Las trabajadoras domésticas son un actor invisible en el hogar dominicano, a pesar de ser parte de la estructura familiar, no se le reconoce como tal. Sin embargo, tiene peso en las relaciones al interior de la misma. Su presencia en muchos hogares de estratos medios y altos interactúa con relaciones que entremezclan afecto-familiaridad con segregación.
Dentro de muchos hogares las relaciones de desigualdad se expresan en la exclusión de la trabajadora doméstica de las actividades familiares, (comidas, celebraciones, recreación) e igualmente en la lógica servilista de solicitud continua de servicio sin límites, una reproducción del modelo esclavista. Algunas de ellas reportan en distintos estudios que fueron víctimas de violencia y abuso sexual y no se atrevieron a denunciar.
Una de las expresiones de discriminación hacia la trabajadora doméstica es el uso del término “chopa”, el cual tiene una fuerte connotación despectiva. Este término evidencia las diferencias de clase.
Una empleada doméstica vestida con uniforme acompañando la familia para la que trabaja en una plaza comercial o restaurante es un acto discriminatorio, su uniforme establece claramente que no pertenece a la familia y que por tanto se encuentra en condiciones de inferioridad frente al resto de sus miembros
Se usa como objeto de bullying, humillación y maltrato. Alrededor de la representación “chopa” se ha construido comedias, caricaturas que reflejan la discriminación social hacia las trabajadoras domésticas.
Con el uso de “chopa”se invisibilizan las desigualdades y las verdaderas razones que generan la pobreza que afecta a muchas mujeres y jóvenes, empujándolas a dedicarse al trabajo doméstico.
El término de “chopa”se convierte en un juicio de valor hacia un estilo de vestir, peinado, uso de accesorios y carteras calificados como de “mal gusto”. Un mal gusto que expresa escaso acceso a ingresos para adecuarse a la “moda” o a los patrones de alto consumo.
De esta manera se normaliza la desigualdad social entre trabajadoras domésticas y el resto de la familia con la justificación de su condición vista como “inferior”. La inferiorización de los grupos sociales desfavorecidos es una estrategia que tiene su origen en la esclavitud. Convertir los esclavos en “feos”, “mal educados”, “brutos” y “salvajes” justificó por mucho tiempo su maltrato y explotación.
Recientemente se discutió en la Cámara de Diputados la prohibición hacia las familias que emplean trabajadoras domésticas de exigirle uso de uniforme fuera del hogar. Esta medida visibiliza una de las tantas prácticas discriminatorias. Una empleada doméstica vestida con uniforme acompañando la familia para la que trabaja en una plaza comercial o restaurante es un acto discriminatorio, su uniforme establece claramente que no pertenece a la familia y que por tanto se encuentra en condiciones de inferioridad frente al resto de sus miembros.
Esperemos que el debate legislativo sobre el trabajo doméstico no se reduzca al uniforme sino que suponga una mirada a todas las condiciones, laborales y de derechos de estas mujeres tomando en cuenta el contexto social de los hogares en los que trabajan.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY