Mi país que es mi país porque no hay otro que se parezca a él ni duela tanto

ni que tenga esas cosas tan pequeñas

pero que están allí:

patio en la casa

casa en la calle

calle en el barrio

barrio en la ciudad

que se han juntado para ser todo lo dulce

y lo amargo de un país.

Manuel Rueda, Retajila (fragmento)

Algunas tardes, con apenas cuatro años, pedía a gritos que me llevaran a ver “la casa”. Vivíamos cerca, en un inmueble construido muy al principio del siglo XX en la calle Dr. Delgado 56 esquina calle Luisa Ozema Pellerano. Mi madre me enviaba con la muchacha a comprar algunas cosas menores al colmado Asturias, ubicado en la esquina César Nicolás Penson, y yo iba en mi velocípedo como si se tratara de una carrera de Fórmula Uno en mi imaginario de diversión.

El problema surgía cuando pedía a la muchacha que siguiéramos una cuadra más arriba para ver la casa de los troncos y no siempre me complacía. Yo demandaba verla entre rabietas infantiles, hasta que ella, con paciencia, me prometía que al otro día la iríamos a ver.

Los días en que subíamos hasta la esquina Moisés García me deleitaba al ver esa casita que parecía surgida de un cuento ilustrado de los que hojeábamos en el colegio De la Salle, tan extraña y sugerente, tan particular y hermosa en su sencillez. Debió haberme deslumbrado la grandeza del colindante Palacio Nacional, con su volumen amarillento de elementos neoclásicos donde se concentraba el poder político. Pero no. Para mí el Palacio no era más que otro edificio del entorno, muy lejos de la fuerza expresiva que me provocaba la casa de los troncos. La contemplaba por unos minutos hasta que la muchacha me decía que había que volver porque nos esperaban en mi casa.

Fotografía de 1914 c de Villa Hena, antes de la construcción de la calle Moisés García. Imagen del Archivo General de la Nación

Al mudarnos del sector perdí la relación de amor platónico con ese inmueble que ha permanecido a lo largo de un siglo, con su arrogancia propia del que se sabe especial y tiene identidad propia. Como todo habitante de esta ciudad histórica la casa forma parte de aquellas imágenes que atesoramos como si fueran nuestras, atentos a su posible desaparición, como si estuvieran obligadas a existir siempre, aunque todo lo demás desaparezca.

La Casa de las Raíces es el nombre que todos le hemos dado a un inmueble que Zoilo Hermógenes García concluyó en 1914 para su residencia en Santo Domingo, a la cual le puso el nombre de Villa Hena en honor a una de sus hijas. Los datos sobre el inmueble son escasos, se han perdido en anaqueles y se repite lo poco que sabemos de ella: que fue diseñada y construida por su propietario, a quien le llamaban Mojito, ingeniero de profesión y oriundo de La Vega, fallecido dos años después a la edad de 35 años;  y que es muy probable que alguno de los catalanes que desarrollaron obras en la ciudad cuando fueron contratados para rehacer los interiores del Palacio de Gobierno (hoy Museo de las Casas Reales) en 1905, haya participado como artesano para construir las famosas raíces que la caracteriza. Se cree que fue José Domenech ese artesano español el responsable de aplicar la técnica de imitar troncos de árboles que el art noveau había desarrollado en Europa, en particular, en quioscos que aún podemos ver en ciertos lugares parisinos, belgas o catalanes.

La Casa de las Raíces recién restaurada, con sus ventanillas en la techumbre similares a las originales. Fotografía de José Enrique Delmonte

Entre García y Domenech lograron imprimirle una identidad a un pequeño inmueble de características populares de los que abundaban en varias ciudades del país, con un novedoso concepto de jardín formado por una arboleda que arropaba la casa hasta hacerla una pieza más del bosque. Los troncos se arrastran desde el jardín y se adosan al basamento de la casa hasta subir como columnas que soportan el techo de la galería perimetral. En su encuentro con este techo, cada columna se ramifica en un esquema orgánico que se repite en las barandas y ofrece un espectáculo visual por su fidelidad con un realismo sorprendente. Y surge la pregunta del transeúnte: ¿serán troncos naturales?, ¿son piezas de madera colocadas en esa galería?

Si bien hemos podido comprobar hoy que no se trata de troncos de madera sino de una técnica constructiva de armazón de malla metálica con una mezcla de arenisca color ocre y cemento que le da ese aspecto tan cercano a la realidad, lo más impactante es que el artesano hizo de cada pieza un elemento distinto. El trabajo de imitar troncos es extraordinario: no hay textura que se repita pues prevalece la idea de que el bosque es diverso en especies y todavía están intactos a pesar de las tantas agresiones climáticas y humanas de que han sido víctimas.

La casa fue construida siguiendo el esquema organizacional de las viviendas pequeño burguesas diseminadas en extramuros antes de la Intervención norteamericana de 1916. Como era la costumbre, el dato de su construcción quedó impreso en su fachada con unos troncos en la baranda que marcaban “1914” y encima, colgando del dintel, las iniciales del propietario “ZHG”. Un portal original con iguales características artesanales precede la propiedad en su cara hacia la Dr. Delgado, donde se lee el nombre del inmueble, “Villa Hena”. En nuestro trabajo de intervención hicimos un levantamiento de lo faltante, es decir, la fecha y las iniciales, para colocar una nueva versión lo más cercano a lo desaparecido para completar la estampa original del inmueble.

Fachada principal de la Casa de las Raíces restaurada. Fotografía de José Enrique Delmonte

Los García eran propietarios de un amplio lote que se extendía más allá de la calle Pedro Henríquez Ureña que, en su lado hacia la Dr. Delgado ofrece un exquisito conjunto de edificios señoriales propios del Gascue que evocamos. Son inmuebles elevados con escalinatas centrales que permiten llegar a una galería frontal que sirve de recibimiento, todos de hormigón armado con techumbre de cinc. La del extremo norte, que hace esquina con la avenida Pedro Henríquez Ureña, construida toda en hormigón armado y diseñada en 1941 por Humberto Ruiz Castillo constituye una pieza de gran valor arquitectónico. Hoy sirve para una institución de Salud Pública.

Diferente a ese conjunto es la Casa de las Raíces, en el extremo sur, con una escala alejada de aspiraciones monumentales, muy cercana a la tradición residencial criolla. Más allá del primer impacto que provoca el trabajo naturalista en las columnas y barandas exteriores, sorprende la particularidad de la techumbre. Si el entramado de raíces que surgen del jardín es motivo de admiración, la forma en que está cubierto el inmueble es encomiable. García se alejó de las soluciones conocidas para disponer de las aguas y generó una diversidad de ángulos y encuentros entre diferentes cuerpos que convierten al inmueble en una muestra de identidad propia.

Por esa razón, el conjunto arquitectónico adquiere un matiz único porque va más allá de un decorado simulador en su fachada, al concebirla como una obra sin referentes en la arquitectura dominicana. La dificultad para insertarla en un “estilo” o tendencia estética es evidente. No es una pieza neoclásica, ni vernácula, ni popular. Tampoco sigue los patrones de la arquitectura de madera importados desde Norteamérica ni posee rasgos del llamado victoriano dominicano. Es sencilla y compleja a la vez, parecida y distinta, arbitraria y rigurosa, silenciosa y brillante, humilde y majestuosa.

Hace un año sus actuales propietarios pidieron mi asesoría para intervenirla y rescatar sus particularidades. Por muchos años había servido de oficinas privadas, luego para instituciones gubernamentales y hubo un intento de intervenirla con fondos del Despacho de la Primera Dama que fue desestimado. Este uso distinto a su concepción residencial terminó transformando sus espacios interiores y generando una carga de lesiones producto de las adecuaciones a que fue sometida. Justo antes de nuestra participacción existía una propuesta de sustituir los techos con estructuras metálicas y aluzinc que hubiesen eliminado las huellas originales más características del inmueble. En la parte posterior se había construido un anexo para oficinas que ocupaba toda el área libre de la parcela. También se pretendía construirle una verja perimetral en los lados este y sur que, a nuestro juicio, hubiese ejercido un ruido extraño al conjunto que aun observamos.

Interior del salón principal de la Casa de las Raíces. Nótese las baldosas hidráulicas y el mediopunto con columnas. Fotografía de José Enrique Delmonte

Cuando nos encargaron de la intervención hicimos un levantamiento de daños y una lectura de sus particularidades. Antes de iniciar un trabajo de restauración para nosotros es importante permitir al inmueble que “nos hable”, que “nos cuente su historia” y “nos exprese sus quejas”. Así, en una componenda privada entre la Casa y yo supe de la necesidad de mantenerle sus elementos más antiguos y restablecerle su dignidad.

El estudio in situ de la estructura de madera de la techumbre fue arduo: hicimos un levantamiento de cada pieza para entender cómo actuaba el esquema estructural, además de marcar aquellas gravemente deterioradas. Así pudimos entender la forma de las diferentes aguas del techo, marcar los ángulos y los anclajes e identificar las más recientes intervenciones que habían modificado el diseño original.

Desde arriba del cielorraso tuvimos la oportunidad de reconocer los espacios originales que servían para uso residencial, ya que en el interior varios muros contaminaban el entendimiento de lo que fue añadido con los años. También pudimos descubrir las huellas de las caras exteriores de las buhardillas en los techos, que originalmente eran de madera machihembrada con ventanas redondas de celosías fijas. Estas ventanas no eran puramente estéticas, sino que formaban parte de un sistema de entrada y salida de aire caliente para mantener fresco el interior de la vivienda. Una de ellas, la que está en la fachada principal que tiene forma triangular, había sido eliminada hace muchos años y pudimos reinsertarla para restablecer la imagen inicial de 1914.

En las constantes variaciones que demandaba el uso para oficinas del inmueble se decidió colocar un cielorraso comercial en su interior que disminuyó la altura en los interiores. Producto de ese trabajo se redujeron los huecos exteriores que provocaron una distorsión de las proporciones originales y afectaron la calidad espacial en el interior. Al eliminar ese cielorraso se colocó uno nuevo en madera machihembrada, similar al que encontramos en algunos puntos de la casa, y restablecimos la altura interior original. En consecuencia, pudimos ampliar los huecos exteriores hasta la altura que el estudio determinó como su verdadera dimensión.

En el interior de la casa existía un piso de madera prensada que cubría unas baldosas hidráulicas de variado y exquisito diseño, que bien podrían ser de la década de 1930, cuando se le hicieron mejoras al interior. Previo a estas baldosas descubrimos lo que pudo haber sido el piso original, construido en hormigón vaciado, sobre el cual se habrían colocado tablones de madera. Nosotros no hicimos estudios específicos para indagar si antes de ese piso de hormigón la casa contenía un armazón hueco de madera con pisos de tablón como se usaba en algunos inmuebles de la época. Es probable que el ciclón de San Zenón, en 1930, afectara parte de la vivienda y algunas de estas variaciones hayan sido consecuencias del mismo. Sin embargo, el levantamiento fotográfico revela que las características originales han permanecido invariables en el tiempo, en particular, la techumbre.

Miembros del ICOMOS Dominicano en visita a la recién restaurada Casa de las Raíces. Se observa, entre otros, al Ing. Amaury Cestari, presidente del organismo especializado en la conservación.

Cuando un restaurador se enfrenta a una encomienda de rescate es necesario que deponga sus actitudes creativas y permita que predomine la voz del autor original de la obra. ¿Qué tocar y que no? ¿Qué introducir y que preservar? Para ser creativos hay otros momentos y otras oportunidades. En el caso de la Casa de las Raíces fue perentoria la búsqueda de su distribución de 1914, convertida en una obsesión con consultas, reuniones con colegas y antiguos residentes del inmueble en alguna de sus etapas. Las comparaciones de esquemas de plantas de viviendas de la época fueron valiosas para descifrar incógnitas. Así, recreamos en nuestra mente un recorrido por la casa cuando era ocupada por sus primeros residentes, con el posible mobiliario, los adornos y la vida cotidiana en la misma. Algunas voces surgieron en nuestra imaginación.

La casa tenía un área de recibo a cuya derecha se disponía de una habitación que servía de oficina; a la izquierda se encontraba el gran salón para la sala y el estar, con su mediopunto característico de la arquitectura dominicana que dividía, mediante columnas neoclásicas, un espacio y otro. Al fondo de este gran salón había una amplia puerta, posiblemente de madera y vitrales, que comunicaba el comedor de lujo, seguido del área de cocina y servicio. En el centro de la vivienda se disponía de un pasillo corredor que comunicaba directamente al patio y a los tres dormitorios, todos colocados en el lado derecho al norte del inmueble. Un baño común servía para todo el interior, quizás ubicado en el lado posterior derecho, hoy desaparecido. En el patio existe aún la galería perimetral con cancelas prefabricadas y columnas clásicas propias del lenguaje de la época.

Permanece en el interior un añadido que se construyó para colocar una caja fuerte para servicio de una de las dependencias gubernamentales que ocuparon el inmueble. Su ubicación rompe la distribución original que formaba el eje de conexión del pasillo y desde donde se comunicaban los dormitorios.

Uno de nuestros aportes ha sido producir un documento con el levantamiento arquitectónico del inmueble y la secuencia de la intervención, el cual será depositado en el Centro de Inventario de Bienes Culturales. Este es, quizás, una de las mayores debilidades de la actuación patrimonial porque carecemos de documentación de la mayoría de los inmuebles históricos. Es imprescindible reforzar este aspecto para beneficio del patrimonio edificado dominicano.

La intervención de este conocido elemento patrimonial de la ciudad de Santo Domingo ha generado cierto entusiasmo colectivo. Refleja el deseo de que se preserve lo que ha sido reconocido como referente identitario local y permite demostrar que existe un valor agregado en la historicidad de los inmuebles que poco a poco superará el valor único que los bienes raíces ahora consideran. Hay regocijo por la intervención en la Casa de las Raíces. Nos pone a pensar que se requiere una visión creativa para conservar inmuebles más allá de la posición ortodoxa de la conservación o el predominio de un mercantilismo agresivo que reduce las huellas de identidad a una mercancía de resultados exclusivamente financieros.

Desde hace un tiempo estamos concentrados en desarrollar una estrategia para la conservación en la que los propietarios de bienes patrimoniales se transformen en verdaderos beneficiarios dentro del mercado inmobiliario sin tener que perder los inmuebles. Es una visión distinta a lo que hasta el momento se ha planteado para que los distintos participantes de la dinámica urbano-inmobiliaria actúen en sincronía con los organismos ligados a la conservación patrimonial.  La experiencia en la Casa de las Raíces refuerza esta visión.

Han pasado los años cuando subía a mi velocípedo rojo con guardalodos cromados,  conquistador de lugares mágicos que abrían mis pupilas y permanecía en silencio. Agradezco la dicha de contribuir a devolver limpia y altiva, solemne y hermosa a la Casa de las Raíces, tan solitaria y única dentro del devenir de los tiempos.

Agradecimiento:

  1. Agradecimientos a Bolívar Soto, Eduardo Gutiérrez, Jacqueline Soto, Pilar Soto, Alejandro Gutiérrez y Lisbeth Balaguer.
  2. Equipo técnico: Joan Delmonte, Julio E. Batista, José Batista Binet, Ramón Mercedes, Rafael Holguín, Rafael Sánchez Ovalles, Orlando Mieses, William Ogando, Fernando Ortega, Gerardo Terrero y Sucre Ferreras.
  3. Colaboradores: Ana Valdez, Risoris Silvestre, Eddy Martell, Víctor Durán, Ramón Méndez, Virgilio Hoepelman, Elizardo Ruiz y Gustavo Ubrí.