es que la fea cara de las conductas autodestructivas se asome antes de que millares de esas chicas lleguen a la adolescencia.

Un día le pregunté a Rosa de los Ángeles (seudónimo de la hermosa chica veinteañera que reclutamos como enlace entre la institución y sus compañeras trabajadoras sexuales) por qué siendo una muchacha tan atractiva y tan educada al hablar eligió como forma de ganarse el pan de cada día, el trabajo más peligroso del mundo para una mujer.

Las personas componentes de aquel equipo de vigilancia epidemiológica, quedamos asombrados de su respuesta. Ella, haciendo alarde de su sonrisa infantil, preguntó: “Doctor, ¿qué es una utopía? Bueno, una utopía es concebir un proyecto, un hecho, un lugar o un acontecimiento como real, pero que solo existe en nuestros sueños o en nuestra imaginación, le respondí. Y a continuación comentó: “Pues mire, yo soñé ir a la universidad tan pronto terminé el bachillerato. Quería estudiar Química porque todavía no me entra en la cabeza la idea de que toda la potencia que desarrolla un camión cargado o un carro mientras sube por una carretera es solo debida a la combustión de la gasolina. Creo que puede haber algo más que eso. Cuando le dije a papi y a mami que ya tenía la cédula, el acta de nacimiento y las notas certificadas para irme a inscribir a la universidad, papi solo dijo: “mi hija, pero con qué te vamos a mantener, comprar libros, pagar concho y comprarte ropa si lo poco que consigo solo alcanza para comer lo que aparezca y fíjate que a este ranchito donde vivimos ya no le caben más gotera.”

“En eso papi se enfermó –continuó diciendo– y no pudo seguir haciendo  trabajitos de chiripero y como bachiller lo único que yo sabía hacer era mangú y “suapiar” el piso. Ahí fue cuando una amiguita vecina me dijo: “Olvídate de esa utopía de ir pa  la universidad”. Vámono  eta noche pa donde yo trabajo, te voy a presentar gente de caché y tú verá como te van a llover lo cuaito, y má a ti con ese cuerpo tan lindo que tiene”. Fue así como entré en este mundo maldito y cruel, y en dos meses, ya los clientes me esperaban hasta dos y tres días para salir conmigo. Mis sueños se quemaron,  doctor. Fue así como supe que los planes que yo tenía eran una utopía”.

Miles de chicas como Rosa de los Ángeles, cuyos sueños caen súbitamente en el fondo del oscuro hoyo de un prostíbulo o en el engañoso mundo del porno-sexo y sexo-delivery, desgraciadamente  la sociedad y el Estado las invisibiliza para no tener que “bregar con eso” como un vano intento de negar su culpa. Probablemente, Rosa de los Ángeles imaginó vivir en una vivienda sin gotera y tal vez con un jardincito al frente donde florecieran buganvillas rosadas y amarillas y que su padre tuviera un trabajo fijo para apoyarla en el logro de su utopía: ¡ser una ingeniera química!, pero la sociedad y el Estado disimulador que tenemos, viven desentendidos de las miles de jóvenes que se ven empujadas a vender a precio de bagatela la única posesión que tienen, ¡sus posaderas!