Muy por encima del Malecón en su tramo comprendido entre el hotel Jaragua y el llamado Obelisco hembra, a comienzos de los años 60 la calle El Conde era por mucho el principal eje de socialización de la capital dominicana, contribuyendo a esta principalía su angostura, abolengo, intensa actividad comercial, lugares de recreación y la política. Tres partidos: el PRD, el 14 de junio y el Liberal Evolucionista (PLE) de Amiama Tió tenían en ella sus locales.
Resultaba extraño que en toda su extensión sólo existiese en la década antes mencionada una sola librería -Casa Cuello- estando las más conocidas ubicadas en las calles vecinas como eran la “Librería Dominicana”, “La Filantrópica” y la de “Herrera” -ésta era un reguerete monumental- en la calle Mercedes; en la arzobispo Nouel estaban la “America” del Sr. Bisonó y el “Instituto del Libro” del catalán Escofet, siendo estas dos y en particular la última las de mi preferencia.
También en ella se localizaba un solo cine llamado “Santomé” y los demás estaban en las proximidades como “El Capitolio”, “Olimpia”, “Rialto”, “Leonor”, “Independencia” y “Lido” cuyos cineastas antes y después de las funciones se paseaban por sus aceras haciendo que a todas horas mostrara un notable congestionamiento hoy por completo desaparecido. En la actualidad luego del cierre de las quincallerías y los negocios de quita y pon, las obreras sexuales disfrazadas de masajistas y malandros de baja estofa ocupan su peatonal espacio.
En aquellos años y por diversos motivos esta vía metropolitana era la que ejercía mayor atractivo para los jóvenes estudiantes llegados de provincias que en mi caso eran: la sombra que los altos edificios entre la Duarte y Hostos proyectaban sobre el asfalto dando la impresión que se estaba en New York; que hubiesen gente hasta altas horas de la noche lo cual era inconcebible en las demás ciudades del país y que automóviles de marca Cadillac, Oldsmobile, Buick y Pontiac se estacionaran en la misma. En los pueblos habían parqueos dentro de las residencias para ellos.
Desde la Palo Hincado hasta la Isabel La Católica reclamaban mi atención las fachadas de los edificios hermosamente diseñados como: el Jaar, Siragusa, Copello, Saviñon, Olalla -el más bello de todos-, Cerame, Opera, González Ramos, Díez y Baquero. En Santiago las edificaciones con más de un nivel concitaban desde niño mi interés llenándome de ilusión residir en el piso más alto, y a pesar de lo visto en las Torres Gemelas -el lanzamiento al vacío desde los niveles superiores- aun hoy me atrae estar en el tope.
Como en los años 60 fueron en el país políticamente muy turbulentos, cada vez que habían problemas en la UASD y se suspendía la docencia bajábamos en trulla al Conde siendo mis más asiduos compañeros: CAM, Rafael Martínez Richiez, Víctor Del Giudice, Junio Lora, Marcos Cabrera, Freddy Saladín y Toni Espaillat entre otros. Recuerdo que una vez el grupo fue sorprendido por un fotógrafo apareciendo en primera plana del Listín caminando frente al edificio Baquero durante una amenaza de paro laboral.
En esa época íbamos con frecuencia al “Sublime” una cafetería muy popular y concurrida situada entre la Duarte y la 19 de marzo. En ocasiones me daba una escapada en solitario a la “Cafetera” localizada en la acera de enfrente y por las noches al vecino “Baitoa” o si no a una peña artística que era fija en el bar del chino Chez del hotel Comercial, donde los pintores Tomasín, Gilberto Hernández Ortega, el arquitecto Gay Vega y demás pontificaban sobre todo lo humano y lo divino degustando unos exquisitos pimientos rellenos.
Tenía una tía que vivía en la cuarta planta del edificio Baquero siendo muchas las ocasiones que bajé al sótano de este inmueble por existir en el un pasatiempo desconocido en el país como era la Bolera. Era una exótica diversión donde los jugadores luego de lanzar la bola quedaban en una circense postura, destacándose entre ellos un joven estudiante o profesional de la Odontología de nombre Angel Gesualdo que jamás he vuelto a ver después de casi 60 años.
Nuestra esquina favorita para ver y ser vistos era la José Reyes frente a la tienda llamada entonces “La puerta del sol” siendo tal nuestra concurrencia a la misma que su propietario nos extendió un crédito a algunos de nosotros. No se si aun existe pero había en la esquina Hostos un establecimiento de fina ropa masculina denominada CIRÓ ̀̍S al cual nunca visité en mi vida por resultarme enigmático, extraño, no inspirándome siquiera el deseo de entrar y apreciar los géneros que ofrecía.
Había frente al parque Colón una oficina de los Estados Unidos en cuya sala de lectura o biblioteca estudiaba o leía publicaciones de mi particular beneficio. Atravesando el parque en línea recta hasta la Catedral había antes de llegar a esta una pequeña calle nombrada Juan Barón que iba de este a oeste bordeando el templo religioso por su parte norte. Desde hace ya muchos años fue cegada, eliminada, al disponerse el remozamiento de la primera catedral del Nuevo Mundo.
Existía en los años 60 una parroquia fija de condescendientes -no me gusta el calificativo de condero- que sea en la mañana, la tarde o prima noche se les encontraba muy a menudo en esta calle. Recuerdo de momento a: René del Risco, Belkys Maldonado (La Coquí) , Pedro Peix, Tatica la perredeista de la UASD, Alfonsito Pedemonte, Miguel Alfonseca , Efraín Castillo, Virgilio García, Toni Raful, Delta Soto, Pata Pata, Asdrúbal Domínguez, Dato Pagán, Justo Giró y a un tal Gagarín por siempre desaparecido. Debo citar además a Fofi Ricart y Luis Camarena.
Hoy peatonal; sin tránsito motorizado; sin una vitrina como la de Pan American con la bella Sonya Leffeld despachando; sin la peripuesta figura de Santiago Coruña realzando la esquina de su atelier; sin el Estudio Mozart difundiendo música culta y sin la tienda López de Haro ofreciendo lo último en ropa masculina, la calle El Conde brinda desde hace más de tres décadas el triste espectáculo de su evilecimiento y galopante depauperación.