Cuando Danilo Medina dijo en un acto público, “el Estado me ha vencido”, asistíamos a la más dramática constatación del daño que la ambición política y el poder económico pueden hacerle a un individuo; y de cómo nuestras acciones tienen una repercusión directa sobre nuestras vidas, pero sobre todo sobre el sistema político y en definitiva sobre todo un pueblo.
La compra de la voluntad de disentir, desde la tendencia política que sea, se ha institucionalizado de manera eficaz en esta última década, si bien que en todas las épocas ha existido esa necesidad de pretender que el gobierno asuma ese rol.
Fue Joaquín Balaguer el que manejó certeramente esa “ayuda a los pobres”, recordándonos siempre que éramos pobres y que él estaba allí para salvarnos una vez al año de esa miseria histórica.
Ese estilo tan perverso de hacer política hoy es un acto banal, que ha quedado inscrito en el inconsciente colectivo de los dominicanos, del cual no puede separarse nadie, ni siquiera los que se quejan de que hacer política es aberrante y caro.
Desde el accionar de la caridad política es frecuente escuchar: “Quiero ser diputado. Yo también quiero lo mío.”
Y es que, además, de la negociación permanente, a la cual está sujeta nuestra posible decisión, esta viene acompañada por un individualismo militante, donde lo que se quiere es garantizarse la prebenda, mediante la reproducción de la fórmula, inversión, caridad política, beneficios, sea como sea que esta se manifieste.
En medio de esta caridad política, debemos cuidarnos de mendigar de entrada la dádiva, ofertándonos como desasistidos, sin ver que tenemos derecho a todo lo que supuestamente nos está regalando como un favor de gobierno cualquier político mediocre
A lo que cabe agregar la impunidad, que hace más atractivo el rol de político, además de dar un cierto toque de importancia.
Es así como nuestro liderazgo- delincuencial luchará por guardar esos espacios negociados, quedando sepultada la espontaneidad del líder popular carismático, romántico, capaz de creer que podría mover las masas y cambiar las cosas.
Ese líder ha sido suplantado por el vividor, arribista e insignificante hablador de pendejadas, que sale a regalar salami, a ofrecer secadas de pelo y espaguetis.
Como decía un ciudadano atropellado: “este es un país de espaguetis”, aquí el destino de una comunidad, se juega en una playa, con romo y un plato de espaguetis, en el mejor de los casos.
Hay partidos que han quedado convertidos en simples franquicias, en las que se vende y se negocia todo.
Esta práctica ha erosionado el quehacer político a tal punto que, podríamos decir, acabará con casi todos los partidos políticos minoritarios. En consecuencia, se pregunta una: ¿Cuál es el rol de 7 de los 10 candidatos presidenciales, sino garantizarse una cuota de poder en el
actual escenario? Nos hacemos esa pregunta porque esos pequeños partidos, juntos todos, no hacen una tercera fuerza.
Hoy día para que usted no vote por un candidato le secuestran la cedula, le dan un sancocho y un bono gas acompañado del cuento de que “le estamos ayudando para que salga de abajo”.
Esto se acompaña, además, de una campaña moral. Sí, porque también la moral ha quedado sujeta a la compra de conciencia barata. La ideología desapareció bajo el lema del “fin de las ideologías”, pero aquí se lo tomaron tan en serio que ahora nos hablan del “Bien por ti”.
Los votantes han quedado empobrecidos e envilecidos, se ha perdido la autoestima, en la medida en que todos parecen tener un precio muy barato. Siendo lo más interesante de este fenómeno, la compra de conciencia, y lo bien hecho del trabajo, que hasta la misma clase política ha quedado prisionera de su fechoría.
Existe un discurso que ilustra la calidad de la relación y la dimensión del daño, “no hay grasa”, “no me moja” ,”no chiripea,” “come solo”, frases instalas en el lenguaje popular, que dan señales de que a la mayoría del electorado “le da par de tre” que usted tenga una oferta política buena, si esta no viene acompañada de un aporte, económico bueno.
La población votante, parece responder al mismo nivel de cinismo con que la clase política le ha tratado, generándose una simbiosis entre caridad política y votante inconsciente, algo que los genios de la estrategia propagandista electoral deben saber, para evitar sorpresas.
En este círculo vicioso observamos cómo el político cada vez habla más disparates, comete más desaciertos o se burla simplemente de los electores, hablándoles como si el pueblo viviera en una dimensión desconocida.
Por otro lado pareciera que el pueblo está bien consiente, del deterioro ético y moral en que nos encontramos todos, pues se trata de una población de individuos disgustados, desesperados, empobrecidos y moralmente miserables. Incapaces de situarse frente a sí mismos y hurgar en su interior la voluntad de hacer algo para cambiar.
Les compraron la esencia, siendo esto lo más grave de lo que nos ocurre. La gente hace las cosas mal hechas, sabiendo que están mal hechas, sin remordimientos, sin culpa. En este ejercicio de la compra de conciencia, lo que se ha comprado, esencialmente, ha sido la integridad del SER, y esto no tiene nada que ver con la democracia.
Ante la ausencia de de un liderazgo, capaz de ofrecer una transformación que movilice a la ciudadanía, la relación político-elector/político- militante está basada en dádivas y favores personales, en la caridad política o en la política de caridad. Consumiéndose así toda una generación, que se iluminó a la luz de un José Francisco Peña Gómez y de mucha gente que cayó antes que llegara Don Juan Bosch. Esa gente como Gaby Castillo, Pichi Mella, Leonel Jiménez Goldian, anónimos, mártires, valientes, torturados y desaparecidos, que labraron el camino para que una cuerda de bandoleros de la política salgan a repartir, en tiempos de barbarie democrática caritativa, la oferta de compra de nuestras voluntades y capacidades de disentir.
El país tiene que verse y ver en lo que está, que ningún político tiene que pagarnos nada por desear que esta sociedad sea un espacio para todos sin privilegios de pertenecer a una u otro bando político.
De seguir siendo tan baratos como electores, podríamos llevarnos una sorpresa. En medio de esta caridad política, debemos cuidarnos de mendigar de entrada la dádiva, ofertándonos como desasistidos, sin ver que tenemos derecho a todo lo que supuestamente nos está regalando como un favor de gobierno cualquier político mediocre.