Al igual que la pequeña localidad española de La Rioja denominada Santo Domingo de la Calzada, la capital homónima de la República Dominicana Santo Domingo de Guzmán fue severamente castigada por la apocalíptica catástrofe del COVID-19, y las medidas restrictivas aquí implementadas para su contención se pusieron en marcha muy pocos días antes del inicio de la primavera en el hemisferio norte.
Cuando en las horas no comprendidas por el toque de queda abandonaba mi virtual apresamiento doméstico para la realización de las habituales actividades cotidianas -supermercados, bancos, farmacias, pagos diversos etc- sin las cuales el desenvolvimiento del día a día de nuestra existencia se vería en serios aprietos, mi vocación callejera me impulsaba además a la observación de aspectos citadinos que servían de marco a la calamidad que sobrellevábamos.
Como sucede en los primeros días de Abril, este año alcanzó los límites de la espectacularidad la amarillenta e impresionante floración del ARAGUANEY -el árbol nacional de Venezuela- cuyas flores cubrían casi en su totalidad su copa, ocultando sus ramas y escasas hojas. En la ciudad hay muchos ejemplares del mismo, siendo la pequeña alameda frente a la Procuraduría en el Centro de los Héroes y los que prosperan bordeando la iglesia de los Mormones frente al antiguo Zoológico, los más connotados. Fue un estallido floral pocas veces visto.
No se quien preguntó un día ¿Qué sería de Dios sin los hombres -no podrían ser los animales, las plantas, el sol- cuyo testimonio es lo que garantiza su existencia? Digo esto porque sin las procesiones, viacrucis, visitas a los monumentos etc, es decir sin la presencia de los hombres, la Semana Santa pierde todo carácter solemne, grandioso, sacrosanto. Por ello, la Semana Mayor pasó este año sin pena y sin gloria, estuvo completamente desangelada.
Otro tanto aconteció con el Día de las Secretarias en creciente disputa con el de los Enamorados, las Madres y el Viernes Negro en cuanto a fechas de compras por nuestros compatriotas. Igual destino tuvieron los antaño concurridos Día del Libro que mas bien promueven la influencia de la comida basura en la gastronomía criolla, así como el Día del Trabajo que lo rodaron para el 3 de mayo el cual estuvo huérfano de cualquier tipo de celebración obrera.
A partir de la cinco de la tarde, al reducirse el tránsito vehicular y el silencio apropiarse de nuestras calles, avenidas y espacios verdes, el trinar y vuelo de los pericos, gorriones, cotorras, ciguas y palomas entre otras aves, adquirieron en la quietud de las horas crepusculares un protagonismo inusual antes inexistente por el infernal ruido de motocicletas y vehículos de motor. Disfrutábamos de una calma virgiliana hoy exiliada en nuestros campos y montañas.
Convencido que la vida en sociedad es el mundo del espectáculo y las apariencias, todos estamos forzados a “actuar” o sea, comportarnos para no desmerecer de los demás. Esto siempre reclama la comisión de ciertos arreglos personalizados antes de nuestra salida. He notado que con este confinamiento vamos a la calle sin importarnos la opinión de los demás sobre lo que llevamos puesto. Por esto es considerable el número de personas vestidas con lo primero que encontraron, las muchachas sin maquillar, es decir liberadas de estéticas preocupaciones.
Más que la insistente prédica televisiva, el fallecimiento por COVID-19 o por cualquier otro padecimiento en tiempos de cuarentena de emblemáticos representantes de la clase alta o media alta como Kalil Haché y su señora Jenny Polanco, Miguel Decamps, Iván Tovar, Maximito Lovatón y Cabeco Houellemont entre otros, provocó que en determinados residénciales fuera escasa la presencia en sus calles de gente mayor, viéndola asomada con discreción en sus ventanas, balcones o galerías.
Todos en su gran mayoría llevábamos mascarillas y guantes durante la pandemia, y quienes nos basábamos en la configuración de un rostro o la conformación de unas manos para intentar adivinar la posible personalidad de alguien que veíamos, nos fue imposible dedicarnos a este detectivesco entretenimiento visual, pudiendo entonces confirmar la veracidad de que la cara y las manos de un individuo pueden reflejar su carácter, temperamento.
Por la placidez urbana reinante las horas nocturnas son ideales para la observación del firmamento, recordando mucho los avistamientos celestes que un doctor de apellido Iñiguez-incluso escribió un libro- hizo de las noches estrelladas de Baní. Por desgracia los cielos de finales de marzo, abril, y principios de mayo no fueron tan diáfanos como deseábamos por la opacidad causada por la humareda -en principio creía que era neblina o una extemporánea calima- proveniente de un vertedero con pujos de nobleza: Duquesa.
Video en la calle Ricardo Robles, próximo al Parque del Conservatorio IMG_3179
Luego de rebasada la viral desgracia muchos están hablando de una posible resiliencia socioeconómica del país caracterizada por el surgimiento de nuevos paradigmas y valores conductuales distintos a los que nos identificaban culturalmente. Pienso que a pesar de estos optimistas augurios, las manifestaciones de cambios profundos serán precarios porque si históricamente el hombre es capaz de promover en la sociedad grandes transformaciones, como sujeto no experimenta grandes mutaciones, variaciones. El hombre nuevo está por encontrarse aún.
No debo dejar en el tintero reseñar, que en el transcurso de mi encapsulamieto hogareño y como resultado de la consecuente soledad, adquirí la extraña costumbre de hablarles a las plantas de interior sea antes, durante o después de mojarlas, hábito que de acuerdo a personas mayores oriundas del Cibao singularizan a los hombres que no se equivocan. Sea cierto o no está norteña apreciación, confirmo mi soliloquio con ellas con las plena seguridad de nunca ser desmentido, refutado, por sus tallos y hojas.