La aparición de Ramfis Domínguez Trujillo, nieto de Rafael L. Trujillo Molina, dictador que por 31 años (1930-1961) gobernó el país a sangre y fuego, no debe asumirse como una casualidad o anécdota sin mayor importancia. República Dominicana atraviesa por una crisis político-social que se origina en la caída estrepitosa de la credibilidad de sus élites dirigentes a causa de la corrupción e impunidad. Cada vez más dominicanos no creen en sus políticos, lo que, a su vez, ha generado un vacío que ya muchos intentan llenar. El advenimiento del nieto de Trujillo se inscribe en esa dinámica.
Entendamos que esa candidatura no se da en el vacío ni solo se trata de un individuo aspirando a ser Presidente. En primer lugar, reflexionemos sobre lo que queda de la dictadura trujillista en el país. El hecho de que este señor, quien prácticamente no ha vivido en tierra dominicana, y que, antes de su reciente aparición mediática, nunca expresó ni una idea sobre alguna problemática nacional, de momento haya acaparado tanta atención significa que hay una plataforma que lo impulsa. Esa plataforma es el legado cultural de la dictadura trujillista. Las dictaduras, cuando logran adentrarse en el ser de un pueblo, no desaparecen con el dictador. Continúan como cultura y mentalidad. El trujillismo sigue vigente en la cultura y mentalidad del dominicano. Trujillo fue una expresión social y cultural de su tiempo. El éxito y larga duración de su reinado se debió a que ese pueblo al que sometía y gobernaba como si fuera una finca privada, fue, a su vez, el que creó las condiciones de posibilidad de su surgimiento. A Trujillo lo crea el pueblo dominicano, y luego, Trujillo modifica ese pueblo dominicano institucionalizando y convirtiendo en cultura oficial las ideas, miedos, prejuicios y aspiraciones que lo llevaron al poder.
Trujillo tuvo tres grandes objetivos: ordenar el país, crear una dominicanidad basada en lo hispano en contraposición de lo haitiano y enriquecerse. La República Dominicana antes de Trujillo era un país inestable marcado por los enfrentamientos entre lo que quedaba de los “Bolos y Coludos” alrededor de caudillos como Horacio Vásquez, Juan Isidro Jiménez y guerrilleros como Desiderio Arias. Cada caudillo controlaba sectores geográficos determinados; con lo cual, el Estado dominicano carecía de presencia en muchas zonas. Trujillo “corrigió” esa anomalía creando un Estado fuerte con capacidad de llegar a todos los rincones, y, al mismo tiempo, sustentado en una milicia disciplinada y jerárquica que obedeciera a sí mismo. Con ello, acabó con el caudillismo, el Estado controló todo el territorio nacional y se erigió en el “Salvador de la Patria Nueva”. Entendiéndose por patria lo que el dictador definió como tal.
Ahí llegamos a lo segundo: el proyecto trujillista construyó una idea de dominicanidad que, mediante un sistema educativo nacional dirigido por ideólogos del anti-haitianismo como Arturo Peña Battle y Joaquín Balaguer, introdujo en las escuelas un relato sobre la dominicanidad basado en la dicotomía dominicano versus haitiano. De ese modo, aquello que representara la negación de lo haitiano (el catolicismo, la hispanidad y el mestizaje) se instituyó como esencia del ser dominicano. Esto es, el dominicano, decían aquellos libros y manuales, es católico, “hijo” de la Madre Patria española y una “mezcla de español e indio”. Mientras que los haitianos eran “brujos” practicantes del vudú, “africanos” y “negros puros”. El exagerado hispanismo de los dominicanos de hoy día, con sus monumentos a conquistadores y avenidas con nombres españoles, viene de ese tiempo.
En tercer lugar, Trujillo, mediante la creación de leyes monopólicas y el acoso violento, despojó a las clases ricas de grandes terrenos y empresas que luego pasaron a su control o el de su familia directa. En ese contexto, se convirtió en el mayor empresario del país haciendo de la República Dominicana literalmente su finca. Casi todos los grandes ingenios azucareros, tabacaleras, industria vacuna, cementeras, fábricas de zapatos y textiles y polos turísticos pasaron a sus manos. Los ricos que siguieron siendo grandes terratenientes y propietarios tuvieron que ceñirse a los caprichos y dictados del Jefe. Los que no lo hicieron tuvieron que huir o murieron.
Con estas tres cosas Trujillo creó un marco institucional que sirvió de base material al trujillismo cultural que le sobrevivió. Un país donde se concibe al Estado como una autoridad incuestionable que asegura el “orden”. Y que en esa tarea, incluso, puede ir por encima de los individuos. Una dominicanidad anti-haitiana que soslaya, cuando no niega directamente, las raíces africanas de los dominicanos, al tiempo que eleva lo hispano a rango de quintaesencia. Y un paradigma donde se asume, y naturaliza, que el dirigente político puede disponer de los bienes públicos y privados a su antojo. El pueblo mira de abajo hacia arriba, y obediente, al que está en el poder. Ese es el legado del trujillismo que todavía se mantiene vigente en el país.
Aterricemos en el actual momento de crisis que vivimos. El gobernante PLD, que lleva en el poder 17 de los últimos 21 años, ha conducido las instituciones a una crisis de credibilidad: la gente ya no cree en los políticos ni partidos. Lo único que le queda al PLD es el dinero para mantener sus redes clientelares, cooptar oposición con prebendas y comprar votantes en las elecciones. El PLD fuera del poder, sin la posibilidad de controlar las arcas públicas ni las instituciones estatales, no concitaría apoyos de nadie prácticamente. Por eso le teme tanto a perder el poder; no solo porque saben sus dirigentes que tendrán que rendir cuentas por tanto desfalco sino porque no tendrían manera de convencer ni movilizar votantes-clientes. Y su oposición, por un lado, se encuentra dividida, y por otro, no representa una opción creíble pues viene de la misma cultura clientelar y corrupta.
Así, el pueblo se ha ido desvinculando de las organizaciones partidarias. Con una mezcla de desinterés e inercia. Lo que ha impedido el derrumbe del actual régimen son dos cosas fundamentalmente: 1. la sociedad dominicana es una fracturada debido a que la inmensa mayoría de la gente vive de la economía informal, donde es muy difícil crear estructuras en defensa de los intereses populares, y donde lo que se procura es el interés individual de la sobrevivencia; 2. todavía el PLD puede seguir endeudando al Estado para financiar el asistencialismo clientelar con el cual, vía subsidios y canastas, mantiene calmados a muchos pobres.
Sin embargo, en esta época de redes sociales y la posverdad, ante crisis de credibilidad de las élites dirigentes tradicionales, surgen diversas alternativas. República Dominicana no escapa a esta dinámica. El nieto de Trujillo, cuando uno ve quiénes le apoyan, se da cuenta que forma parte de esta nueva camada de “salvadores”. Con la gravedad de que se trata del nieto del dictador cuyo nefasto legado cultural domina todavía en el país.
Hay una intención, por parte del nieto del dictador, de aprovechar las demandas populares en contra de la corrupción y la alta migración de haitianos, para posicionar la "necesidad" de enarbolar un nacionalismo redentor y restaurador de un pasado prístino con el cual el dominicano promedio se sienta convocado. La mayoría de los que apoyan a este aparecido, vistas sus opiniones, es gente ignorante que encuentra en el nacionalismo anti-haitiano un significante con el que dar sentido a su vida precaria y llenar ausencias. Peligroso porque estamos en una coyuntura histórica -crisis civilizacional- en la que tienen mucho asidero estas propuestas basadas en odios atávicos y revanchismos infantiles. Mirémonos en el espejo de Estados Unidos con Trump.
Ramfis Domínguez Trujillo representa un legado cultural de autoritarismo, dominicanidad racista y atraso intelectual que debemos frenar a tiempo. Con organización y propuestas inteligentes que lleguen a las mayorías. Esas mayorías que hoy, en medio del saqueo e impunidad que ya es marca del PLD, y una oposición torpe y sin ideas nuevas, pueden darle su voto a cualquier aparecido que diga lo que quieren escuchar sacando lo peor de la gente. Este nieto del dictador representa, pues, lo peor de la República Dominicana.