La tristeza por la muerte es mayor, muy mayor, que la alegría por la presencia. En vida te ningunean, no tienen tiempo para cruzar la Lincoln, no hay minutos en el celular, uy, que tú no tienes celular, que para ver a muchísimos amigos y amigas en Santo Domingo hay que pagar más de 500 pesos (un RapiTaxi ida y vuelta cuesta eso), que los sábados no se pueden sacrificar porque hay que ir a descansar en Jarabacoa o en algún resort o hay que hacer las compras en algún mall.
Ya he cumplido 23 años en Berlín. Compruebo que irse es mor-irse.
Recuerdo una frase Erick Raful -"al Mena se le ve más que a muchísima gente que vive aquí al lado, en Santo Domingo"- y tengo presente a esas hormigas de amigos que cada vez son menos pero más intensos en el cariño y la bondad. También pienso en ese paquete de gente, muchísima gente que a veces ni te conoce ni nunca te ha visto pero "te conoce", "te conoce" porque le han hablado de tí o porque te han leído en la vieja sección de "Areíto". Son gente que dice verdades, mentiras, que se inventa o traduce cosas, correctas o incorrectamente, "en fin, el mar", como diría Guillén.
También comprendo las inclemencias de un Santo Domingo cada vez más brutal, más chopo, con más elevados y yipetas que gente en la calle. Sé que también hay un par de amigas y amigos que no veo porque duele salir de la casa y enfrentarse a tantos desiertos, desiertos grises como El Conde, zonas devastadas como La Zona y peor aún, "el Polígono", una zona gris en la que muchos coinciden confirmando la condición de zombies obnubilados por las ventanas reflectoras.
Hay amigos que se quedan en algún lugar de la memoria y el cariño. Son amigos raros, porque no hay esa obligación de verlos, y sin embargo, los afectos están ahí, bien calienticos.
Están también los otros, más pendientes de sus ombligos y su bienestar que del encanto de salir y defender el poco o mucho espacio que ¿nos queda?
En fin, todo es muy complejo. La cuestión es ser y hacer en el momento preciso.
Pienso que todo debe fluir. Puede ser cansancio o hartazgo, pero cada vez busco más profundidad y sentido en los gestos, y menos masa y números y números e inventarios de viejos mundos en este mundo tan poco que nos va quedando. Es como aligerarse de muchas cosas demasiados obvias. Si al final, sólo nos llevamos la camiseta, porque otra cosa se complica. Te robarían el saco o los zapatos o la misma caja, pero la camiseta nunca…
Ergo: la última camiseta que tengas será lo único que te acompañará después que no estés por estos predios.
Y a mí, que no me vengan con pendejadas.