Cuando en el año de 1962 inicié mis estudios universitarios en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de la UASD, mis compañeros de curso totalizabamos unos 150, número que se aproximó a los 200 en los componentes de la III promoción. En los años subsiguientes la cantidad no fue tan numerosa pero siempre entre 50 y 100, cantidad que fue en descenso hasta finales del siglo pasado.
En esta última época, no solo en la UASD sino en todas las facultades que con posterioridad se aperturaron en el país, el ausentismo estudiantil se intensificó debiendo muchas Universidades cerrarlas provisional o definitivamente. Al mismo tiempo muchos egresados no encontraban colocación acelerándose un flujo de deserción hacia el extranjero que convirtió a New York en la ciudad con mayor número de ingenieros agrónomos dominicanos en el mundo.
Ante esta desesperante circunstancia las Universidades se entregaron a la contratación de expertos en rediseño curricular con la finalidad de atraer a eventuales estudiantes. Campañas mediáticas – audio visuales – se concibieron con el mismo propósito, mientras que reconocidos sociólogos, mercadólogos y economistas sugirieron actualizar los planes de estudios adecuándolos a los nuevos paradigmas que definián la realidad nacional.
Se invirtieron millones de pesos en estas actividades y un tiempo que jamás podrá recuperarse, más sin embargo las sesiones de clases seguirían cayéndose y un considerable porcentaje de la población estudiantil la conformaban extranjeros, sobre todo haitianos y uno que otro paquistaní, venezolano o boricua. El panorama llegó al extremo de que los agrónomos egresados desanimaban a sus hijos y parientes si éstos pretendían ingresar a la carrera.
Por su reducido número, ya los profesores no les impartían a sus estudiantes las cátedras tradicionales sino mas bien tutorías – sumaban 3 o 4 – y aunque amplios programas de becas destinados a promocionar el ingreso estudiantil en las facultades de Agronomía fueron vertebrados, los pírricos salarios pagados por las instituciones gubernamentales del sector – principal patrón – desalentaban a los jóvenes aspirantes.
Los gremios, particularmente la Asociación Nacional de Profesionales Agropecuarios – ANPA -, llevaban años insistiendo en la conveniencia de que los técnicos y profesionales del sector fueran objeto de una remuneración en consonancia con el contexto socio – económico del país y de su trabajo, pero los Ministros y los gobiernos acusaban una crónica sordera ante su reclamo. Esto ocurría hasta que Benítez ocupó la cartera.
A partir del mes de Abril del presente año la categorización es un hecho en la nómina del MARD – Ministerio de Agricultura – donde un ingeniero agrónomo sin especialización devenga un salario mínimo de $35,000.00 – treinta y cinco mil – mientras aquellos que tienen especialidades – doctorados, maestrías – y larga trayectoria en la institución perciben una mayor retribución – hasta los $50,000.00.
Este esperado y justiciero aumento – la mayoría ganaban alrededor de $20,000 – ha provocado consecuencias positivas en la profesión, siendo una de ellos la dignificación y el interés por los bachilleres de estudiarla, no exagerando al señalar, que como ha sucedido con la carrera magisterial luego de la adjudicación del 4% del presupuesto al MINERD, se producirá necesariamente un incremento de la matrícula en Agronomía.
En el Departamento de Extensión del MARD labora una madre soltera con más de 40 años de edad, que comenzó llenando funditas en los viveros y ahora realiza labores de mensajería interna. Al enterarse del aumento a los agrónomos y de su jubilación con seguro médico, se inscribió de inmediato en la carrera – en la UNEV – a sabiendas de la dificultad que representa reiniciar estudios universitarios luego de una pausa de 20 años. Esta transformación de su vida se la debe a Osmar.
Al recibir antes un salario de miseria la gran mayoría de los profesionales del campo cuando imprimían sus tarjetas de presentación sólo destacaban en ellas ser ingenieros a secas, ocultando por vergüenza indicar que eran agrónomos. Después de la dignificación de sus honorarios acordada por Benítez, algunos impresores me han comunicado que poco a poco están resaltando la titularidad completa: Ingeniero Agrónomo.
El actual ocupante de la posición cimera del MARD, no sólo se ha ocupado del aspecto pecuniario del ejercicio de los profesionales y técnicos del agro a su cargo, sino que también insiste en la contratación de nuevo personal pero bajo concurso y desde luego por la calidad del relevo generacional, que de una manera natural tiene lugar en todas las instituciones, sean éstas publicas o privadas.
Algunos Ministros de Agricultura se han caracterizado por determinadas ejecutorias tomadas durante su administración: concesión de transporte gratuito a los empleados; cancelaciones masivas; construcción de un club recreativo o por una exacerbada austeridad. La categorización de los profesionales agropecuarios le asegura sin lugar a dudas a Benítez un sitial de exclusividad en la historia de quienes han ejercido ese apetecido cargo.