Israel   -la única nación judía en el mundo y por eso paga su alto precio-  tiene amigos o enemigos. Es odiada o amada.  Cuando se presenta un nuevo conflicto o al tratar de resolver los viejos dilemas, pocos o ningunos  son los observadores indiferentes.

Y cuando se actúa, se hace con ferviente y ciega pasión, se mezclan los intereses políticos, religiosos y económicos.

Es en esa dirección es que se presenta uno de los elementos más curiosos de la diplomacia: se reconoce la soberanía de un Estado, mas por una injusticia  no se le quiere reconocer la capital de esa nación.

Viviendo con sus odios y resentimientos, los poderosos enemigos de Israel insisten en no admitir que su capital eterna es Jerusalén.

Israel designó a Jerusalén como su capital en 1950, pero la mayoría de los obstinados  países mantienen sus embajadas en Tel Aviv debido al debate político en curso con los palestinos y otros pueblos árabes.

Esto crea confusión en las  agencias de prensa y en algunos líderes políticos en el mundo.

Esto, como ya he dicho,  ha dado lugar a una situación sin precedentes por la que a un Estado soberano – Israel – se le negó el derecho diplomático para elegir la ubicación de su ciudad capital.

El Congreso de Estados Unidos trató de revertir esta parodia de la “Ley Embajada de Jerusalén de 1995”, aprobada por amplia mayoría bipartidista en la Cámara y el Senado.

La ley establece que "Jerusalén debe ser reconocida como la capital del Estado de Israel y la Embajada de Estados Unidos en Israel se debe establecer en Jerusalén antes del 31 de mayo de 1999."

Desde entonces, un desfile de presidentes de Estados Unidos se han comprometido a hacer realidad la legislatura. Sin embargo, eso ha sido una promesa incumplida, violando su propia Ley desde 1995, siempre con evasivas estratagemas legales.

En cambio, en junio de 1980 el Congreso israelí aprobó la denominada "Ley Básica – Jerusalem", que restauró los derechos y obligaciones de Israel concernientes a la capital.

La Ley determinó que los lugares santos de todas las religiones serían protegidos para evitar profanaciones, se garantizaría el libre acceso a ellos y el gobierno se ocuparía del desarrollo de la ciudad, así como de la prosperidad y el bienestar de sus habitantes.

El mes pasado, el Washington Post publicó unas declaraciones de del presidente norteamericano Barak Obama en las que “refleja la creciente preocupación en Washington, Tel Aviv y otras capitales sobre el programa de enriquecimiento de Irán, que Israel cree que se usará para producir un arma nuclear”.

Del mismo modo, el Wall Street Journal se ha referido a la capital de Israel, Tel Aviv, señalando las "tensiones entre Washington y Tel Aviv" ("EE.UU.,  mientras que CNNse refirió a "una explosión en la capital israelí de Tel Aviv".

¿Nos gustaría que alguna otra nación dijera ‘hemos decidido reconocer a la ciudad de Nueva York como la capital de su país, por lo que vamos a construir nuestra embajada allí?’". Y Nueva York es considerada como “capital del mundo”, aquí confluyen inmigrantes de los lugares del mundo que uno menos se puede imaginar.

Breves anotaciones

Con el restablecimiento del Estado de Israel en 1948, Jerusalén pasó a ser una vez más la capital de un Estado Judío soberano. A lo largo de los milenios de su existencia, Jerusalén nunca ha sido capital de ninguna otra nación soberana. Jerusalén se ha mantenido como el centro de la vida nacional y espiritual del pueblo judío desde que el rey David la convirtiera en capital de su reino en el año 1003 AEC. La ciudad siguió siendo capital de la dinastía de David durante 400 años, hasta que el reino fuera conquistado por los babilonios. Después del regreso del exilio de Babilonia en el año 538 AEC, Jerusalén volvió a ser la capital del pueblo judío en su tierra por los próximos cinco siglos y medio.

¿Qué significa Jerusalén para los judíos?

Desde la destrucción del Templo de Jerusalén  y cuando los judíos fueron obligados a dispersarse, a exiliarse por el mundo entero  estos no  cesaron  en soñar con su regreso a Jerusalén.

“¡A Jerusalén tu ciudad, retornará con misericordia!”, oraban tres veces al día los judíos, quienes se arrodillaban en dirección al oriente, es decir, a Jerusalén.

“¡El año que viene (nos vemos) en Jerusalén!”, decía la plegaria de los pueblos judíos esparcidos desde los desiertos del Norte de África y las grandes extensiones del continente asiático y el nuevo continente americano.

El destierro milenario del pueblo hebreo tuvo su fin con la creación del Estado de Israel  y  la unificación de la ciudad de Jerusalén como su capital. Así es.